A Paco Olea

Artículo con motivo del fallecimiento de Paco Olea, miembro del Opus Dei.

Por toparme con su esquela, me entero de la muerte del granadino Paco Olea, quien fuera durante finales de los setenta y principios de los ochenta director de un centro universitario del Opus Dei en Sevilla, ubicado en la plaza de Cuba.

Por aquella casa –que muchos frecuentábamos para estudiar y participar en sus actividades culturales y en la formación religiosa que nos ofrecían– pasaron innumerables universitarios que hoy ocupan muy diferentes profesiones, destinos y lugares. Y allí Paco, además de ejercer de director, se comportaba como un hermano mayor: un tipo cercano que, tras una sonrisa un tanto socarrona, era todo un corazón abierto y sin horario al que podías contarle tus inquietudes, que transformaba en esperanzas y ánimos de mejorar. Siempre de buen humor, siempre intentando ayudar a quienes íbamos por allí; no le recuerdo ni una mala palabra, pese a lo cafre que podíamos llegar a ser a esas edades tan conflictivas.

Dada la naturaleza de méritos que se requieren en nuestra sociedad para ser objeto de agradecimientos, es fácil conjeturar que un hombre como Paco Olea, que tanto bien hizo a muchos universitarios en esta ciudad en aquellos decisivos años y que se dejó aquí una parte importante de su vida, nunca obtendrá ni un mínimo del reconocimiento que se merece. Pero quienes gozamos de la generosidad de Dios, colocando en nuestro camino a un tipo de categoría superior como era Paco, difícilmente le olvidaremos. Al igual que sucede con esos viejos maestros de la infancia, cuya memoria permanece siempre viva junto a nosotros.

MIGUEL ÁNGEL LOMA PÉREZ

ABC