Poner de manifiesto algunas lineas de fondo: éste es el objetivo del presente capítulo. Vamos, pues, a referirnos a realidades que subyacen en todo lo dicho hasta ahora y que, al menos en parte, han sido ya explícitamente mencionadas, pero que ahora procuraremos considerar desde un nuevo nivel de profundidad, a fin de subrayar el núcleo o aspecto central que ilumina el conjunto, articulándolo y dotándolo de unidad.
Dos razones fundamentales aconsejan proceder de este modo. En primer lugar, una exigencia metodológica íntimamente unida al objetivo o finalidad de la presente obra: si pretendemos analizar el itinerario jurídico seguido por el Opus Dei, es imprescindible captar a fondo las características del carisma fundacional, para valorar desde ahí el proceso completo. En segundo lugar, las circunstancias del ambiente eclesial y teológico reinante en los tiempos en que nació el Opus Dei, pues condicionaron diversas etapas del iter jurídico.
En efecto, no se puede olvidar, de una parte, que la teología de principios de siglo tendía a identificar, al menos en la práctica, la llamada a la plenitud de la vida cristiana con la llamada al estado o vocación religiosa. Y, de otra, que la crisis espiritual que atravesaba Europa desde los tiempos de la Ilustración, con los consiguientes enfrentamientos entre Iglesia y Estado y la difusión de actitudes laicistas, había llevado al nacimiento de múltiples movimientos, grupos y asociaciones que, de una forma o de otra, fomentaban la presencia y acción de los cristianos en la vida cívica. Este clima repercutió en los ambientes donde había transcurrido la vida de don Josemaría Escrivá de Balaguer, y exigió de su parte un fuerte empeño en orden a definir y defender la peculiaridad del Opus Dei y su fisonomía específica.
Centrándonos ahora en el segundo de los dos factores mencionados -la abundancia de grupos y asociaciones-, podemos, simplificando algo los términos, agrupar esos nuevos movimientos en dos tipos fundamentales: de una parte, agrupaciones para la acción social y cívica; de otra, asociaciones, nacidas en tiempos de la Revolución Francesa o en posteriores épocas de persecución religiosa, con el fin de que sus miembros, seglares unas veces, religiosos sin hábito otras, se hicieran cargo de las labores docentes y asistenciales que las Ordenes y Congregaciones religiosas clásicas se veían obligadas a dejar desatendidas, o, en términos más amplios, contribuyeran -manteniendo oculta su propia condición- a un influjo cristiano en las instituciones (1).
A esta realidad, a este multiplicarse de institutos con unas u otras características, hacía referencia el Fundador en el documento que redactó a mediados de los años treinta con el fin, precisamente, de subrayar la peculiaridad de la Obra, es decir, la ya citada Instrucción de 19 de marzo de 1934: "como en tiempos de borrasca suelen nacer muchas organizaciones e institutos, que tienden a dedicarse a las distintas obras de celo que han de abandonar -ante la persecución- las órdenes y congregaciones religiosas, naturalmente España ahora no es una excepción -tampoco lo fue durante el período revolucionario del siglo pasado- y vemos varios -y aun muchos- grupos de hombres y mujeres de buena voluntad decididos, con miras sobrenaturales, a dar la batalla a los enemigos de Cristo" (2). Descrito así el panorama, y después de dejar constancia de que alguna de esas organizaciones puede parecerse "exteriormente" (el calificativo es importante) a la Obra, daba un criterio claro a los que en aquel momento formaban parte del Opus Dei: no os preocupéis por esas instituciones, cuyo desarrollo futuro será el que Dios quiera, y centraos en la fidelidad a vuestra vocación, en lo que Dios espera y quiere promover a través de la Obra; "que sigan su camino: nosotros, a seguir el nuestro" (3).
No eran estas palabras de 1934 fruto de un deseo de singularidad, ni tampoco de una actitud circunstancial, de la simple consideración de lo que resulta prudente o acertado en un determinado momento, sino eco de una convicción profunda: la de la peculiaridad del Opus Dei en cuanto fenómeno pastoral que presupone un fundamento doctrinal y teológico muy diverso del de esas otras instituciones, que entonces -como en otras épocas- surgían con mayor o menor fortuna. Es precisamente este punto, esta peculiaridad del Opus Dei, lo que debemos analizar ahora.
