Con el viento contrario

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

El 28 de junio de 1940 se abre El Palau , el primer Centro de la Obra en Barcelona. Se trata de un piso situado en la calle de Balmes, número 62.

Al cabo de muchos años, el Padre comentará, aludiendo a las tareas apostólicas de la Ciudad Condal: «Barcelona me costó muchas lágrimas y... quien siembra con lágrimas, recoge con alegría»(30).

Y es que el momento de llegar a Barcelona está marcado con el signo de la contradicción para la Obra y para el Padre.

José Luis Múzquiz recuerda muy bien los viajes que, en calidad de Ingeniero de la Compañía de Ferrocarriles Españoles, tenía que hacer a lo largo del año. Aprovechaba los ratos libres de su trabajo y los desplazamientos para llevar noticias y avivar el fuego de los primeros que pedían la admisión en la Obra en muchas ciudades de la península.

En marzo de 1940 llega a Barcelona. Allí habla con Alfonso Balcells -compañero de trincheras de Juan Jiménez Vargas durante la guerra civil-, que le presenta a varios amigos. Previamente, Alfonso le dice a José Luis que está dispuesto a ayudar en todo. Y así lo demostrará, cumplidamente, en los años y dificultades que quedan por venir.

También localiza a Rafael Termes, que cursa sus estudios de Ingeniero en la Ciudad Condal. La presentación es fácil, porque tienen amigos comunes. Tanto, que Rafael se lleva a José Luis a pasar el día con su familia en el pueblo de Sitges, en la costa. A la caída de la tarde, con la playa desierta, José Luis le habla de la Obra. Hay un regusto evangélico en esta secuencia del mar y de el como testigos de excepción en el diálogo sobrenatural de estos dos recientes amigos. Un apretón de manos -más a Dios que a los hombres- sella la decisión de Rafael. Lo único que desea es hablar con el Padre antes de solicitar su entrada en la Obra. Podrá hacerlo el 1 de abril, aprovechando un viaje del Fundador. Y el oleaje de este día que ya anuncia primavera, es también un presagio de tempestades para Rafael. Será uno de los apoyos del Padre en las contradicciones que empiezan a desatarse en Cataluña y en toda España.

Ya desde el comienzo, se necesita un piso en el que centrar todas las actividades. Recorrer la ciudad, en busca de un cartel anunciador de alquileres. De momento se alojan en el Hotel Urbis, en el Paseo de Gracia, cerca de una casa construida por el gran arquitecto Gaudí. Y cuando surge el inmueble de la calle de Balmes 62, inicia su vida y actividades el Centro más antiguo de la Obra en Cataluña: es el 28 de junio de 1940. Es muy pequeño. Y cuando el Padre viene a verlo, les dice:

-¡Bueno! Ya tenemos un «palau».

Y la casa adopta el nombre optimista que acaba de ponerle el Fundador: El Palau .

«Lo que no sería prudente -añade el Padre- es que se ponga el piso a nombre de uno de vosotros »(31).

El Fundador propone esta norma de prudencia, porque todos son estudiantes. Aunque todavía no es de la Obra, Alfonso Balcells, que tiene cierta edad -ya es médico-, se presta a dar su nombre para el piso.

Luego, en tiempo de persecuciones, el piso le traerá más de un quebradero de cabeza. «¿Cómo no vas a ser de ésos, si el piso está puesto a tu nombre?»32. Y Alfonso, con gran lealtad y nobleza, despreciará los torcidos comentarios y seguirá su camino con la elegancia de los amigos verdaderos.

El Padre celebra la Misa en el oratorio de El Palau el día 26 de mayo de 1943, y deja al Señor en el sagrario. Hasta esa fecha, como símbolo visible de veneración, no han tenido más que la gran cruz de madera que se puede ver en todos los oratorios de la Obra. Esta cruz da relieve, en la vida de cada uno, a las palabras que el Padre ha escrito en el punto 178 de «Camino»:

«Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú».

