Caminos de Andalucía y de Castilla

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Un buen día de abril el Padre emprende de nuevo la ruta del sur de España. El Miércoles Santo de 1945 salen con él, camino de Andalucía, don José Luis Múzquiz y Jesús Alberto Cajigal. Van en un coche que conduce Miguel Chorniquet. Su primer motivo es impulsar la instalación de las Residencias para universitarios de Sevilla y Granada. Además, visitarán a los Obispos de diversas ciudades. Siempre el Padre tendrá una gran deferencia con la jerarquía eclesiástica. Llegan casi de noche a la ciudad del Guadalquivir, que se encuentra abarrotada de gente por las festividades de la Semana Santa. Habrán de hospedarse en Alcalá de Guadaira, pero antes compartirán el fervor espontáneo de las procesiones. Años más tarde, el Fundador cuenta aquella experiencia junto a los sevillanos:

«Hace muchos años, casi treinta, vine a Sevilla por Semana Santa. Salí a la calle cuando ya andaban las cofradías por ahí... Y cuando vi toda aquella gente, aquellos piadosos hombres que iban en las procesiones acompañando a la Virgen, pensé: esto es penitencia, esto es amor. Era muy hermoso. Luego, cuando vi... no sé qué paso era, no recuerdo qué imagen de la Virgen... Lo de menos eran las joyas, las luces... Lo importante era el amor, las saetas, los piropos: ¡todo!

Estaba allí mirándola, y me puse a hacer oración... Me fui a la luna. Viendo aquella imagen de la Virgen tan preciosa, ni me daba cuenta de que estaba en Sevilla, ni en la calle. Y alguien me tocó así, en el hombro. Me volví y encontré un hombre del pueblo, que me dijo:

-"Padre cura, ésta no vale ná; ¡la nuestra es la que vale!".

De primera intención casi me pareció una blasfemia. Después pensé: tiene razón; cuando yo enseño retratos de mi madre, aunque me gusten todos, también digo: éste, éste es el bueno»(15).

Al día siguiente, jueves Santo, visitan un edificio situado en la calle de Canalejas. Allí está ya, para enseñárselo, Javier de Ayala. Al Padre le gusta. Aquello se convertirá, en breve plazo, en la Residencia “ Guadaira ” de Sevilla.

Continúan el viaje sin pausas. Saludan al Obispo de Cádiz. Hoy les acompaña Vicente Rodríguez Casado. Por la tarde, maravillosa tarde de abril andaluz, con el aire inundado de jazmines, llegan a Algeciras. Desde las costas de Tarifa se ve la linea africana. El paisaje, deslumbrante de luz, es bellísimo. El Padre da paso a un pensamiento hondo que le desborda y hace un solo comentario:

-No es posible que la Gracia de Dios no llegue hasta allí(16).

Años más tarde, como respuesta a su deseo, Kenia, Nigeria y muchos otros países del viejo continente Africano acogen el espíritu de la Obra. Un número elevado de hijas e hijos suyos pregonan, con el color de su piel, el origen de su raza.

En este itinerario andaluz pasan por Málaga y se detienen brevemente. Se acercan a Granada; hacia allá ruedan durante varias horas. La ciudad transpira primavera y deja entrever sus «carmenes» entre cipreses, palmeras y arrayanes. Sube el Padre, calle arriba.

Sus hijos han buscado varias casas para montar la Residencia de estudiantes, pero les gusta especialmente el «Carmen de las maravillas». Se encuentra en el Albayzín, no lejos de las Facultades universitarias, aunque hay que jadear bastantes cuestas al regresar, ya que los accesos no son buenos. En el barrio pululan los niños, entre un rumor que canturrea o grita según la hora del día.

Desde arriba se ve la blanca y mora ciudad envuelta por la Vega. Al otro lado, la sierra y el mágico silencio de La Alhambra. El Padre se siente atraído por el lugar y les anima. No deben preocuparles las distancias ni la escasez de medios materiales. El «Carmen de las maravillas» se convertirá en la nueva Residencia. Además, les augura que se llenará muy pronto y que de ahí saldrán vocaciones para el Opus Dei: esta frase, cuando se está comenzando en todas partes, parece un sueño lejano, irrealizable. Sin embargo, Dios es quien pone el incremento.

Siguen viaje hasta Almería. El Domingo de Resurrección, el Fundador celebra la Misa de Pascua en la catedral junto al pequeño grupo que le acompaña. Sin apenas descanso, pasan por Murcia y continúan, carretera adelante, hacia Madrid.

En julio de 1945, se instala “ Molinoviejo ” en el término de Ortigosa del Monte, provincia de Segovia. Es una casa de campo, rodeada de pinos que, muy aprovechada, puede albergar un buen grupo de personas. Unos parientes de don José María Hernández de Garnica la ceden en arrendamiento. El Padre vuelca de nuevo su interés y cariño en este lugar, que con los años se transformará en casa de retiros; un Centro en el que residirán, alternativamente, hombres o mujeres, jóvenes y adultos: todos los que buscan la paz y el silencio de unos días para un mejor encuentro con Dios; para una rectificación verdadera y eficaz de su vida cristiana. También se monta una escuela de promoción social para las campesinas de los alrededores.