Con este fin, será conveniente que dirijamos de nuevo nuestra atención a lo acontecido el 2 de octubre de 1928, y recordemos que en esa jornada el Siervo de Dios advirtió que se desplegaba ante sus ojos un amplio panorama apostólico a cuya promoción era llamado: una muchedumbre de hombres -y, posteriormente, desde 1930, también de mujeres-, que, trabajando en los más diversos ambientes, contribuían a informarlos con la gracia y la verdad de Cristo. Para describir esta realidad, este fenómeno apostólico y pastoral que se ofrecía a su mirada y los frutos que produciría, don Josemaría Escrivá acudió, desde el comienzo, a una metáfora: la comparación con una inyección intravenosa; como el líquido inyectado regenera el organismo desde dentro, así los cristianos, coherentes con su fe, actúan a modo de "inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad", a la que, desde el interior de sus estructuras, aportan, con la savia del Evangelio, la luz y el amor de Cristo, que, al iluminar las inteligencias y sanar los corazones, redunda en bien, en unión, en fraternidad, en progreso (4).
Las perspectivas de una irradiación del mensaje cristiano en la sociedad humana, de la instauración de una armonía entre fe cristiana y vida social y, en consecuencia, de una implantación de la justicia, de la paz, del amor, como fruto del actuar cristiano, formaron parte siempre del horizonte apostólico del Fundador del Opus Dei. En más de una ocasión, al hacer referencia a esas perspectivas, aludió a aspectos concretos de la situación histórico-cultural en que nació la Obra y, más especificamente, a la ruptura entre fe y vida, entre cristianismo y realidades terrenas. "Quiso el Señor -comentaba en una Carta de 1961- promover su Obra cuando, en la mayoría de los países, élites y masas enteras parecían alejarse de la Fuente de toda gracia; cuando, incluso en países de vieja historia cristiana, escaseaba la frecuencia de Sacramentos por parte del pueblo; cuando vastos estratos del laicado parecían adormilados, como si se hubiera desvanecido su fe operativa" (5).
Con términos no descriptivos, como en 1961, sino exhortativos o parenéticos, había expresado ideas parecidas, en una nota de sus Apuntes íntimos, entre abril y junio de 1930: es necesario luchar "contra el laicismo, con un aparente laicismo: contra el indiferentismo, con un aparente indiferentismo". Un año más tarde, en julio de 1931, recogerá la misma idea, aunque con términos algo diferentes: "-laicismo sano -anticlericalismo sano-" (6). Una y otra frase indican no sólo el mal o crisis que es necesario superar, sino también el camino: no ya una contraposición meramente reactiva a la crisis espiritual y a las actitudes laicistas, sino una profundización en la fe cristiana que, precisamente por ser honda y auténtica, esté en condiciones de captar y asumir cuanto de positivo implica el proceso histórico moderno. En suma, y con terminología en parte algo posterior, no laicismo ni clericalismo, sino laicidad; no secularismo ni sacralización, sino secularidad, que podrá parecer laicismo a mentes clericales, pero es en realidad vivencia cristiana auténtica, coherente con la realidad de un Dios creador, hacia el que debe orientarse todo lo creado, pero sin instrumentalizaciones ni manipulaciones, sino de acuerdo en cada caso con la naturaleza con la que Dios ha dotado a los diversos seres (7).
La resolución de la crisis cultural moderna reclama promover entre los cristianos que viven en el mundo, entregados a las ocupaciones seculares, una profunda toma de conciencia de su vocación, de modo que, permaneciendo ahí donde se encuentran, siendo uno más entre sus conciudadanos, vivifiquen desde dentro las realidades humanas, con plenitud de fe, pero sin extrinsecismos ni clericalismos de ningún tipo. Y a este gran objetivo evangélico estaba destinada a contribuir -don Josemaría lo vio con claridad meridiana desde el primer momento- la Obra que se sabía llamado a promover. Así lo testimonia, entre otros textos, uno de la Instrucción de 1934, en el que se alude al panorama crítico de la Europa de los años treinta como trasfondo desde el que valorar el nacer mismo del Opus Dei: "De este cataclismo mundial, sólo comparable al que Lutero produjo, ha querido el Señor sacar la Obra que desde hace años inspiraba" (8).
