Los enfermos de la sala 400

Zsölti, Evelyn, Chicken, Zsoli y los enfermos mayores de la sala 400 protagonizan esta historia sobre los quince días de voluntariado que Mencía, una joven de Valladolid, pasó en un pueblecito cercano a Budapest.

Grupo de voluntarias de la Asociación Trechel que han participado este año en el voluntariado de Hungría.

Me llamo Mencía y empiezo 2º de Bachillerato en el colegio Pinoalbar de Valladolid. Desde hace tiempo participo en el voluntariado que organiza la Asociación Juvenil Trechel.

Este verano repetí el voluntariado en el Centro Reménysugár Otton de Balassagyaarma (Hungría). En este hospital viven niños huérfanos o abandonados, madres solteras, ¡con tan sólo 16 años!, y más de ochenta enfermos, en unas condiciones muy duras.

El primer año estuve gran parte del tiempo haciendo el voluntariado con niños pequeños. Procuraba hacerles pasar ratos felices con juegos, canciones y bailes.

En ocasiones me topaba por el hospital con los enfermos más mayores, que tanto me imponían. Pero, a medida que pasaban los días, me di cuenta de nos sonreíamos al cruzarnos, y que ese simple gesto les hacía muy felices. Esto me sirvió para coger confianza en mí misma, y acabé conociendo y tratando a muchos de la “sala 400”.

Reencuentros

Este año, al llegar a Reménysugár Otton de Balassagyaarma, nos encontrarnos con Evelyn una de las enfermas del año pasado, que tenía el cuerpo lleno de llagas; las enfermeras nos habían dicho que le quedaba poco tiempo de vida; así que al verla de nuevo la alegría que sentí fue inmensa.

También entré en la habitación de Zsölti que al verme pegó un grito de alegría, como siempre hacía cuando nos veía. Me agarró la mano, y se quedó sonriéndome un buen rato. Es difícil expresar lo que sentí en ese momento al notar su cariño.

Más tarde pasé a saludar a Chicken -ese fue el apodo cariñoso que le pusimos-, ya que se parece mucho al actor de la película de “Chicken Little”. Es un niño de unos tres años que está prácticamente ciego, que sufre grandes dolores de cabeza y un pequeño retraso.

Y al finalizar la mañana fui a ver a Zsoli que vive en una casita al lado del hospital junto con otros enfermos. Tiene el don de acordarse del nombre de cada voluntaria, y le encanta bailar.

Risoterapia en Budapest

En estos quince días de voluntariado dedicábamos la mañana a realizar trabajos físicos como pintar vallas, limpiar cristales, ordenar salas, hacer trabajos de jardinería, fregar, etc., pero lo más importante para mí era estar con ellos, haciendo las actividades lúdicas que notaba que les gustaban más, como hacer juegos, escuchar música, batir palmas, cantar, bailar y reírnos con ellos a carcajadas (la risoterapia allí salía sola).

Por las tardes nos dedicábamos a conocer Budapest: su arte, cultura y gastronomía. Estos largos recorridos nos sirvieron para conocernos más todas las voluntarias, no sólo las que íbamos de Valladolid, sino también de otras ciudades de Castilla y León y Asturias. Ha sido un modo de consolidar la amistad con algunas o de iniciarla con otras.

El último día organizamos un festival en el que los enfermos y personal del hospital nos dieron una sorpresa: habían decorado todo el jardín con guirnaldas, banderillas y globos con los colores de la bandera española. ¡Olé!