3. HORIZONTES DE SANTIDAD Y APOSTOLADO

“El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma”. Libro escrito por A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes

Los hechos a los que nos hemos referido y los textos transcritos nos han situado ante algunos de los puntos capitales del espíritu y del mensaje del Fundador del Opus Dei. Para captar el tono de su predicación, conviene aludir, además, a otro rasgo muy característico de su vida espiritual: un sentido extremadamente concreto de la esperanza, como consecuencia práctica de la firmeza y hondura de la fe.

"Soñad, y os quedaréis cortos", fue un consejo que el Fundador dio muchas veces, a lo largo de su vida, a quienes le seguían. El hombre de fe no debe ser apocado, sino magnánimo, pronto a entusiasmarse con las cosas grandes. Más aún, ha de soltar su imaginación, soñar con las maravillas que Dios promete. Puede que lo por él imaginado, sus sueños, no coincidan del todo con las realidades que Dios, con su gracia, acabará produciendo. Pero nunca habrá desengaños. Jamás podrá ocurrir que nuestros pensamientos le ganen a Dios la partida. Dios es siempre mayor, más generoso, más creador, que la imaginación humana. Nuestros sueños se quedarán siempre cortos, la gracia irá siempre más allá de lo soñado, y la oración deberá concluir en acción de gracias.

Ese consejo espiritual no fue, en labios de don Josemaría Escrivá de Balaguer, sino el trasunto de su propia experiencia, de lo que vivió en todo momento y, de modo muy particular, durante las etapas iniciales del desarrollo de la Obra. Conoció en ese tiempo, como ya hemos apuntado, dificultades e, incluso, períodos de gran aridez interior. Su afán por contagiar a otros el ideal que Dios le había hecho ver no sólo reclamaba esfuerzo y empeño, sino que desembocó, más de una vez, en el fracaso. Trató apostólicamente a muchos, pero el grupo que se formó a su alrededor, en unidad de afanes e ideales, fue reducido. Y, sin embargo, cuando se encontraba prácticamente solo, siendo un sacerdote joven -veintiséis, veintisiete, veintiocho años sin medios de fortuna, y en momentos históricos surcados por una profunda crisis política y cultural, don Josemaría Escrivá de Balaguer dejó correr su imaginación para contemplar frutos y realizaciones apostólicas que podrían llegar sólo andando el tiempo, cuando la semilla arrojada por Dios a la tierra el 2 de octubre de 1928, hubiera arraigado y crecido hasta transformarse en árbol frondoso y cuajado.

En ocasiones, sucesos trágicos o manifestaciones de incomprensión o, incluso, de odio a la Iglesia -no infrecuentes en aquella época- le hacían exclamar: "Señor: ¡tu Obra!", si tu Obra estuviera ya desarrollada, tantas almas habrían aprendido a conocerte y cosas así no sucederían. Con más frecuencia aún, hechos muy variados - una noticia leída en el periódico, una frase deslizada en la conversación, el encuentro casual con un amigo o tantas cosas parecidas- le llevaban a imaginar, positivamente, lo que podía significar para la paz y el bien del mundo el espíritu cristiano vivido con intensidad y responsabilidad personal por los hijos de Dios en los más diversos ambientes y situaciones sociales: desde la prensa y las grandes empresas internacionales, hasta las barberías rurales o los trabajos del campo, por citar ejemplos que aparecen en notas de sus primeros tiempos. Su corazón vibraba y su alma se llenaba de admiración y maravilla ante la fuerza y vitalidad de la gracia que su oración le hacía descubrir: "Aquí se vuelve uno loco", exclamaba en cierta ocasión; y, en otra, "no me cabe en la cabeza la bondad de Dios” (15).

Dotado de grandes cualidades de gobierno y de organización, su imaginación era concreta y pasaba fácilmente de las grandes líneas a los detalles. En aquellos primeros años, se manifestó en su viva capacidad para evocar y describir panoramas que impresionaba por su realismo. Así, por ejemplo, cuenta Mons. Laureano Castán, años más tarde Obispo de Sigüenza, con quien coincidió algunos veranos, por tierras de Aragón, entre 1929 y 1932: "Recuerdo una de aquellas conversaciones en la que me habló de la fundación que el Señor le pedía llamándola la Obra de Dios. Aunque decía que estaba trabajando para realizarla, me hablaba de todo como si fuese una cosa ya hecha: tal era la claridad con que -ayudado por la gracia de Dios- la veía proyectada en el futuro". "No encuentro -prosigue- más explicación a mi perseverancia para rezar a diario por el Opus Dei que la profunda impresión que me causó la fe con la que hablaba monseñor Escrivá de Balaguer y la santidad que se traslucía de su persona" (16).