Las citas podrían multiplicarse, porque esos sentimientos tienen hondas raíces en el ánimo de don Josemaría Escrivá, pero no parece necesario. Sí lo es, en cambio, hacer dos observaciones que precisan el alcance y sentido de afirmaciones como las que hemos citado.
a) En primer lugar, las alusiones a acontecimientos culturales de la época constituyen para el Fundador del Opus Dei, tanto entonces como en años posteriores, un punto de referencia que sirve para mostrar la transcendencia o necesidad de la acción apostólica, sea de la Iglesia en general, sea de la Obra, pero nunca el punto de partida o la base de su predicación en lo que afecta a la Obra: el fundamento, en este caso, radica siempre en lo acaecido el 2 de octubre de 1928; el Opus Dei no ha surgido como fruto de sus reflexiones personales con ocasión de acontecimientos determinados, ni está condicionado por una concreta coyuntura socio-cultural o por unos problemas temporales específicos, sino que nace de una luz divina que transciende el momento histórico. "La Obra de Dios -recalca en la Instrucción de 1934- no la ha imaginado un hombre, para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931.
"Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un instrumento inepto y sordo, que la vio por vez primera el día de los Santos Angeles Custodios, dos de octubre de mil novecientos veintiocho" (9).
b) En segundo lugar -y esta consideración amplía y completa la anterior-, si las perspectivas de paz y de progreso social como consecuencia de la difusión del Evangelio jugaron un papel, y un papel importante, en la predicación y en la vida de don Josemaría Escrivá de Balaguer, nos equivocaríamos de medio a medio si interpretáramos su actividad sacerdotal, y la del Opus Dei, como orientadas de forma directa e inmediata a la transformación y mejora sociales. Digámoslo con palabras netas, ya empleadas en páginas anteriores y sobre las que habrá, además, ocasión de volver: la transformación cristiana de la sociedad no es, desde la perspectiva que al Fundador del Opus Dei le resulta propia, un fin, sino más bien un fruto, un efecto que se prevé, que se espera y que, incluso, se sabe que llegará, pero no porque se promueva de manera directa, sino porque no puede por menos de advenir como efecto o consecuencia de aquello que directamente se busca y desea. Así lo expresa con singular claridad un punto muy conocido de Camino: "Un secreto. -Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos."-Dios quiere un puñado de hombres `suyos' en cada actividad humana. -Después... 'pax Christi in regno Christi' -la paz de Cristo en el reino de Cristo" (10).
En otras palabras, el objetivo directo de la acción de don Josemaría Escrivá, aquello a lo que se supo destinado desde el 2 de octubre de 1928, fue a promover entre personas de todas las clases y condiciones sociales, de todas las profesiones y tareas, una profunda conversión del alma y del corazón que lleve a orientar su vida entera hacia Dios. Como es obvio -y así lo había subrayado, confirmando y ampliando luces anteriores, la comprensión del si exaltatus fuero a terra alcanzada por el Siervo de Dios el 7 de agosto de 1931, a la que, por lo demás, alude implícitamente el punto recién citado de Camino-, esa conversión, esa toma de conciencia que lleva a asumir a fondo la fe hasta transformarla en vida, no puede por menos de tener repercusiones en el mundo y en la historia, y ciertamente hondas. Pero lo que debía constituir objeto directo de su acción pastoral y lo que, por tanto, dotaba de fisonomía propia al Opus Dei tal y como su Fundador lo describió siempre; lo que, de acuerdo con el carisma originario, don Josemaría Escrivá de Balaguer se sintió llamado a difundir, se sitúa a otro nivel más hondo y fundamental: la identificación de la propia persona con el querer de Dios; más aún, con Dios mismo.
