Dificultades en el apostolado con sacerdotes y mujeres

"La fundación del Opus Dei". Libro escrito por John F. Coverdale, en el que narra la historia del Opus Dei hasta 1943.

Los planes de expansión de DYA y los próximos comienzos de las actividades en Valencia y París daban cuenta del lento, pero constante crecimiento del apostolado del Opus Dei con universitarios y recién graduados. Sin embargo, la labor con sacerdotes y con mujeres no iba tan bien.

En 1934 unos cuantos sacerdotes se habían comprometido a obedecer a Escrivá en asuntos relacionados con la Obra. Aunque se trataba de un paso importante para su gradual incorporación al Opus Dei, no se daban cuenta del todo del origen sobrenatural de la Obra ni del papel de Escrivá como fundador. A alguno de ellos la decisión de seguir adelante con DYA a pesar de las dificultades financieras le pareció una locura. Peor aún, solían ir a su aire, y no prestaban atención a lo que Escrivá les decía sobre el espíritu de la Obra.

El problema fundamental, concluyó pronto, era que, con algunas pocas excepciones, “tienen poca visión sobrenatural, y un amor pobre a la Obra, que para ellos es un hijo postizo, mientras para mí es alma de mi alma”. Escrivá decidió: “Procuraré sacarles el partido posible, hasta ver si se maduran en el espíritu de la Obra” [1] .

En lugar de mejorar, las cosas empeoraron. En marzo de 1935 ya no se pudieron seguir teniendo las reuniones de los lunes con sacerdotes, que se celebraban semanalmente desde 1931. Tanto el director espiritual de Escrivá, el padre Sánchez, como su gran amigo don Pedro Poveda aconsejaron a Escrivá romper las relaciones con los demás sacerdotes, pero no fue capaz de hacerlo. A la vista de sus virtudes y de su “innegable buena fe”, optó “por el término medio de conllevarles, pero al margen de las actividades propias de la O., aprovechándolos siempre que sea necesario su ministerio sacerdotal” [2] .

Pero incluso con esta limitación fueron una fuente de confusión para los miembros laicos de la Obra, hasta el punto de que Escrivá a veces se refirió a ellos como su “corona de espinas”. Al final, prescindió de su ayuda por completo y acudió a otros sacerdotes, que no tenían ninguna relación con la Obra, cuando hacía falta alguien para celebrar Misa o confesar. Escrivá concluyó que los sacerdotes del Opus Dei deberían salir de sus miembros laicos y estar formados en su espíritu desde el inicio de su vocación. Todavía no tenía idea de cómo se podría realizar eso dentro de los límites que el Derecho Canónico imponía a las organizaciones capaces de incardinar sacerdotes. Estaba tan convencido de que se encontraría el modo de hacerlo, que en mayo de 1936 preguntó a algunos miembros de la Obra si estarían dispuestos a ordenarse si les llamara al sacerdocio.

El apostolado con las mujeres no corría mejor suerte. Con el tiempo, un grupo de mujeres pidió la admisión al Opus Dei, pero les resultaba muy difícil entender plenamente su espíritu. Buena parte del problema se debía al poco trato que tenían con Escrivá. Él las veía de vez en cuando en el convento de Santa Isabel y, en ocasiones, les predicaba una meditación en el oratorio de la residencia DYA, aprovechando la ausencia de los residentes. En general, las veía pocas veces fuera del confesionario donde las dirigía espiritualmente.

Había varias razones para este limitado contacto: las otras actividades de Escrivá eran tan exigentes que le dejaban muy poco tiempo; además, no había otro lugar en el que pudiera atenderlas convenientemente; por otra parte, aunque hubiera encontrado una solución a los problemas mencionados, como joven sacerdote decidido a evitar cualquier ocasión que pudiera poner en peligro su vocación, Escrivá no quería mantener ningún trato personal cercano con mujeres jóvenes.

En conclusión, Escrivá confió a la mayoría de las mujeres de la Obra a don Lino Vea-Murguía, sacerdote de la diócesis de Madrid. Había sido uno de los capellanes del Patronato de Enfermos de 1927 a 1932; desde entonces hasta su asesinato a comienzos de la Guerra Civil lo fue de las Siervas del Sagrado Corazón. Vea-Murguía tampoco había entendido completamente el espíritu del Opus Dei y, lógicamente, no pudo transmitirlo claramente a otros. Las pocas mujeres que pertenecían a la Obra al estallar la Guerra Civil quedaron separadas por completo de Escrivá, y aún no habían captado la esencia del Opus Dei. Una de ellas, Felisa Alcolea, comentaba con sencillez años después: “La verdad es que buena voluntad sí teníamos. Pero nada más” [3] .

[1] Andrés Vázquez de Prada. Ob. cit. p. 541

[2] Ibid. p. 542

[3] Ibid. p. 563