Declinaciones de amor: a los 20 años del fallecimiento de Ernestina de Champourcin

El miércoles 27 de marzo se cumplen 20 años de la muerte de Ernestina de Champourcin (1905-1999), una de los dos únicas autoras incorporadas por Gerardo Diego a la segunda edición de la Antología Canónica de la Generación poética del 27.

Diario de León Declinaciones de amorDeclinaciones de amor (Descarga en PDF)

Más tarde, aquel despiste de Gerardo se fue corrigiendo, al incluir en el repertorio de las poetas de la generación, junto a las pioneras Champourcin y Josefina de la Torre, a Rosa Chacel, Concha Méndez y Carmen Conde.

Con esa alineación presentó en 1999 y en la Biblioteca de Escritoras, el profesor Emilio Miró su Antología de poetisas del 27. Pero incluso en ese estricto y rácano quinteto se hace preciso recalcar la prevalencia poética de Champourcin, una mujer que vivió 94 años cargando con sucesivos malentendidos.

En primer lugar, su condición de mujer culta y liberal en una España de pandereta (...). A continuación, el alejamiento de un exilio que la llevó a Méjico entre 1939 y 1972. Y por último, en su retorno de viuda a España, la coletilla perenne de su pertenencia al Opus Dei, en cuyas filas había ingresado en 1952.

Después de una infancia aristocrática, distraída en jardines de casas grandes y salones con espejos, Ernestina Michels de Champourcin y Morán de Laredo se traslada de Vitoria a Madrid, atendida por institutrices francesas e inglesas. Al culminar su bachillerato, la presión familiar combinada con su tozudez echan por tierra el proyecto de estudiar Filosofía y Letras, porque rechaza la costumbre establecida de acudir a clase acompañada por un adulto. Mientras, escribe poesías en francés o inglés y lee sin descanso clásicos de ambas lenguas. También a Juan Ramón Jiménez, cuya poesía alumbra sus primeros versos, agrupados en su poemario En silencio (1926).

Una pasión acrecentada con el paso de los años, que culmina su homenaje del centenario La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), de 1981. El premio Nobel le había dedicado uno de sus retratos líricos reunidos en Españoles de tres mundos (1960).

En pleno auge de una relación amorosa imprevista con Huberto Pérez de la Ossa (1897-1983), escritor precoz (premio Nacional 1924 por su novela La santa duquesa) que acabaría como secundario teatral de Luis Escobar, participa a partir de 1926 en la creación y puesta en marcha del Lyceum Club, a la vez que despide al galán.

Tampoco la acogida entre las mujeres del Lyceum es unánime. Allí la arropa Zenobia y tiene como cómplice a Concha Méndez; en cambio, las memorias de Carmen Baroja (hermana del novelista) no muestran aprecio (...).

Como comparte poco después Champourcin con Carmen Conde, «las viejas se pasan el día poniendo defectos. Son una plaga». Estos y otros sarpullidos corresponden a una sensibilidad diferente a la hora de encajar las actividades rutinarias o más rompedoras del Lyceum, como la conferencia de Alberti, que no se privó de sacudir a escritores cuyas mujeres asistían a la zurra, recibiendo silbidos, pateos e incluso insultos.

Tres libros previos a la guerra intensifican su canto de amor intenso y desgarrado, que refuerza tanto su cosmovisión lírica como el fulgor descollante de la expresión poética. Sensualidad y trascendencia se alían con la pasión de amar y el sufrimiento de padecer. Una secuencia que discurre por los poemarios sucesivos Ahora (1928), La voz en el viento (1931, con prólogo de Juan Ramón) y Cántico inútil (1936), que culmina esta primera etapa de su obra con una sensibilidad muy acusada, de diversa y original imaginería, oscilante entre el arrebato místico y la sensualidad amorosa. «No estaré, cuando vuelvas, donde tú me dejaste. / He subido más alto. / Apoyada en tu impulso, traspasé el horizonte / que me hiciste soñar». Poco antes de la guerra publica Campourcin su novela La casa de enfrente (1936), donde aborda variados episodios de crianza, educación y socialización de las mujeres burguesas españolas durante las primeras décadas del siglo.

En noviembre de 1936 se casa con el poeta Juan José Domenchina (1898-1959), a quien había conocido en 1930. Domenchina era secretario de Azaña y Champourcin trabaja durante la guerra como enfermera en el hospital que regenta Dolores Azaña, colaborando en la revista Hora de España.

Ya en el exilio, recalan en Méjico, invitados por Alfonso Reyes, presidente de la Casa de España. Allí proseguirá su obra poética, combinada con una febril tarea de traductora para Fondo de Cultura Económica, prolongando su estancia hasta 1972, fecha del regreso a España. Domenchina pronto encadenó sucesivas depresiones, que lo condujeron a una muerte temprana, mientras ella resolvía la supervivencia familiar con traducciones del inglés y francés o colaboraciones de prensa.

La segunda etapa de su obra poética la reanuda con Presencia a oscuras (1952), que publica Adonais en España, en cuyos versos aparece la obstinada búsqueda de Dios con una respiración a la vez erótica y mística. A partir de entonces, ahondará esta temática excluyente, que se vierte en cuatro libros mejicanos y en su obra del retorno, ya en España.

Su palabra lujosa y sensual se desnuda en busca de una expresión más sencilla, cercana en su despojo al rezo cotidiano. Primer exilio (1978) evoca su peripecia desprendida y La pared transparente (1984) certifica el extrañamiento de la mujer desterrada en su regreso jalonado de obstáculos.

Sus tres últimos libros (Huyeron todas las islas, 1988; Los encuentros frustrados, 1991; y Del vacío y sus dones, 1993) recaudan el premio Euskadi de literatura en castellano de 1989 y la sitúan como candidata al Príncipe de Asturias 1992.