Nos hemos detenido un poco en la descripción de esta esperanza concreta y vital, que caracterizó el actuar del Fundador, no sólo porque testimonia la huella que dejaron en su alma las luces recibidas a partir del 2 de octubre de 1928, sino también porque ayuda a comprender el modo de constituirse el Opus Dei como fenómeno pastoral. Don Josemaría Escrivá procedió en efecto así: comunicando su fe, descubriendo, a quienes se le acercaban, hondos horizontes de apostolado -las perspectivas de un mundo vivificado por el espíritu cristiano-, e invitando a continuación a comprometerse con ese empeño y, para esto, a ir a lo hondo de la propia condición de cristianos, viviéndola, realizándola, de acuerdo con lo que eran, y allá donde estaban, es decir, como hombres y mujeres corrientes, ocupados en las variadas tareas que dotan de estructura a la sociedad humana. Era en ese contexto donde surgía después la referencia a la Obra, como institución que difundía ese espíritu, con la consiguiente posibilidad de vincularse a esta empresa apostólica.

"El Padre -recuerda una persona que conoció al Fundador en los años 1929 y 1930, designándole con el apelativo con que solían tratarle los que participaban de su labor sacerdotal- hablaba más bien de ser obra de Dios y de hacer la Obra de Dios, que de pertenecer a la Obra" (17). "La Obra -rememoraba el propio Fundador en 1967- salió con el deseo de santidad, que es una de las señales de la llamada divina, y con el afán de superarse. (...) Comenzaba por no hablar de la Obra a los que venían junto a mí: les ponía a trabajar por Dios, y ya está. Es lo mismo que hizo el Señor con los Apóstoles: si abrís el Evangelio, veréis que al principio no les dijo lo que quería hacer. Los llamó, le siguieron, y mantenía con ellos conversaciones privadas; y otras, con pequeños o grandes grupos..."; "así -concluía- me comporté yo con los primeros. Les decía: venid conmigo... Y algunos no saben con certeza cuándo pidieron la admisión (en la Obra)" (18)

Quizá ningún documento refleje mejor esta realidad que el texto de uno de los libros más conocidos de don Josemaría Escrivá de Balaguer: Camino, y su antecedente, Consideraciones espirituales (19). Con esa obra "traté -explicaba su autor, años más tarde- de preparar un plano inclinado muy largo, para que fueran subiendo poco a poco las almas, hasta alcanzar a comprender la llamada divina, llegando a ser almas contemplativas en medio de la calle" (20). Esas palabras expresan perfectamente el ritmo interior de Consideraciones espirituales y de Camino: se empieza situando al lector ante las propias responsabilidades, ante la necesidad de dar sentido a la vida -"Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso", comienza el primero de los puntos de Camino-, se pasa luego a hablar de carácter, de reciedumbre, de empeño, para ir descubriendo después, poco a poco, y de manera cada vez más decidida, horizontes de oración, de vida cristiana profunda, de amor a Dios, de compromiso apostólico, de filiación divina, de entrega, de perseverancia. Y todo, formulado de manera que se impulsa a vivir ese espíritu allá donde se está, en el lugar del mundo en el que cada uno se encuentra y en el que el cristiano corriente debe continuar.

El Opus Dei nació y se desarrolló, en suma, como un fenómeno pastoral de vida cristiana en medio del mundo, ordenado precisamente a la promoción de esa realidad en virtud de la cual se constituía, es decir, a fomentar la toma de conciencia, por parte de quienes se encuentran inmersos en las ocupaciones seculares, de la grandeza y exigencias de la vocación cristiana. Este es, repitámoslo, el hecho o dato esencial, que deberemos tener constantemente presente, ya que rige toda la historia del Opus Dei, también la de ese itinerario jurídico que constituye el objeto inmediato de nuestro estudio. Es obvio, sin embargo, que ese núcleo, aun siendo esencial -e, incluso, precisamente por serlo-, no expresa la totalidad de los rasgos que configuran al Opus Dei como fenómeno institucional concreto: encierra, en efecto, su razón de ser, su finalidad y su naturaleza íntima, pero no la totalidad de los rasgos institucionales que deberemos tener en cuenta para valorar la evolución futura. Resulta, pues, necesario que, volviendo de nuevo a los textos y a los datos históricos, intentemos completar la descripción del Opus Dei en su primera hora.

Notas

15. Apuntes íntimos, nn. 44 y 66 (el primer texto data de junio de 1930; el segundo de ese mismo mes o de primeros de julio).

16. Mons. L. CASTAN LACOMA, Mons. Escrivá de Balaguer, un hombre de fe, en el diario

"La Provincia" (Las Palmas de Gran Canaria), 1-X-1978.

17. Relación de José ROMEO RIVERA (RHF, T-3809).

18. RHF, 20171, p. 1368.

19. La primera versión de Consideraciones espirituales data de diciembre de 1932, aunque recoge muchos textos que provienen de 1929 y 1930. Esta redacción de 1932 -reproducida a velógrafo, con un total de 246 puntos-, reelaborada, dio lugar a una primera edición impresa, todavía con ese título, en 1934. Ampliada y completada, se transformó en Camino, que apareció en 1939. Aunque el número de puntos aumentó mucho desde 1932, y algunos fueron cambiados de lugar en las reelaboraciones de 1934 y 1938-1939, las características de fondo y la secuencia general de las ideas son las mismas desde la primera versión de 1932.

20. Carta, 29-XII-1947/14-11-1966, n. 92.

A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes