Día 2 de octubre de 1928: el Opus Dei

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

A la semana justo del aciago percance, el día 30 de septiembre, después de superar dos exámenes de doctorado en la Facultad de Derecho, iniciaba don Josemaría Escrivá unos días de retiro espiritual, en la residencia de los Misioneros de San Vicente de Paúl, junto a la iglesia de la Milagrosa, casi en la esquina de las calles García de Paredes y Modesto Lafuente.

Mientras repasaba los papeles en que venía tomando nota de sus experiencias interiores desde que barruntó algún designio especial de Dios, en la mañana del martes 2 de octubre (1928), fiesta de los Santos Ángeles Custodios, el Señor le hizo «ver» —así lo dirá siempre— el contenido preciso de aquella vocación personal, que hasta entonces desconocía.

Se trata de proclamar que todos los cristianos, cualquiera que sea su condición, están llamados por el Bautismo a la plenitud de la vida cristiana. El trabajo profesional, los deberes familiares o sociales y, en general, los quehaceres nobles de la tierra, cuando se desempeñan rectamente, lejos de suponer un impedimento para la santidad, constituyen una ocasión para el encuentro personal con Dios y para la extensión del reino de Cristo, tanto en los corazones como en las estructuras del mundo.

El medio concreto y práctico que Dios quiere para difundir este mensaje será una institución, de carácter universal tanto en el tiempo como en el espacio. La integrarán todo tipo de cristianos que vivan en medio del mundo: solteros, casados o viudos; laicos o sacerdotes seculares; intelectuales o trabajadores manuales; pobres y ricos. Para dedicar plenamente sus vidas a Dios no necesitarán cambiar de estado, sino que habrán de santificarse precisamente a través de los menesteres de su propio estado. El 14 de febrero de 1930, mientras el sacerdote celebra la Santa Misa, recibe una nueva iluminación fundacional: la Obra estará también integrada por mujeres, cuyos apostolados no interferirán para nada con los varones.

Los hombres y las mujeres del Opus Dei contribuirán a empapar con el espíritu evangélico las distintas esferas del quehacer humano y de la sociedad. Pero ello no será fruto de una estrategia colectiva, sino de la coherencia cristiana de sus vidas. Los fieles de la Obra habrán de caracterizarse, cabalmente, por la «unidad de vida»: por ser una misma persona la que reza, recibe los Sacramentos, trabaja, descansa, o ejercita sus derechos y deberes en la sociedad.

Pasado algún tiempo, alguien preguntará a don Josemaría: ¿Cómo va esa Obra de Dios? Éste era el nombre justo: Obra de Dios, Operatio Dei, trabajo de Dios; trabajo profesional, ordinario, realizado sin abandonar el mundo, pero convertido en oración y en alabanza del Señor, en Opus Dei. Precisamente esta expresión —Obra de Dios— es la que venía empleando el Fundador en sus Apuntes íntimos al referirse a lo que Dios le pedía.

El Opus Dei nacía, pues, no como formalización de un fenómeno asociativo previo, sino al modo de una obra «vista» —no discurrida— por el Fundador, cuya tarea consistirá en realizarla... pese a su resistencia personal a emprender ninguna fundación. Esta resistencia llevó a don Josemaría a investigar cuidadosamente si la institución que viera no existiría ya en algún lugar, de modo que a él sólo le correspondiese adscribirse a ella.

Recaba información sobre todas las iniciativas que pudieran asemejarse, aun ligeramente, a lo que Dios le ha hecho ver. El resultado es siempre negativo.

Buena parte de esas organizaciones eran nuevas formas de vida consagrada: adaptaciones del espíritu propio de Órdenes y Congregaciones existentes, o modalidades —cada vez más próximas a la sociedad— en el proceso evolutivo del carisma religioso. Pero los miembros del Opus Dei no habrán de ser religiosos, ni asimilados, sino cristianos corrientes.

Otras entidades eran simples Asociaciones de fieles: adscribirse a ellas no significaba el cumplimiento de una vocación divina de entrega personal.

Algunas fundaciones recientes eran de carácter secreto. Ahora bien, don Josemaría sabe que ni el secreto ni la clandestinidad son compatibles con la Obra que Dios le pide.

Desde el 2 de octubre de 1928 ha comenzado la labor apostólica del Opus Dei. Ante todo, con medios sobrenaturales: oración y mortificación, propias y ajenas. Recordará cómo fue «a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios». Multiplica la tarea pastoral entre enfermos, a quienes pide oraciones y que ofrezcan los dolores al Señor por sus intenciones. Además de la labor desde el Patronato, trabajará sacerdotalmente en el Hospital General, en el de la Princesa y en el llamado del Rey. «la fortaleza humana de la Obra —dirá— han sido los enfermos de los hospitales de Madrid».

Don Josemaría, que predica la «unidad de vida», marcha por delante en esa imbricación de la piedad, el trabajo y el apostolado, sin compartimentos estancos. Repasa los nombres de sus amigos y conocidos: ya fueran compañeros, antiguos o actuales, de estudio, ya fuesen alumnos de la Academia en que imparte sus lecciones. Intensifica el trato con sus hermanos en el sacerdocio diocesano. «Trabajaba y formaba a los primeros que tenía alrededor. Había una pequeña representación de casi todo: había universitarios, obreros, pequeños empresarios, artistas...».

Es casi seguro que pronto pensó en Zorzano. Pero no tiene ocasión de hablar a fondo con él. El ingeniero ha dejado Madrid, sin tiempo siquiera para despedirse. Desde Cádiz escribe: «Fue tan rápida mi salida de ésa, que no me fue dado despedirme de ti». Aunque sus conversaciones madrileñas habían sido pocas, unas tres, para Zorzano el sacerdote amigo es persona que cuenta y con quien desea mantener la relación: «No dejes de escribirme, pues no es cosa de que perdamos el contacto».