Subyace en todo este planteamiento una aguda percepción de la dimensión teologal del existir cristiano y, por tanto, de la profunda unidad entre tarea y vocación, entre acción e intimidad con Dios, entre apostolado y santidad. La fuente última y el centro inspirador de esa percepción se encuentra, como acabamos de decir, en las luces recibidas en los años 1928 y siguientes, pero sus antecedentes remiten a períodos anteriores de la vida de Josemaría Escrivá de Balaguer. Sus inquietudes espirituales comenzaron, en efecto -no lo olvidemos-, durante el invierno de 1917-1918, fecha a partir de la cual se inició su largo proceso de maduración interior (11). Sabe, desde entonces, que Dios quiere algo de él, pero no le es dado entrever cuáles sean en concreto los planes divinos. Esa situación de incertidumbre, los estudios teológicos que desarrolla y la posterior ordenación sacerdotal, la experiencia del dolor y de las contradicciones, las primeras ocupaciones sacerdotales, fueron creando en su ánimo un hondo sentido de disponibilidad ante la voluntad divina y una aguda conciencia del valor de la oración, del sacrificio, de la vida de infancia espiritual.
Todo eso resultó asumido y potenciado con la luz recibida el 2 de octubre de 1928 y los hechos que le siguieron. "Dios se metió en mi vida", comentó después muchas veces. Quedaba claro ante sus ojos que la historia no es el sucederse de acontecimientos heterogéneos y carentes de sentido, sino el desplegarse del designio amoroso de un Dios que se ha acercado a los hombres, que quiso en Belén, en Nazaret, en el Calvario, compartir nuestra existencia y que, hoy y ahora, se hace presente de nuevo cuando quiere y como quiere. No es el hombre, sino Dios, el protagonista supremo del acontecer. Pero Dios desea contar con nosotros: nos desvela sus planes y nos invita a convertirnos en sus colaboradores. La actitud propia del hombre debe ser la disponibilidad, el agradecimiento, la maravilla, la escucha atenta de lo que Dios manifiesta, la entrega activa a lo que dispone. La fuerza última y radical de la historia no está constituida por la decisión y el empeño humanos, sino antes, y dotando a todo lo demás de sentido, por el obrar providente de Dios, lo que reclama de nuestra parte apertura al querer divino, confianza en la gracia. De ahí una jerarquía de medios, que don Josemaría formuló con una de esas frases sintéticas para las que estuvo especialmente dotado: "Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en `tercer lugar', acción" (12).
Cuando se sintió llamado a promover la Obra, el Siervo de Dios aplicó ese criterio. Comenzó enseguida a actuar, y con total dedicación, pero, al mismo tiempo, se exigió tremendamente a sí mismo en oración y en sacrificio, acudió a otros muchos pidiendo oraciones, especialmente a los enfermos que atendía en su labor sacerdotal, y a los que rogaba, de modo habitual, que ofrecieran su dolor y sus sufrimientos por el eficaz desarrollo de la misión que Dios le había encomendado, hasta el punto de afirmar siempre.que "el Opus Dei nació entre los pobres y los enfermos de los hospitales de Madrid" (13).
Consideró a la vez que ese fundamento de oración, de sacrificio y de empeño o dedicación personales debía acompañar siempre a la Obra de Dios a lo largo de toda su historia. En esta línea, y a fin de dotar de concreción a esa realidad, llegó a pensar en que, como punto de apoyo para aquellos miembros de la Obra que trabajaran en los más variados campos profesionales, debería haber "casas de oración", donde se rezase especialmente por la buena marcha del apostolado, e incluso clínicas y hospitales ("casas de expiación") en las que los enfermos, a la par que eran cuidados, podrían descubrir el sentido cristiano del sufrimiento y unirse espiritualmente al conjunto de la labor apostólica, fortaleciéndola con su oración y su entrega (14).
No tardó, sin embargo, en advertir que la unión entre esas tres dimensiones tenía que ser mucho más radical, y darse, por tanto, en la vida de cada persona. Acción, oración, expiación -escribe en julio de 1930- han de ser reales en todos y cada uno de los miembros de la Obra, porque "sin la oración, sin la presencia continua de Dios; sin la expiación, llevada a las pequeñas contradicciones de la vida cotidiana; sin todo eso, no hay, no puede haber acción personal de verdadero apostolado" (15).
