Carta del Cardenal Federico Tedeschini, Datario de Su Santidad y Protector del Opus Dei, a Mons. Escrivá de Balaguer con ocasión del 250 aniversario de la fundación del Opus Dei; 24-IX-1953.

“El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma”. Libro escrito por A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes

RHF, D-15036.

DATARLA APOSTOLICA

Roma, 24 de septiembre de 1953.

Muy venerado Padre y estimadísimo amigo,

Alegría grande me trae la próxima fiesta del día 2 de octubre, por evocar ella el acontecimiento que tan grabado está en nuestros corazones, y que no ha podido transcurrir sin que la mano de nuestro amadísimo Padre Santo se levantara a bendecir una vez más y de la manera más expresiva lo que Su paternal corazón tantas veces había delante de mí bendecido con palabras reveladoras del consuelo, que el Pontífice experimentaba, y de las esperanzas que las conseguidas realidades permitían concebir.

El cumplirse cinco lustros desde la fundación de un Instituto, pocas veces llama la atención, y menos aún despierta interés, dado que veinticinco años sólo pueden bastar para comienzos y nunca para progresos.

El Opus Dei, con la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, nació en cambio grande y maduro, por la inspirada oportunidad de la idea, oculta antes en el anhelo de los tiempos, y confiada ahora por Dios a la virtud sacerdotal y al prestigio personal del egregio Fundador: se abrió el camino a través de dos guerras, la Hispana y la segunda mundial; renovó, como en el Evo Medio, su llamada, no ya a una clase, sino a toda la sociedad, empezando por los selectos, intelectuales, y descendiendo a la universalidad del pueblo cristiano y de las cristianas familias; ganó la dificil simpatía de los jóvenes estudiosos y aún de los más favorecidos por su posición en el mundo, y los llevó, como en los admirables tiempos de San Benito, de Santo Tomás de Aquino y de San Bernardo, con fuerza irresistible, a dejarlo todo, nombre, familia, bienestar, porvenir, por amor de Dios, en forma sin embargo tan acertadamente singular que la acogida tomó aspecto de fenómeno social nuevo.

Y me place recordar, pues presente era yo, que brotó el Opus Dei en el silencio; se reveló sin ruido; se extendió sin fatiga; y llenó en pocos años, más que los Claustros, el mundo, arrastrando cuantos había de generosos, de abnegados, de entusiastas.

Somos de ayer y lo hemos llenado todo, decían los primeros cristianos, y lo repiten hoy los hijos del P. Escrivá. Lo que para los extraños es asombro, para ellos es naturalidad; y para la Iglesia es orgullo y consuelo.

¡Oh! ¡cuántas y cuáles vocaciones! Yo las conozco: yo puedo compararlas; puedo admirarlas. Lo que no puedo, es contarlas. De donde menos era de esperar, naciones, carreras, oficios, de ahí más espontáneas, y, lo que más importa, más espirituales han venido los reclutas; y cuantos más instantes para ellos, (por no desertar ni ambiente, ni profesiones, ni hábitos de aquel mundo que hay que curar), los peligros, tantos más adiestradas las legiones, y más interiores las armaduras de los nuevos ejércitos.

La Iglesia ha mirado complacida, pero también sorprendida, el avanzar y el estrecharse a su maternal regazo, de tantos y tan inesperados soldados, y ha creído en la caridad que los animaba y los ha reconocido por los frutos. Y no esto sólo: sino que ha visto, por ellos, brotar de sus antiguas, maternales y tan fecundas entrañas, una fuerza nueva, desconocida antes, y claramente necesaria ahora; y de la fuerza, una idea y un rumbo, santos y saludables; y estos ha recogido como una joya más, que añadir a su celestial Corona: la idea y el rumbo de los Institutos seculares: tan dignos de consideración, tan prometedores de bienes, tan consentáneos a la época, y, aún más, tan por la época exigidos, que no ha podido menos que injertarlos en sus leyes, como un Capítulo notable y nuevo, y como manantial del más fecundo porvenir.

Con la Santa Iglesia y con el Augusto Pontífice, sólo Usted, querido Padre, tiene hoy el honroso derecho de elevar la mirada al Cielo, con la más fervorosa y más debida acción de gracias.

Pero no le extrañará que yo también encuentre especialísimos motivos de agradecer la magna Obra al Santo y Divino Espíritu, y de presentar enhorabuenas a usted, al Instituto, a la Iglesia y a España.

Surgió en efecto, la Obra en el medio de mi Nunciatura: el año 1928; entre el 1921 y el 1936, confines de mi Misión.

Considero el Opus Dei como la flor más bella, más olorosa, y más consoladora de aquel período de mi vida, en que la Providencia me dio a conocer cual fuerza se esconde y cual dinamismo se perpetúe en la vieja y siempre nueva y juvenil pujanza de España. Y una vez los dos, yo y ella, en Roma, y nombrado yo Protector, una nueva vocación, esto es una nueva invitación divina, ha venido a añadirse al antiguo Nuncio, para que no interrumpa sus destinos españoles: seguir, abarcar, entender y comprender los designios de Dios sobre la Obra; acompañarlos con sus solicitudes; ampararlos contra los peligros propios de toda novedad y de toda grandeza; animar y confortar, con el afecto de la primera hora, a los dirigentes, a los Numerarios, a los Oblatos y a los Supernumerarios; y decir en todo instante a Dios, al Vicario de Cristo, a España y al mundo: he amado y amo lo que es digno de amor; protejo lo que veo conducir más almas a Dios; leo en los corazones, valientes y nobles, del Fundador, de esta magnífica juventud y de los sacerdotes que la cuidan, el más puro amor a la Iglesia; y por lo tanto, doy todo lo que está en mi pecho para que esta armada, la verdaderamente invencible, sea mina inagotable de Apóstoles, seculares, como los primeros de Cristo, y Romanos, como los eternos del Papa!

Bendigo con toda el alma a Usted, querido Padre, y a todos los Hijos, suyos y míos; y me reitero, con votos de incesante avanzar, y con siempre más cálido corazón.

afectísimo amigo

+ Federico Card. Tedeschini

Obispo Suburbicario de

Frascati

Protector

A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes