4. LA CONFIGURACIÓN DEL OPUS DEI

“El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma”. Libro escrito por A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes

¿Cómo se configuraba la Obra, qué fisonomía presentaba en sus momentos iniciales? A nivel descriptivo, casi podríamos decir sociológico, la respuesta resulta extremadamente sencilla.

En primer lugar, el propio Fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, quien, rememorando aquellos tiempos, decía de sí mismo que no contaba más que con "veintiséis años, gracia de Dios y buen humor". A lo que habría que añadir su carácter abierto y expresivo, su capacidad de comunicación, su afán sacerdotal, su dedicación a la tarea casi hasta el agotamiento, su profunda vida interior, su trato constante con Dios.

En segundo lugar, el conjunto de los que han escuchado su mensaje y le siguen:

-Algunos sacerdotes -siete u ocho- a los que ha hablado de la Obra, y con cuya colaboración cuenta, en mayor o menor grado. Con varios de ellos la relación fue breve (uno -don José María Somoanofalleció santamente en 1932); con otros dura más tiempo -años-, pero muy pronto llega a una convicción clara: es necesario que algunos de los seglares que formen parte de la Obra reciban la ordenación sacerdotal, pues sólo así se garantiza que haya sacerdotes, formados según su espíritu, que puedan contribuir eficazmente a la labor.

-Un grupo reducido de varones, miembros de la Obra. Como ya esbozamos, de los llegados hasta finales de 1932, sólo uno -Isidoro Zorzano- estará presente en las etapas posteriores; otro -Luis Gordon- muere en noviembre de ese año; los restantes no perseveran. A partir de comienzos de 1933, el panorama cambia, ya que se acercan a la Obra diversos jóvenes cuya vocación se hace firme y se consolida. A mediados de 1936, cuenta ya con diez o doce hombres, completamente decididos y entregados, y que han captado a fondo lo que la Obra significa.

-Algunas mujeres, la primera de las cuales llega a la Obra en 1932. Teniendo presente su propia juventud, el Fundador consideró prudente confiar la formación de estas vocaciones femeninas a alguno de los sacerdotes que le ayudaban y le superaban en edad. Sea por esa razón, sea por otras, acabará advirtiendo que ninguna de esas mujeres ha asimilado el espíritu específico del Opus Dei; en 1939 les aconseja que emprendan otros caminos, y decide recomenzar esta labor casi desde cero (cuenta sólo con una que había conocido el Opus Dei en 1937 -Dolores Fisac- y no había tratado a las anteriores).

Ciertamente, la enumeración podría ampliarse bastante, incluso en lo cuantitativo, si incluyéramos todo el conjunto de personas a las que, por aquellos años, se extendió la labor sacerdotal y apostólica de don Josemaría Escrivá: se cuentan, en efecto, por centenares las personas de las más diversas condiciones que tuvieron oportunidad de recibir su influjo espiritual. Permanece, sin embargo, el hecho de que el núcleo del Opus Dei, en 1936, consistía todavía sólo en el propio Fundador y un reducido número de hombres jóvenes que daban esperanzas de perseverancia y, por tanto, de desarrollos futuros.

¿Qué estructura tenía el Opus Dei en esos momentos?, ¿qué rasgos lo definían, ya entonces, como institución? A este nuevo nivel, la respuesta no puede ser tan esquemática como la anterior. En esos años, la Obra atravesaba lo que el propio Fundador ha definido como "el período de gestación". La semilla, el germen, había sido depositado por Dios el 2 de octubre de 1928, y confirmado en ocasiones sucesivas, pero el cuerpo, el organismo completo, estaba aún en proceso de formación: la Obra no era todavía una realidad plenamente desarrollada.

En estos años, don Josemaría, al hablar a los que atraía hacia la Obra, no les presentaba una cosa hecha, sino un panorama, unos objetivos, un rumbo, una llamada de Dios que es preciso secundar, concretando el camino iniciado a través del proceso mismo de recorrerlo. "La realidad de la Voluntad de Dios estaba clara -comentaría tiempo después-. Había, por tanto, que hacer lo que el Señor ordenaba. Después vendría la teoría; y, encauzando la vida, vendría el derecho. Por eso, yo no les decía a los primeros a qué iban; si no, hubiéramos tenido que comenzar por el Derecho, por un reglamentito"; "¡No, no! -concluía-. El Reglamento vino después" (21).

¿Qué alcance tiene cuanto acabamos de decir? ¿Cuál era el margen de indeterminación en la configuración del Opus Dei en los años treinta? Dejemos constancia ante todo de que el joven Josemaría Escrivá de Balaguer era consciente de la provisionalidad, o más exactamente, del carácter de aproximación o tentativa, que tenían muchas de sus reflexiones sobre aspectos organizativos; aportación de ideas o datos que habrá luego que valorar y someter a criba. Así lo advierte en sus apuntes íntimos, donde, más de una vez, aparecen frases como "la vida misma, a su tiempo, nos irá dando la pauta", "quizá haya que reformar o corregir lo dicho" y "habrá que atenerse a lo que enseñe la práctica", "Dios dirá", "el Señor inspirará la solución, cuando El quiera". Encontramos también en esos apuntes declaraciones más desarrolladas de alcance general, como ésta de marzo de 1930: "todas las notas escritas en estas cuartillas son un germen que se parecerá al ser completo, quizá, lo mismo que un huevo al arrogante pollo que saldrá de su cáscara" (22).