Dios permitirá que esa cruz pese como una dura prueba sobre l Padre. Se tergiversará este noble simbolismo atribuyéndole oscuros rituales que jamás han cruzado por la mente de nadie, y menos del Fundador del Opus Dei.

El espíritu que anima a la Obra de Dios ha sido interpretado por algunos de un modo erróneo; llegan a decir que el Fundador es un hereje; se pone en marcha una campaña muy dura, que llega a varias ciudades de España. El peligro es mayor porque, como sucede muchas veces en las empresas que tienen el marchamo de lo divino, la contradicción viene de parte de cristianos observantes, que no comprenden ni dan cabida en su alma a un apostolado «viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo», a una llamada universal a la santidad, a una vocación de entrega a Dios en medio del mundo que el Señor ha querido renovar con fuerza, sirviéndose de la fidelidad del Fundador del Opus Dei. El daño prende en el ánimo de los más susceptibles, timoratos o impacientes. Después, los enemigos del cristianismo utilizarán la brecha, abierta por hermanos, para atacar aquello que trae la verdad, siempre viva, de Jesucristo.

Las familias de los miembros de la Obra en Barcelona reciben informaciones inquietantes. Cuesta trabajo creer que un número tan pequeño de personas del Opus Dei -en su mayoría estudiantes- como el que hay en Barcelona y un apostolado tan incipiente, con una finalidad tan clara, levante tal revuelo. Pero así es.

Todo el dolor de la situación cae sobre el Padre. Sin embargo, él sufre por la Obra, que es de Dios; sufre por los que calumnian con el afán, tal vez, de hacer una cosa buena; sufre por estas primeras vocaciones que se ven seriamente probadas en sus ambientes familiares y sociales.

La causa fundamental del escándalo fue anticiparse a la doctrina que, en 1965, recogería el Concilio Vaticano II. El motivo fue decir que todos los cristianos, cada uno dentro de su estado, tenían que hacerse santos, sin necesidad de recurrir al estado de perfección -que es propio de los religiosos-, sino luchando para vivir con perfección en el propio estado.

Hoy parece extraña esta reacción. Pero la presencia en la calle de ciudadanos corrientes comprometidos con Dios, con una fe exigente capaz de informar los actos de su vida, sin dejar sus tareas, resultaba sorprendente. La novedad de la Obra residía en esta presencia en el mundo y en este talante sobrenatural.

Los hechos llegan a extremos de tal gravedad que comprometen la seguridad del Fundador en sus viajes a Barcelona. Corre el peligro de ser detenido por falsas acusaciones de tipo políticoreligioso. Tiene que limitarse a ir y volver en el día para no alojarse en ningún hotel. El Nuncio de su Santidad, Monseñor Gaetano Cicognani, le aconseja reservar los billetes con otro nombre para no poner en movimiento a la policía, pues se le conoce más en esta época como P. Escrivá. Es Gobernador civil de Barcelona Antonio Correa Veglison. Años después, un miembro del Opus Dei le hablará de uno de estos viajes: «Me alegro -comenta Correa- de no haber sabido que fue entonces Monseñor Escrivá a Barcelona. Tales eran las cosas que decían de él (...), que hubiera enviado la policía al aeropuerto a detenerlo»(33).

Siguiendo el espíritu del cristianismo, el Padre nunca cerrará las puertas de su casa a nadie, por equivocado que esté. Sin embargo, su comprensión con las personas no significa transigencia con lo injusto... Les dice claramente que están equivocados, pero que siempre le encontrarán con los brazos abiertos, como sacerdote y como amigo.

El Padre advierte a sus hijos que no hablen, ni entre ellos, de las falsedades que algunos propalan, para que, ni de lejos, puedan faltar a la caridad. En Barcelona, especialmente, verá maltratadas la justicia y la libertad, tan queridas siempre por él para todo el mundo. Quiso que, en la primera Residencia de estudiantes que se abriera en Cataluña, en el oratorio se colocara la frase de San Juan: Ventas liberabit vos (34): la verdad os hará libres, en memoria de estos años en los que mantenerse en la verdad fue la mejor arma contra la calumnia.

