Curando a los sin techo

Dominique es un médico que, desde hace 30 años, atiende a personas sin hogar y sin papeles en las afueras de París. Recojo sus experiencias de la página: Opus Dei y añado, además, algunas ideas.

Artículo publicado en Diario Jaén

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Dominique realiza su actividad en el albergue que atiende la Cruz Roja; el mismo está abierto toda la semana y todo el día y alberga a 27 hombres. Hace 30 años, estos pacientes sin domicilio supusieron un desafío para él. Comprendió que la gente sin domicilio carecía de cuidados.

Comenta: “Vivimos en una sociedad de exclusión permanente. Aquí, pasa igual: Se empezó excluyendo a los sin techo, ahora les toca a los sin papeles, a los ancianos, a los discapacitados. Estamos en una época triste de exclusión permanente”. Nos expresa que no se puede ejercer esta profesión sin una permanente presencia de Dios. Hay que pensar en la escena del Evangelio en la que Cristo dice: “Estaba desnudo y me vestisteis”. De hecho cada persona es un Cristo vivo en esta tierra.

Siguiendo con su labor allí y el porqué de su misión, nos explica yendo a la raíz que la ética de la Iglesia es globalizante: Su idea es la misma para el aborto provocado, como para la discapacidad, como para la eutanasia, o para los sin techo.

La doctrina de la Iglesia afirma que cada uno es una criatura de Dios, sea cual sea su estado, tenga o no tenga documentos... Y nos sigue contando: Me hice del Opus Dei en 1971. Al volver de Roma, me dije: “Me parece que lo que no funciona es el sistema de la catenaria”. Es decir, cualquier locomotora eléctrica no puede funcionar si hay una avería en ese chisme que le da energía. Sucede a veces y el tren se inmoviliza.

En nuestra vida ocurre igual: “Está Dios, estoy yo, y hace falta una catenaria. Y esto era la catenaria que yo necesitaba”. Cuando pasa por delante, entra, a diario, en la iglesia, se para un momento, sin perder mucho tiempo, y deja a los pies de Cristo y de la Virgen todo lo que le preocupa, las conversaciones de ese día que lleva dentro, y reza: ¡Ayudadles! Y ahí, vacía la papelera de su alma. Para él, la oración es como el gas que calienta la olla donde se cuece la pasta: si baja la llama la pasta sale cruda. Pero a la oración hay que encontrarle su momento. ¡Y eso es harina de otro costal! Nos dice: “A veces le digo al Señor: ¡Después te hablaré!” “Ya ves, este es el trabajo que te puedo ofrecer: ¡Tómalo!”.

Rafael Gutiérrez Amaro

Diario Jaén