Cannes recibe con frialdad y pitidos el estreno mundial de 'El código Da Vinci'

La primera proyección de la tan esperada El código Da Vinci fue recibida por la prensa con notable frialdad, pitidos y hasta algunas risas.

Es probable que no sean los críticos el público idóneo para esta chata película de aventuras, brillante en medios técnicos pero escasa en ideas, salvo las que provienen de la famosa novela de Dan Brown. De haber sido original, quizás hubiera sorprendido la fantástica historia que en ella se cuenta, pero, conociendo de antemano el intríngulis, las imágenes cinematográficas pasan por la pantalla sin nervio. El filme se estrena mañana en todo el mundo.

"El código Da Vinci", todo el mundo lo sabe, propone la teoría de que Jesucristo fue simplemente humano, se casó con María Magdalena, con la que tuvo hijos, y que su estirpe sigue viva entre nosotros. Fueron intereses políticos los que transformaron su vida en la leyenda de un ser divino y naturalmente célibe, capaz de hacer milagros y de resucitar al tercer día. Dice la película que si ese fraude se divulgara ahora, quedarían derruidas para siempre las asentadas bases del cristianismo y de la Iglesia católica, y con ello su inmenso poder; de ahí que desde hace siglos se haya venido aniquilando a sangre y fuego cualquier indicio de que este secreto pudiera ser divulgado. En la trama de la película algunos representantes de esa Iglesia, con la ayuda de miembros del Opus Dei, organizan el asesinato de cualquier posible conocedor o transmisor de esa verdad. O de esa fantasía, a fin de cuentas tan inverosímil como la de la oficial.

Un especialista en simbología (Tom Hanks) es reclamado por la policía como presunto asesino del conservador del Louvre, muerto en circunstancias extrañas. Con la inesperada compañía de una criptóloga (Audrey Tatou), se ve envuelto en persecuciones, nuevos asesinatos, traiciones y disparates, hasta que finalmente identifica a la heredera de Jesucristo, momento en que las carcajadas de los espectadores se oyeron con claridad. 152 minutos de proyección en los que la película da vueltas y vueltas sobre sí misma, provocando por momentos la sospecha de que pudiera tratarse de una historia interminable. Lo que al principio tiene el encanto de un dinámico filme de aventuras, va dando paso a una peripecia enrevesada y confusa. Ésa fue, al menos, la impresión dejada tras su primer pase, con el que ha inaugurado Cannes, al parecer más tentado por la repercusión del escándalo que por criterios de calidad cinematográfica.

Diego Galán // El País