Carmen y Santiago

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Cuando el Señor se llevó consigo a doña Dolores en abril de 1941, la hermana del Fundador, Carmen, quedó sola al tanto de las tareas domésticas de Diego de León. Su hermano Santiago la acompañaba a comer y cenar y pasaba con ella los ratos que permitían las muy distintas ocupaciones de una y otro. Carmen, que tenía unos veinte años más que yo, me tenía como paisano suyo, ya que era de Barbastro y yo de Huesca. Por ser hijos de su hermano, ella tenía pleno derecho a considerarnos sobrinos, y nos trataba en consecuencia. En realidad, nos tenía mucho más como hijos que como sobrinos, y éramos objeto de muchas atenciones suyas.

El comienzo del Centro de Estudios añadió al trabajo de cuidar una casa de tan amplias dimensiones, la atención de la comida y repaso de ropa de bastantes más personas. Era un tiempo en que se carecía de la mecanización hoy disponible. La limpieza de las cuatro plantas de Diego de León requería de Carmen gran dedicación. Era además la sede central del Opus Dei, y el esmero en los aspectos materiales de la casa debía ayudar a que la mentalidad laical de la Obra entrara por los ojos a muchas personas que acudían allí para visitar al Fundador.

Por propia decisión, Carmen no daba a su vida otro sentido que el de ayudar a su hermano Josemaría en su misión de sacar adelante el Opus Dei. Y ayuda muy importante y eficaz en aquellos años fue ocuparse directamente de la casa de Diego de León, a la vez que orientaba las tareas domésticas de la residencia de Jenner y de otros centros de Madrid, mientras se hacían cargo de ellas las mujeres de la Obra. Carmen no pertenecía al Opus Dei, pero entendía que era el Señor quien le pedía su colaboración; y con total libertad asumía gustosa la responsabilidad de esas ocupaciones. Recuerdo haberle visto en alguna ocasión excepcional con la cara seria y disgustada por justo motivo; si tratábamos de decirle algo para que desarrugara el ceño, nos contestaba con un "¡no estoy para bromas!". Pero esa actitud cedía enseguida: en cuanto veía el menor signo de pesar por nuestra parte, se olvidaba de todo, recuperaba su habitual buen humor y nos ganaba con su afecto.

Alguna vez, a través de amistades, conseguía algún suministro extraordinario de aceite, legumbres, arroz, harina, patatas, para varias semanas, y, contentísima, nos lo venía a contar enseguida. Esto ocurrió con una importante partida de higos secos, de calidad muy modesta: los tuvimos en la merienda durante varios meses y, cocidos en su almíbar, en el desayuno. En otra temporada, ante la imposibilidad de disponer de patatas, obtuvo de tierras levantinas varios sacos de boniatos -tubérculos poco utilizados en Madrid para la mesa en situaciones normales- que, cocinados con ingenio por Carmen de formas variadas, fueron bien acogidos. Grande fue su alegría cuando Justo Martí le envió desde Valencia una receta para preparar pastel de boniato, que nos pareció suculento. Fue también motivo de gozo para Carmen recibir un saco de harina de Corella (Navarra), una larga ristra de longaniza que se trajo José Ramón Madurga de Valtierra (Navarra) o un importante suministro de arroz que facilitó un conocido de Lérida. A finales de la primavera del 1944, se obtuvo a buen precio un cargamento de patatas que debían consumirse con urgencia, lo que obligó a servirlas a diario de distintas formas, hasta el punto de que uno comentó en broma, con las risas consiguientes, que empezaba a encontrarse "apatatado".

Cuando la animábamos a descansar, Carmen nos decía que no sabía estar cruzada de brazos, que el trabajo la distraía. Muy pocas veces salía de casa a dar algún paseo, con Santiago, o con alguna amiga; o a estar con las mujeres de la Obra. Una vez la encontré en el vestíbulo de la primera planta, realmente agotada. A modo de explicación -no de queja, ni para que la consolara- me dijo: "Si supieras, Paco, cuántas veces he subido y bajado hoy esas escaleras...". Pero enseguida se venció y recuperó su buen humor.

Santiago pasaba muchas horas trabajando en su habitación y comía con Carmen. Su extremada delicadeza le llevaba a mantener esa independencia. Permaneció un tiempo en La Coruña con motivo de su servicio militar, de donde regresó a mediados de marzo de 1942. Hacia el 25 de noviembre del siguiente año, estuvo muy grave por una severa hemorragia digestiva, que requirió transfusiones de sangre. Algunos nos turnamos para velarle durante las tres o cuatro noches de mayor riesgo. El 8 de diciembre se dio a Santiago como fuera de peligro, aunque siguió con vigilancia médica bastante tiempo.