Conozco a D. Josemaría Escrivá de Balaguer

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

El día convenido volví a la residencia de Jenner para asistir a mi primera clase de formación. Los seis o siete que iban a ser mis compañeros -estudiantes como yo de ingreso de Ingenierías o de Arquitectura, que en su mayoría vivían en la residencia- charlaban amigablemente en la sala de estar, esperando a don Josemaría, que llegó puntual. El Padre, como le he llamado yo siempre desde entonces, tenía por esas fechas treinta y siete años y yo acababa de cumplir los veinte. Era un sacerdote joven, alto, de cara llena, con gafas de cristales redondos. Tenía el pelo castaño oscuro, coronilla sacerdotal amplia que con frecuencia cubría con un solideo negro, sotana limpia y aspecto exterior cuidado. Se le veía lleno de vitalidad, resultaba simpático y muy alegre; atraía y a la vez movía al respeto. Su voz era recia, sonora. Se le podían reconocer en ciertos momentos giros, expresiones y acentos altoaragoneses. Cuando me enteré de que era de Barbastro -ciudad situada a unos 50 km. de Huesca- me alegré de que fuera paisano mío, con ese inevitable orgullo localista que casi todos tenemos.

Desde el primer momento, don Josemaría me impresionó de forma muy viva: había en él algo singular. Uno se sentía entrañablemente querido. Me di cuenta de que era muy sobrenatural y al propio tiempo muy humano; con una mentalidad muy laical, sin clericalismos, pero a la vez -si puede decirse así- muy sacerdote, muy consciente de su ministerio en la Iglesia, a la que amaba profundamente. Hablaba con fe firme, con segura convicción, con vigor y de modo cordial, sencillo, asequible a todos. Algo poco definible movía a reconocerle una plena e indiscutida autoridad, a la vez que a mantener con él una relación confiada.

El Padre salpicaba su conversación y explicaciones con anécdotas y ejemplos, bromeaba con unos y otros, derrochaba buen humor y alegría. Su mirada era muy expresiva y penetrante, y reflejaba el cariño que nos tenía. Estaba lleno de Dios y de celo por todas las almas. Sólo trataba de temas espirituales, sin tocar cuestiones de otro tipo, a pesar de que las noticias de la vida política nacional y de la guerra mundial ocupaban las primeras planas de los periódicos y eran, en cualquier otro ambiente, habitual tema de conversación.