Molinoviejo , con su ermita, su crucero, que labran unos artesanos gallegos, las grandes vigas que apuntalan la techumbre y el recio suelo de roble, se convertirá en lugar de predilección y desarrollo para el Opus Dei. Con el tiempo, los álamos, el pinar, el cielo que asoma detrás de la montaña segoviana serán testigos de fidelidad, de esperanza, de caminos divinos abiertos a lo largo de la tierra. La Anunciación de María ocupa el retablo del oratorio, recogido, propicio a la oración. El silencio sólo está cortado por el agudo concierto del aire que mueve las agujas de los pinos. En la ermita, desde que comienza a utilizarse la finca en 1945, está entronizada una imagen de María con dos siglos de antigüedad. Se halla en mal estado, pero será restaurada en 1947. La Virgen es de madera policromada, sedente y con una gravedad dulce que proclama escuela castellana. Tiene el Niño descalzo en los brazos. Molinoviejo guarda secuencias inolvidables en la historia de la Obra.

Una vez restaurada la ermita, se ha conservado un recuadro con las primitivas losas rojas que formaban el suelo. El 24 de septiembre de 1946 el Fundador indicará que, con el artesonado de madera retirado a causa del deterioro sufrido por el tiempo, se hagan pequeñas cruces para entregar a las primeras vocaciones de cada país. Es como abarcar la tierra con el único e irrompible eslabón de amor: la Cruz de Cristo. Y es también la perennidad del espíritu del Opus Dei transmitido del primero al último, del inmediato al antípoda.

Cada rincón de la casa recogerá motivos entrañables. Sobre la viga que cruza el cuarto de estar, aquella frase de Virgilio: Deus nobis haec otia fecit: erit ille nobis semper Deus , que el Fundador de la Obra traducirá en un lenguaje familiar: «Dios nos ha dado este lugar de descanso; para nosotros El será siempre (...) nuestro Padre Dios»(17). Las Universidades del mundo, pintadas en la pared del comedor, como una llamada universal al esfuerzo, al trabajo y a la ciencia para Dios. Y los borricos mansamente dibujados en un muro exterior, tirando de una noria cotidiana, con la alegría de su fiel y nada ostentosa utilidad. Lugar de oración, de serenidad. De proyectos con anverso sobrenatural. Con noble reverso humano.

Junto a la entrada, campea el repostero que confeccionarán las primeras mujeres de la Obra que llegan a la casa: un águila con las alas desplegadas, a medio camino entre las rocas y las nubes. Y un fragmento de San Juan de la Cruz, que explica el simbolismo:

«esperé sólo este lance,

y en esperar no fui falto,

pues fui tan alto, tan alto

que le di a la caza alcance... » (18).

También se abrirá, en septiembre, la Residencia de estudiantes de Abando en Bilbao. Y, a la vez, Zurbarán , la primera Residencia Universitaria femenina, en Madrid. La Sección de mujeres de la Obra se ha hecho cargo de un edificio de dos plantas, situado en el número 26 de la calle de Zurbarán. Tiene posibilidades iniciales para veinticinco plazas. No obstante, la cabida del futuro Colegio Mayor es bastante elástica, en función de las necesidades y de la capacidad de reducir espacios ocupados por parte de las personas del Opus Dei.

El Padre sigue muy de cerca la instalación de estos Centros, que sirven de base para el apostolado personal que cada miembro de la Obra realiza con sus compañeros y amigos. Junto a los proyectos materiales, que requieren un enorme esfuerzo, antepone siempre el espíritu, la norma de vida y de amor que debe presidir todo trabajo. Le importa la santidad, le interesa la alegría cerca de Dios. Jamás ha tenido ambición de brillar. Camina al paso que le marca Dios. Pero sólo para llevarle almas; sólo para elevar las nobles actividades de la tierra con la dimensión evangélica de Cristo.

También a Zurbarán llegan algunos muebles de doña Dolores Albás para instalar el salón: sofá y sillones de madera oscura tapizados en rosa viejo; una vitrina con diversos objetos; un cuadro de la Abuela en su infancia. Y una lámpara de techo con buena iluminación.

En la escalera de entrada, a la izquierda, se encuentra el despacho de dirección. Una mesa de escritorio, un tresillo y el tríptico pintado al óleo que había servido de retablo al oratorio de la casa de Jorge Manrique 19. Un gran armario con libros cubre todo un lateral.

El oratorio está en la primera planta y llena su pared frontal con una pintura de la Inmaculada. Cerca de la puerta de acceso, una Cruz bajo cuyos brazos se acogen frases de los Hechos de los Apóstoles: Erant autem perseverantes in doctrina Apostolorum, et communicatione fractionis panis, et orationibus (19): Perseveraban todos en la doctrina de los Apóstoles, en la fracción del pan y en la oración.

En el semisótano, el comedor y la zona de Administración. La fachada posterior comunica con un patio amplio y silencioso. Junto a las ventanas de la cocina crecen las ramas de una adelfa.

La odisea económica de este Centro será de orden similar a la de cualquier comienzo, y está sembrada de múltiples anécdotas. El común denominador es la penuria del momento. Zurbarán vive prácticamente del crédito. Las facturas se acumulan y sólo gracias al trabajo profesional intenso, a la ayuda de algunas personas y a una confianza sin límites mantiene su funcionamiento.

La tarea de formación humana y sobrenatural que aquí se lleva a cabo será importante: un elevado número de mujeres pide la admisión en la Obra y otras muchas reciben un fuerte impulso en su vida cristiana, en este Centro del Opus Dei. Pero lo principal no es la Residencia. El Opus Dei no es un espacio concreto al que acercarse: es la presencia diaria, en la calle, de cada uno de sus miembros. Si las primeras mujeres de la Obra viven en los Centros que acaban de estrenarse es por una necesidad inmediata de orden, de dirección y formación. Muy pronto habrá personas que han de permanecer en su ambiente familiar, en los niveles sociales más diversos. Una idéntica vocación anima a todas. Solamente cambian las circunstancias.

Van adelante con la certeza sobrenatural de que la Obra es un imperativo de Jesucristo y no hay dificultad, incomprensión o freno que pueda detenerla en su camino.