Al paso de Dios

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

En el intervalo que media entre 1939 y 1946, el Padre viaja constantemente a diversas ciudades españolas porque los Obispos siguen reclamando su colaboración para llevar la palabra de Dios a las gentes. Y aprovecha estos desplazamientos para dejar la llama del Opus Dei entre las personas que encuentra en su camino. En ocasiones se desplaza con fiebre, enfermo y agotado. Pero sigue adelante. En un coche viejo, casi inservible, que se estropea con frecuencia; por carreteras que han quedado casi intransitables después de la guerra. Otras veces viaja en tren pasando la noche entre el frío y la incomodidad. Le acompaña frecuentemente Alvaro del Portillo y, cuando se trata de usar el coche, Ricardo Fernández Vallespín, que va conduciendo.

A lo largo de estos años, le encontramos repetidamente en Vitoria, Valencia, León, Avila, Pamplona, Lérida, Segovia, Zaragoza, Barcelona, Valladolid, Bilbao. También Galicia, Asturias y Andalucía. Algunas de estas provincias reciben su visita varias veces al año. Dirige retiros espirituales; ayuda a todos los que quieren acercarse a su ministerio. Le escuchan sacerdotes y religiosos, estudiantes, maestros, profesores, seminaristas. Mujeres y hombres de toda condición y profesión.

Los Obispos de las diócesis españolas le invitan continuamente a predicar, en la certeza de que su amor por el sacerdocio podrá entusiasmar a los seminaristas para seguir con renovado fervor el camino elegido y consolidar su vocación llevándoles a una vida espiritual más intensa.

Los testimonios de esta época lo confirman con impresionante unanimidad:

Laureano Castán Lacoma, que sería después Obispo de Sigüenza-Guadalajara, recuerda unos ejercicios espirituales predicados por el Fundador del Opus Dei en 1941. Así lo describe en una Carta Testimonial:

«Como yo conocía la profundidad de espíritu de Monseñor Escrivá de Balaguer, a muchos sacerdotes les animé a asistir a esa tanda de Ejercicios que se celebraba en el Seminario, en la seguridad de que la vida interior de Mons. Escrivá haría un gran bien a los participantes. El motivo por el que fue llamado a predicar, fue no sólo por el prestigio de docto y piadoso de que entonces gozaba entre el clero, al que dedicaba muchas horas de su tiempo, sino también por el íntimo convencimiento de Monseñor Moll Salord -Administrador Apostólico de la Diócesis de Léridaacerca de la gran influencia que tendría la predicación de Monseñor Escrivá en la vida espiritual del clero; de modo que, buscando entre lo mejor de lo mejor que había en España para dirigir esos Ejercicios, el Sr. Obispo se fijó en él (...). Esta fue posteriormente la impresión entre los asistentes.. Recuerdo haber oído decir que uno de los sacerdotes que se confesó o trató con él -don José Vallés, actualmente beneficiado de la Catedral de Lérida- comentó muy impresionado: este hombre es un santo»(12).

Pero el Padre dice, siempre, que es Dios quien da eficacia a su trabajo, con reconocimiento humilde de su debilidad y la convicción de que toda influencia sobre las almas radica exclusivamente en Dios.