Hvala! Moitas graciñas

Hvala! En croata, “gracias”. Hvala. Hvala. Hvala. El rigor de la pronunciación era lo de menos, se suplía con las sonrisas de todos los que habíamos tenido la oportunidad de estar ocho días trabajando en Karlovac, una población situada a cincuenta kilómetros de Zagreb. Era el momento de la despedida y se nos hacía un poco duro. ¡Habíamos conocido a gente tan buena!

Dieciocho jóvenes de Vigo, Santiago de Compostela y La Coruña recorrimos más de 5.300 kilómetros entre ida y vuelta en la primera quincena de julio para trabajar en la parroquia de Karlovac. Apilar troncos en un granero podía parecernos una tarea un tanto insípida hasta que nos enteramos de que el invierno suele sacar a pasear los -20º por los termómetros de la zona. A juzgar por el espléndido sol del verano cuesta creerlo, pero, aunque no de manera constante, todos los años varios días bajan las temperaturas hasta esa cifra. Más madera.

Cuando ya no quedaban troncos vino la segunda fase. Vaciar un edificio de dos plantas y un amplio desván que pertenecen a la parroquia. Cuánto tiempo hacía que no se usaba, no lo sé. Pero mucho, seguro que mucho. Y entonces vino algo que era tan agotador como divertido, porque el trabajo –lo hemos palpado bien de cerca– cuando se hace con los demás y por los demás alimenta el buen humor. Esa mesa, fuera. ¿Por la escalera? No hay tiempo, por la ventana. ¿Seguro, D. Filip (el párroco)? Sonrisa amplia, mirada comprensiva… Por la ventana. Luego le dais con el hacha y lleváis las maderas a quemar. Armarios, estanterías, mesas, sillas… Limpieza a fondo.

Mientras las carretillas van y vienen por las calles que rodean la parroquia, en la cocina hay un despliegue de trabajo enorme. Hvala. Los padres de D. Filip cogieron el coche y dejaron su lugar de residencia habitual, y nos dieron una lección a todos de espíritu de servicio. Desayuno, comida, cena. Siempre alegres. Como para poner mala cara si te cansabas o te habías clavado una astilla. Hvala.

En Karlovac no paramos de ver gente en bicicleta. Jóvenes y menos jóvenes. Un pelotón de niños venía cada día a saludarnos. ¿Hoy fútbol? Sí, hoy sí. Jugar al fútbol con niños croatas en julio de 2018 ponía fácil la conversación: Modric, sí, Luka y Rakitic y Kovacic… Risas, Mundial, el lenguaje del gol. Una gramática que nos era familiar. Mientras la furgoneta se movía lentamente marcha atrás para hacer la maniobra que nos ponía rumbo a la autopista, agitaban las manos para despedirnos… Hrvatska!

Adolescentes hablando a adolescentes

Los dieciocho que fuimos tiramos del carro: unos han preparado unas charlas de formación sobre vida cristiana –adolescentes hablando a adolescentes­–, otros han preparado información relevante de las principales ciudades por las que fuimos pasando e ilustrado a los demás.

El camino de ida tuvo sus paradas: Barcelona, Verona, Venecia. El de vuelta también: Milán –otra acogida para escribir un grazie enorme– y, sobre todo, Torreciudad. Dos días enteros visitando a la Virgen. De Croacia llevábamos la bandera y casualmente, al verla, en una de las furgonetas en el parking del santuario, un matrimonio croata se nos acercó para preguntarnos si nosotros también éramos hrvatski. No, no pero sí, depende, ya me entiendes.

Después de todo lo que habíamos vivido solo quedaba dar las gracias a la Virgen por esos días, por todas las personas que nos habían tratado tan bien. Vas a ayudar y notas que no tiene sentido decir “de nada”, que, una vez más, solo debes decir hvala.