Pero Monseñor Escrivá de Balaguer no puede dejar de sentir el peso de la acritud que le llega por todas partes. Supera con humildad y fortaleza sobrenaturales las acusaciones contra su fama y su honra, su buen nombre y el honor de sacerdote e hijo fiel de la Iglesia. Perdona y enseña a perdonar. Pero hay días tan duros que no puede, casi, mantenerse en pie.

Sin embargo, nunca se siente víctima ni hace tragedias. Conjuga la humildad y la fortaleza. En Madrid, en 1942, en medio de grandes habladurías y de crueles insultos, con todo este peso encima, una noche se levanta de la cama -no puede dormir- y se va al oratorio, se arrodilla delante del sagrario y permanece un buen rato en oración diciendo:

-« Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo para qué la quiero?»(35).

Para no dar lugar en sus hijos ni a un movimiento voluntario de rencor, cuando alguno menciona estos temas, corta la conversación con el pretexto de que tienen mucho trabajo y no pueden perder el tiempo analizando comentarios. En más de una ocasión les dice que, al terminar el día, pide a Dios un sueño reparador porque la jornada siguiente se abre llena de posibilidades y precisa de todo su esfuerzo. Y consigue dormir como un bendito, dejando las cosas en manos del Señor.

En el año 1941, Amadeo de Fuenmayor viaja a Madrid para leer su Tesis Doctoral en la Facultad de Derecho. Y puede asistir a la meditación que don Josemaría dirige a sus hijos en el oratorio de la casa de Lagasca el día en que el Obispo de Madrid -don Leopoldo Eijo y Garay- le comunica la primera aprobación eclesiástica de la Obra. El Padre recuerda, en su oración ante el sagrario, esta oposición desencadenada en torno al espíritu del Opus Dei. La mayoría de los que están allí han sufrido esta batalla en la primera linea. Por eso cunde la emoción cuando el Fundador les anuncia que el Obispo de Madrid, que siempre acertó a saber que la mano de Dios estaba en los cimientos de la Obra, ha querido que tenga una aprobación oficial, pensando frenar la campaña de calumnias.

El documento que avala esta decisión jurídica tiene fecha de 19 de marzo de 1941 y está firmado por don Leopoldo Eijo y Garay. Llegará a manos del Padre el día 24. Monseñor Escrivá de Balaguer rememora aquella jornada cuando pasa por Madrid, en años sucesivos, con destino a muy diversos viajes apostólicos:

«Fui con mi madre y alguno de mis hijos que estaba en la casa, porque no había nadie más: todos estaban trabajando (...). Fui a ver a mi madre y le dije: mira, me acaba de llamar el obispo y, contra mi voluntad, porque no quería ninguna aprobación, me dice que está hecho el decreto. Vamos a dar gracias. Nos arrodillamos sobre la tarima del altar, y dimos gracias al Señor»(36).

Dos años más tarde, el 18 de octubre de 1943, también en este oratorio, el Padre reunirá a sus hijos para hablarles, en pie, junto al sagrario:

«Ya sabéis, hijos míos, que las buenas y las malas noticias os las doy junto al Sagrario. Ahora os digo que, mientras algunos por ahí -yo los perdono y les quiero- habían asegurado que los Obispos habían quitado las licencias ministeriales a este pecador, ha llegado de Roma un telegrama, dirigido al Obispo, anunciando que el Santo Padre ha dado el nihil obstat a la Obra, y que nos bendice de todo corazón»(37).

Sus palabras continúan, llenas de amor y agradecimiento. Después, reza una acción de gracias y un Avemaría. El nihil obstat e había concedido y fechado el día 11 de octubre, festividad, entonces, de la Maternidad de Nuestra Señora(38).

Desde los comienzos, Monseñor Leopoldo Eijo y Garay bendijo cariñosamente el trabajo del Fundador. Y durante estos duros años de persecución puso todo lo que estaba de su parte para que se restablecieran la verdad y la justicia. En una ocasión, le dijo a una mujer de la Obra que el Opus Dei era para él algo tan grande y tan querido, que en su oración ante el sagrario solía decirle al Señor: «Señor: aunque yo no valga gran cosa, cuando llegue ante Ti por lo menos podré decirte: en estas manos nació el Opus Dei, con estas manos bendije a Josemaría. Y éstas -sigue diciendo-espero que serán mis credenciales para presentarme ante el juiciode Dios»(39). José María García Lahiguera conoce al Padre desde 1932. Relata así su primer contacto con él:

«Vino a verme a mi despacho de Director Espiritual del Seminario de Madrid, en las Vistillas. La entrevista duró una hora y media o dos horas, y la recuerdo vivamente por la profunda impresión que me causó. Aunque entonces no le conocía, ni tenía de él referencia alguna, desde las primeras palabras que cruzamos, se estableció entre los dos una corriente de cordialidad, de simpatía (...).

Me explicó entonces la Obra a la que, por voluntad de Dios, estaba dedicando su vida. Sus palabras estaban llenas de delicadeza, de humildad y de un profundo sentido sobrenatural (...).

Yo estaba fuertemente conmovido con lo que iba oyendo y comprendí enseguida que el Padre estaba iniciando algo verdaderamente trascendental, de Dios »(40).

Hacia 1940 el Padre acude a confesarse habitualmente con este sacerdote que, después de la muerte del Fundador de la Obra, testimonia la actitud que mantuvo durante aquellos años:

«Aún hay otro aspecto de su sencillez que me permitirá pasar a dar testimonio sobre su heroico modo de vivir la fortaleza. Me refiero a que hasta las mismas contradicciones que tuvo que sufrir en aquellos años -tan duras, tan injustas, tan dolorosas- me las daba a conocer sin el menor dramatismo, las objetivaba de tal manera que yo podía darles la importancia que tenían en sí, ni más ni menos. Nunca se presentaba como víctima (...).

Su fortaleza estaba basada en una fe inconmovible, fe operativa que le llevaba a poner también los medios humanos necesarios, pero con una total confianza en la divina providencia»(41).

El día 9 de mayo de 1941 el Abad Coadjutor de Montserrat, Aurelio M. Escarré, escribe al Obispo de Madrid-Alcalá, Monseñor Leopoldo Eijo y Garay, para pedirle información acerca del asunto Opus Dei, «fundación del Dr. Escrivá, sacerdote de esa su Diócesis»(42).

El Obispo recibe la carta el 23 y su contestación no se hace esperar. Explica al Abad su tristeza por una campaña que no puede comprender más que a la luz de la advertencia evangélica: putantes se obsequium praestare Deo. Quizá los que atacan a la Obra piensan que hacen un servicio a Dios.

«Créame, Rvdmo. P. Abad, el Opus es verdaderamente Dei, desde su primera idea y en todos sus pasos y trabajos.

El Dr. Escrivá es un sacerdote modelo, escogido por Dios para santificación de muchas almas, humilde, prudente, abnegado, dócil en extremo a su Prelado, de escogida inteligencia, de muy sólida formación doctrinal y espiritual, ardientemente celoso, apóstol de la formación cristiana de la juventud (...).

Y en el molde de su espíritu ha vaciado su Opus. Lo sé, no por referencias, sino por experiencia personal. Los hombres del Opus Dei (subrayo la palabra hombres porque entre ellos aun los jóvenes son ya hombres por su recogimiento y seriedad de vida), van por camino seguro no sólo de salvar sus almas sino de hacer mucho bien a otras innumerables almas (...).

No merece más que alabanzas el Opus Dei; pero los que lo amamos no queremos que se lo alabe, ni se lo pregone (...); trabajar calladamente, con humildad, con alegría interna, con entusiasmo apostólico que no se desvirtúa precisamente porque no se desborda en ostentaciones (...).

Conozco todas las acusaciones que se lanzan; sé que son falsas; sé que se persigue a algunas personas, incluso en sus intereses, creyéndolos del Opus Dei, ¡y no lo son!»(43).

La carta está fechada en Madrid, el 24 de mayo de 1941. El Padre, mientras tanto, envía a sus hijos de Barcelona, que son solamente cuatro o cinco en este tiempo, una cuartilla con las palabras de una Epístola de San Pablo:

« Spe gaudentes: in tribulatione patientes: oratione instantes” (Rom XII, 12): alegres con,la esperanza, pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración»(44).

Alguna vez don Leopoldo llama al teléfono del Fundador, incluso a altas horas de la madrugada. Para recordar a Monseñor Escrivá de Balaguer algo que debe mantener erguida su esperanza: las obras de Dios están marcadas siempre por la incomprensión de los buenos y de los menos buenos. Es la Cruz de Cristo.

Una noche le recuerda -en latín- a través del hilo de comunicación las palabras que Jesucristo le dijo a Pedro (45), cambiando el término «hermanos», por «hijos»:

«Mira que Satanás ha pedido poder zarandearos como el trigo». Luego añade: «yo rezo tanto por vosotros... Tú ¡confirma a tus hijos!»(46).

Testigo de la actitud de don Josemaría Escrivá de Balaguer es el Padre Silvestre Sancho, dominico, que tiene la oportunidad de compartir la amistad del Fundador durante estos años de persecución:

«Jamás le vi una reacción de rencor. No era él hombre para eso, sino para comprender, perdonar y olvidar (...). Sin embargo le apenaban esas actitudes de algunos, porque de ninguna manera había motivo para esas campañas que hacían daño a las almas y sembraban la desunión en la Iglesia (...).

El Padre tenía una confianza en Dios total en medio de tantas persecuciones. El siempre tenía seguridad -esto se lo he oído muchísimas veces- de que como la Obra es de Dios, saldría adelante»(47).

Estas mismas dicerías habían sido esparcidas ya años antes. La noticia llega hasta el señor Bordiú, dueño del inmueble en que se ha instalado la Residencia de estudiantes de Ferraz 50. Se entera, asombrado, de que han sido calificados nada menos que de masones.

Comentará, a propósito de este rumor, que jamás en su vida había oído decir que los masones rezaran con tanta devoción el Rosario.

En España, cuando las circunstancias del país hicieron difícil la vida a los católicos, demostró su valentía y su lealtad a la fe y a las personas. Al cabo de los años, cuando se actuaba con rígida intransigencia con los no católicos, el Fundador los trató con cariño exquisito. Y también entonces sufrió molestias por parte de algunos que ejercían la autoridad.

En 1966, Monseñor Escrivá de Balaguer será nombrado hijo adoptivo de la Ciudad de Barcelona. Asiste al acto Rafael Termes, el que fuera primer director de El Palau. El Padre le da un fuerte abrazo. Mirándole, sonriente, repetirá una vez más: «¡valía la pena!... »(48). Lo dice sin pensar en honores personales, a los que ha renunciado desde siempre, sino por el gran número de vocaciones que han rubricado, durante estos años, la fidelidad de aquellos comienzos difíciles en los años 40.

Durante un viaje del Padre a través de España y Portugal, en 972, pasará -como tantas otras veces- por Barcelona. Allí, junto a un pueblo de la costa, en una casa de retiros, habla con un numeroso grupo de hijos suyos catalanes. Y Santiago Balcells le dice:

-«¿Cómo podemos sus hijos barceloneses compensar en parte esos sufrimientos que usted padeció solo o casi solo, hace años?»

-«¿Y me lo dices tú a mí? (...). Tuvimos necesidad de una persona en Barcelona que diera la cara, su nombre, para poner el primer Centro (...). Y tu hermano, cuando le maltrataron pensando que era del Opus Dei, no le dio la gana, por ser un caballero cristiano, aclarar que no era de la Obra: no dijo que era, pero tampoco que no era. Yo comenté con algunos: el Señor pagará a Alfonso esta generosidad y esta valentía con la vocación, que es el premio más grande que puede conceder»(49)

El y otras muchas vocaciones serán la mejor respuesta a la dureza y también a la fidelidad de los comienzos.