Un hombre puede hacer todo lo que se proponga, si reúne el valor, la ilusión y la capacidad de sacrificio suficiente como para embarcar a otros en su aventura. Esto es lo más difícil, contagiar la ilusión.
El fotoperiodista Juan Cañada es un hombre no muy alto, de hombros anchos, brazos hechos para abrazar y una mirada azul profunda que te penetra.
Navarro de adopción por motivos profesionales, pero afincado en un Teruel que nunca ha abandonado y a donde ha vuelto, a Juan se le cruzó el Congo en su vida, y se sumergió en ese país, en sus gentes, sus dolencias, sus alegrías y necesidades.
En poco tiempo contrajo el “mal de África” y lo apuró. Sufrió y rió con ellos, se dejó allí un saco de afectos registrados en fotos y se vino con una idea en la cabeza: “tengo que hacer algo para cooperar”.
De todo lo que bullía en su cabeza, decidió concretar su esfuerzo en el Hospital Monkole, por la importancia de una labor asistencial que no distingue entre ricos y pobres, pero donde las cosas cuestan para todos igual y hay que pagarlas.
Y es que, como explicaba Juan a un periódico turolense, “en España consideramos normal que todos los niños estén vacunados o que se les practiquen operaciones complicadas a las pocas semanas de nacer para prevenir problemas. Allí eso no es posible y muchos niños mueren al cabo de uno o dos años porque no ha habido posibilidad de operarles”.
Así concibió la idea de escribir un libro con las fotografías y apuntes tomados durante su estancia y con el título “Diario de Kinshasa” ponerlo a la venta para destinar su recaudación a Monkole: “Mientras estuve allí -contó a un periódico de Teruel-, todas las tardes enviaba a mis hermanos un whatsapp indicándoles qué es lo que había hecho ese día, sobre todo para que mi madre se quedara tranquila y supiera que todo iba bien. Uno de los médicos con los que viví en el Congo me recomendó que enviara esas comunicaciones a un grupo mayor de personas, con compañeros de facultades de comunicación, y uno de ellos me dijo que en esos mensajes estaba el germen de un libro. Que si uníamos esos mensajes con las fotografías que iba haciendo, podría salir algo interesante”.
Más tarde habló con José Villegas (Pepe), director de la orquesta “Arcos de Teruel” y le convenció para un concierto solidario cuyos beneficios irían también a Monkole.
La Orquesta Arcos de Teruel tiene una larga trayectoria de vinculación con iniciativas solidarias. Nació a mediados del año 2008 gracias a la iniciativa de un grupo de familias ilusionadas con la música. Desde el primer momento, el fundador y actual director José Villegas ha logrado que participen más de un centenar de alumnos, la mayoría adolescentes: en la actualidad tiene más de 30 músicos.
Pepe habló con el Obispado de Teruel, que le cedió el elegante claustro del Palacio episcopal para el evento, y con el presidente de la Fundación Amigos de Monkole, que comprometió su asistencia.
El día previsto, frío en Teruel, ya noche oscura, iluminada la ciudad por las luces navideñas, el ambiente en el claustro del Obispado se había caldeado, a base de ilusión y de una humanidad esperanzada y alegre. Sonaron villancicos y bandas sonoras de películas al ritmo de la batuta de José Villegas y se acabaron los libros que Juan había dispuesto para la venta.
Los medios locales se hicieron eco del evento en los días posteriores, contando la historia en prensa y radio, y Juan, Pepe, Enrique y los que tuvieron la fortuna de poder asistir al concierto y comprar al menos un libro, se volvieron a casa, pero ya era distinto.
Ya no hacía frío en Teruel, porque incluso un corazón gélido, de hielo, se derrite al cruzar la mirada con las fotografías y escuchar la música llevada al viento, que cubrió Teruel con notas de esperanza para las gentes pobres de Kinshasa.