Pero, preguntémonos de nuevo, ¿qué es lo que varía y con respecto a qué pueden ser juzgadas o valoradas las variaciones? Otro texto, también de 1930, aunque algo posterior al recién citado -data en efecto del mes de julio-, permite ofrecer una respuesta, ya que contiene una clave hermenéutica que nos ilustra sobre el contexto en que don Josemaría Escrivá de Balaguer situaba sus reflexiones de aquellos años, y sobre la distinción entre lo que, a sus ojos, estaba aún pendiente de determinación -y requería, por tanto, su reflexión y su estudio- y lo que, en cambio, era ya realidad adquirida. Después de unos párrafos dedicados a pergeñar las posibles actividades apostólicas, escribe, en efecto: "No es -desde luego: ya me doy cuenta- no es una cosa definitiva, una iluminación, sino un rayito de claridad" (23). Encontramos ahí, netamente formulada, la distinción entre las "iluminaciones", las luces que concede Dios y constituyen, por tanto, hitos o puntos de referencia definitivos, de una parte; y, de otra, los "rayitos de claridad", los aspectos, detalles y concreciones que la meditación, el estudio o la experiencia permiten entrever e incluso perfilar, necesarios, sin duda alguna, para acabar de dotar de fisonomía a la acción, pero que no poseen evidencia o garantía de verdad por sí mismos, sino que deben ser confrontados con la luz divina original, a cuyo servicio están y a la que deben adecuarse.

El arco de la vida de don Josemaría Escrivá refleja ese esquema, en el que se armoniza una absoluta firmeza en todo lo que se refiere al carisma recibido -el querer de Dios debe ser secundado con radical exactitud, sin tocarlo o variarlo en lo más mínimo-, con una gran capacidad de asimilación de nuevos datos y de adaptación a la mutabilidad de las situaciones históricas; como suele acontecer, por lo demás, en quien posee puntos de referencia definidos y concretos. Porque ésta era de hecho -e importa subrayarlo- la situación de don Josemaría Escrivá, incluso, en el período que ahora consideramos.

La estructura del Opus Dei no estaba aún perfilada en todos sus detalles; muchos elementos de su organización se encontraban en desarrollo o evolución; sin embargo, la Obra no era una realidad informe, un impulso vago e indefinido hacia un ideal, potente quizás, pero carente todavía de un mínimo de soporte estructural, sino una institución dotada ya, desde esos años iniciales, de contornos bien definidos: las luces recibidas el 2 de octubre de 1928, el 14 de febrero de 1930, el 7 de agosto de 1931 y en otras ocasiones análogas, habían dibujado con nitidez una fisonomía no sólo espiritual, sino también institucional, que debía ser plasmada en la vida, completándola sin duda alguna en facetas o detalles, pero, sobre todo, realizándola con fidelidad, pues estaba dotada ya de verdadera y profunda consistencia (24).

Notas

21. Carta, 29-XII-1947/14-II-1966, n. 23.

22. Apuntes íntimos, n. 14.

23. Ibid., n. 44.

24. Uno de los testimonios más claros de la fuerza con que don Josemaría Escrivá de Balaguer formuló la fidelidad a la luz fundacional recibida, y, a la vez, el carácter concreto y determinado que esa luz tenía, lo constituye una Instrucción que redactó en 1934, en un momento en que España atravesaba un período de cambios y crisis político-sociales, con fuerte incidencia en la vida religiosa. De ahí un pulular de movimientos y asociaciones católicas, lo que provocaba a su vez llamadas e invitaciones a la unidad. En ese contexto, el Fundador de la Obra advirtió la necesidad de dirigirse a los suyos para reafirmar la substantividad del Opus Dei, y evitar todo lo que, de un modo o de otro, pudiera difuminarla. "En mis conversaciones con vosotros -escribe- repetidas veces he puesto de manifiesto que la empresa, que estamos llevando a cabo, no es una empresa humana, sino una gran empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose en ella a la letra cuanto se necesita para que se la pueda llamar sin jactancia la Obra de Dios". Un poco más adelante, después de comentar que por tres veces le habían propuesto la fusión del Opus Dei con algunas organizaciones del momento, declaraba con palabras aún más precisas: "La respuesta no pudo ser más que una: en el terreno del apostolado estaremos siempre unidos: al menos de nuestra parte no habrá dificultad, porque sólo vamos a hacer el apostolado de Cristo, nunca nuestro apostolado.

"Pero la unión, la confusión diré mejor, que nos proponen, no es posible desde el momento en que nosotros no hacemos una obra humana, por ser nuestra empresa divina, y como consecuencia no está en nuestras manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y organización de la Obra de Dios se refiera" (Instrucción, 19-111-1934, mi. 1 y 19-2.0).

A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes