Cien años y en plena forma

«El sacerdote toledano Julio Muñoz Cuesta cumple mañana cien años y a su edad sigue celebrando misa y confesando a los feligreses en la Basílica de Talavera de la Reina». Así encabezaba un artículo de prensa el acontecimiento que hace unos días vivió Talavera de la Reina. Ante tal conjunto de inusitadas peculiaridades, la noticia corrió rápidamente a través de internet. Diversos medios de comunicación la rebotaron y propagaron, en castellano e inglés.

Julio Muñoz Cuesta un sacerdote centenario en plena forma. Foto: EFE

Don Julio cumplió cien años el pasado 27 de septiembre. Y desde 1985, con 72 años, cuando se jubiló de párroco de Velada y se trasladó a la cercana capital de la cerámica, sigue yendo cada día a la concurrida basílica de Nuestra Señora del Prado, a celebrar la Misa de once, a confesar y a repartir la comunión en otras misas.

El 27 de septiembre festejó familiarmente su centenario con el reducido grupo de presbíteros que conviven con él en la residencia sacerdotal talaverana. Y al día siguiente continuó la celebración en una Misa presidida por D. Braulio Rodríguez, Arzobispo de Toledo, y concelebrada por el Obispo auxiliar y cincuenta sacerdotes, ante una multitud de fieles que llenaba las naves del espacioso santuario de la Patrona de Talavera. Como es lógico, asistió también su parentela: hermanos, sobrinos, sobrinos-nietos y hasta una sobrina-biznieta de pocos meses.

El Arzobispo se refirió en su homilía a lo inusitado del acontecimiento: «En mi vida he tenido ocasión de saludar a bastantes centenarios y centenarias. Pero llevo más de veinticinco años de obispo y esta es la primera vez que celebro el centenario de un sacerdote. Ya se ve que son escasos los sacerdotes que llegan a los cien años. Y eso sin que yo pretenda comparar a ninguno con don Julio, ¡que hay que ver en qué buena forma ha llegado!»

D. Julio junto al Arzobispo de Toledo, D. Braulio Rodríguez, y el Obispo auxiliar.

Don Julio es, en efecto, un auténtico portento de la naturaleza. Basta ver su dinamismo y laboriosidad, unidos a una alegría contagiosa y a una recia personalidad. O escuchar su amplia alocución de agradecimientos, al final de la Misa, con su voz garbosa y vibrante. Desde luego, nadie que se acerca a él imagina ni de lejos los años que cuenta. Pero de casta le viene al galgo, ya que no le van a la zaga sus tres hermanas y su hermano, cuyas edades oscilan entre los 90 y los 103 años.

Desde hace seis meses, a don Julio le gusta recordar que en su vida ha conocido a diez papas, desde Pío X, de recién nacido en 1913, al actual, Francisco. Así lo hizo también en su intervención final en la Misa. Y cuando, con gran espontaneidad afirmó del último que es «simpatiquísimo», los presentes no pudieron menos que reír de buena gana, una vez más.

D. Julio recibe del arzobispo la bendición papal

Desde La Mata, su toledana localidad natal, don Julio llegó de niño al seminario menor de la archidiócesis, desde el que ingresó en el mayor. El estallido de la Guerra Civil no solo interrumpió sus estudios, sino que a sus 23 años le obligó a enrolarse en el ejército donde no se le ahorró la ocasión de probar en carne propia la metralla de una bomba, que por fortuna no le hirió de gravedad.

Al terminar la contienda, en solo dos años estuvo don Julio en condiciones de recibir la ordenación sacerdotal. Tuvo lugar en Mora (Toledo) el 7 de junio de 1941, junto a otros once candidatos, hoy todos fallecidos.

Don Julio, durantes sus palabras finales de agradecimiento

Después de atender varios pueblecitos de la provincia de Guadalajara, entonces pertenecientes a la mitra de Toledo, en 1943 fue nombrado párroco de Espinoso del Rey y otros tres pueblos de la comarca toledana de La Jara, donde permaneció trece años. Al llegar «no me encontré una iglesia, sino una nave en el suelo». «Eran tiempos difíciles, en plena posguerra, con pueblos mal comunicados, sin carreteras», relata. Pero como tenía que celebrar Misa, al principio le tocó utilizar como medio de transporte el burro y, después, la bicicleta: la misma que monta en una fotografía de 1947 reproducida en la invitación de su centenario, en la que aparece posando muy elegante, revestido con dulleta sobre la sotana, bonete y guantes negros.

En 1957 pasó a Velada, parroquia que rigió hasta su jubilación en 1985, momento en que tanto su buena salud como su inquietud apostólica sacerdotal le movieron a aceptar el ya citado encargo pastoral en la magna basílica de Nuestra Señora del Prado.

Ante la Virgen del Prado con algunos concelebrantes

Al cumplir las bodas de oro sacerdotales, «acepté la invitación del Espíritu Santo, que me movía a pedir la admisión como socio Supernumerario en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz», inseparablemente unida –como es sabido– a la Prelatura del Opus Dei. El agradecimiento al impulso espiritual en su vida sacerdotal que de ella recibe desde entonces, le llevó a introducir, en la Oración de los fieles de la Misa jubilar, una petición expresa por el Opus Dei, así como, en sus palabras finales, a manifestar su agradecimiento a varios sacerdotes de la Obra, naturalmente junto a otros presbíteros, personas e instituciones.

Al cumplir las bodas de oro sacerdotales, «acepté la invitación del Espíritu Santo, que me movía a pedir la admisión como socio Supernumerario en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz», inseparablemente unida –como es sabido– a la Prelatura del Opus Dei.

Al cabo de 72 años de ejemplar ministerio sacerdotal, este «simpatiquísimo» cura toledano afirma que se encuentra «con fuerzas» para proseguir con su labor, aunque a veces le fallen las piernas y necesite servirse de un bastón para caminar.

Y, en fin, ahí sigue ahora don Julio Muñoz día tras día, erre que erre, diciendo Misa, confesando y ayudando a dar la comunión en la Basílica del Prado de Talavera de la Reina, con ilusión y humilde sacrificio, siempre al servicio de Dios, de la Iglesia y de los fieles.