La rapidez de este desarrollo o evolución de ideas -se produjo en el curso de pocos meses- evidencia la intensidad del bullir del mundo interior del Fundador del Opus Dei durante sus primeros años, y manifiesta a la vez cómo, fuera cual fuera el punto de partida, acababa llegando sin excepción a un mismo centro: la llamada al encuentro vivo y personal con Cristo (16). Soñando con grandes frutos de apostolado y abriendo a los seglares a quienes trataba horizontes dilatados, su predicación desembocaba siempre en la invitación al compromiso pleno con Dios, a la fe vivida, a la entrega, en una palabra, a la santidad.
Su aspiración fue, en suma, que todos los cristianos, cualquiera que fuera su condición, situación u oficio, se reconocieran llamados por Dios, urgidos a vivir, llevándolos hasta sus últimas consecuencias, el mensaje y las exigencias del Evangelio; y no dejando el mundo -las condiciones normales del vivir de los hombres-, sino precisamente en medio del mundo, de tal manera que a través de la propia vida, de la personal e íntima identificación con Dios, Cristo se hiciera presente en el mundo, vivificándolo con la fuerza inefable de la gracia. Esa radicación en lo esencial la encontramos expresada, con claridad dificilmente superable, en un texto de junio de 1930, ya citado en parte, pero que no es ocioso reproducir por su densidad, su hondura y su valor: Simples cristianos. Masa en fermento. Lo nuestro es lo ordinario, con naturalidad. Medio: el trabajo profesional. ¡Todos santos! Entrega silenciosa" (17).
Bien entendido, claro está, que esta llamada a la santidad no debe ser interpretada -no lo es en sí, y nunca fue entendida de ese modo por el Fundador- como algo intimista, que aislara del resto de los hombres, sino invitación a referir la vida a un Dios que ama al mundo hasta el extremo de entregar a su Hijo, hecho hombre, para redimir a la humanidad, y a quien no cabe amar sin imitar y hacer propia la generosidad y la entrega de Cristo Jesús. Todo lo cual, en el cristiano corriente, que vive en las estructuras seculares, desemboca -debe desembocar- en una información cristiana de la común existencia humana, es decir, de lo secular, para contribuir así a recapitular en Cristo todas las cosas.
Pero, repitámoslo, todo como fruto o manifestación de una vida, de una conversión que hunde sus raíces en lo más profundo del alma. Este fue el objetivo del Fundador del Opus Dei, ésta su meta y su finalidad: encender los corazones en amor a Cristo, transmitir la vibración que le invadía al considerar la magnitud infinita del amor de Dios revelado en Cristo; y transmitirla especialmente -a eso se supo destinado desde el 2 de octubre de 1928-, a quienes viven en el mundo, entregados a las tareas y ocupaciones seculares, a fin de que adviertan en toda su hondura las riquezas del Evangelio y lo reciban como fuerza destinada a encarnarse en sus vidas, dando sentido último y profundidad suprema a las varias y móviles incidencias de la jornada, que se convierten así en ocasiones de encontrar a Dios y de comunicar a los demás el amor que de Dios deriva.
Digámoslo de forma sintética: lo que el Siervo de Dios promovía, el fenómeno pastoral provocado por su predicación y su apostolado, no fue -ni es- un movimiento de acción social, ni tampoco, simplemente, un proceso de toma de conciencia por parte de los laicos de sus responsabilidades apostólicas y sociales, completado mediante una invitación a la vida interior como fundamento del apostolado; sino, mucho más profundamente, un fenómeno vocacional; a lo que impulsaba a aquellos que atendía en su labor sacerdotal era a ir a la raíz del existir humano, hasta llegar a ese hondón del alma donde, al encontrarse el hombre situado frente a Dios, se reconoce interpelado por El, invitado a incorporar su vida a la de Cristo, y ve, por consiguiente, fluir en unidad la llamada a la intimidad con Dios, la tarea o misión a la que Dios destina y el mundo en el que esa tarea se despliega.
En otras palabras, a lo que el Fundador de la Obra convocaba -y a lo que el Opus Dei continúa convocando- es a una plenitud de vida cristiana que, por verificarse en medio del mundo, connota constantemente frutos de transformación social, de instauración de la justicia, de fraternidad, de paz (la fe y el amor deben desbordarse en vida y manifestarse en obras; y la gracia puede y debe producir frutos de Redención en el presente histórico); pero que, a la vez e inseparablemente, transciende esas realizaciones, ya que la existencia humana posee horizontes que van más allá del tiempo y de la historia, y las presenta como efectos que advienen a modo de redundancia o añadidura, respecto de la realidad central: la radical identificación con Cristo, la plena entrega a Dios.
Notas
1. Son numerosas las monografías existentes sobre iniciativas y movimientos concretos; para una visión del contexto general en que nacen, pueden consultarse las obras que se mencionan a continuación, donde se encontrarán también diversos datos y referencias bibliográficas: H. JEDIN (dir.), Handbuch der Kirchengeschichte, t. VI, Freiburg i. B. 1973; R. AUBERT (dir.), Nouvelle histoire de 1 Eglise, t. V, París 1972; G. REDONDO, La Iglesia en el mundo contemporáneo, Pamplona 1979; AA.VV., La spiritualitá cristiana nell'etá contemporanea, vol. VI, Roma 1985; AA. VV., Spiritualitá e azione del laicato cattolico italiano, Padova 1969; G. PENCO, Storia della Chiesa in Italia, vol. II, Milano 1978; A..DANSETTE, Histoire religieuse de la France contemporanne, Paris 1965.
2. Instrucción, 19-111-1934, n. 8.
3. Ibid., nn. 9-13.
4. Esa metáfora aparece ya en textos de principios de 1930: Apuntes íntimos, n. 14.
5. Carta, 25-1-1961, n. 13.
6. Apuntes íntimos, nn. 32 y 206.
7. Sobre algunas de las implicaciones de cuanto venimos diciendo en orden a una reflexión teológico-canónica sobre la vocación laical, puede verse A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia, Pamplona 1969 (2' edición 1981); P. LOMBARDÍA, Escritos de Derecho Canónico, vol. II, Pamplona 1973; J. HERRAHZ, G. LO CASTRO y otros, Chi sono i laici. Una teologia della secolaritá, Milano 1987; AA.VV., La misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, Pamplona 1987.
8. Instrucción, 19-111-1934, n. 41.
9. Ibid., 19-111-1934, nn. 6-7.
10. Camino, n. 301.
11. Sobre este punto, como, en general, respecto a los otros detalles de ambientación histórica, remitimos de nuevo a los estudios biográficos citados en la nota 1 del capítulo I.
12. Camino, n. 82; este punto se encuentra ya en la primera de las versiones de esta obra, es decir, la edición de 1932 de Consideraciones espirituales, donde tiene el n. 48.
13. Cfr. S. BERNAL, o.c. (cap. 1, nota 1), pp. 168 s.; A. VÁZQUEZ DE PRADA, O.C. (cap. 1, nota 1), pp. 121 ss.
14. Apuntes íntimos, n. 16 (13-111-1930)
15. Ibid., n. 74. En una carta de 23 de noviembre de 1930, dirigida al ingeniero Isidoro Zorzano -miembro de la Obra- escribía: "si hemos de ser lo que el Señor y nosotros deseamos, hemos de fundamentarnos bien, antes que nada en la oración y en la expiación (sacrificio). Orar: nunca, repito, dejes la meditación al levantarte; y ofrece cada día, como expiación, todas las molestias y sacrificios de la jornada" (RHF, EF-301123-1). Y en otra de 3-IX-1931, al mismo Isidoro Zorzano, volvía sobre el'tema: "¿nuestra labor actual? Cada uno de nosotros somos un sillar de los cimientos. A adquirir vigor espiritual, a prueba de pruebas, para poder resistir el ingente peso de la Obra de Dios. Orar. Expiar. Parezco un machacón. Pero es que toda la ciencia está ahí" (RHF, EF-310903-1).
16. Escribía el Fundador el 14-XI-1931: "La Obra de Dios va a hacer hombres de Dios, hombres de vida interior, hombres de oración y de sacrificio. El apostolado de los socios será una superabundancia de su vida `para adentro': darán lo que les sobre: nunca serán sólo fachada: siempre -la frase no es muy escogida- siempre tendrán menos fachada que vivienda" (Apuntes íntimos, n. 391).
17. Ibid., n. 35.
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