Evangelio (Jn 16,20-23)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste porque ha llegado su hora, pero una vez que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda del sufrimiento por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo. Así pues, también vosotros ahora os entristecéis, pero os volveré a ver y se os alegrará el corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.
Comentario al Evangelio
Jesús encarece a sus discípulos para que no se vengan abajo al experimentar la tristeza y el desprecio, pruebas por las que hay que pasar para llegar al gozo final. El mismo Pedro, que se acobardó por ser reconocido como discípulo del Maestro y luego lloró amargamente su pecado (cf. Lucas 22,54-62), alabará la actitud valiente de los primeros cristianos: “Por eso os alegráis, aunque ahora, durante algún tiempo, tengáis que estar afligidos por diversas pruebas” (1 Pedro 1,6).
La mujer que va a dar a luz asume su sufrimiento pues sabe que es camino para una nueva vida. Es bien expresiva esta imagen y tiene la fuerza de evocar momentos destacados de la historia de la salvación. Ya Dios había dicho a la primera mujer después del primer pecado: “Multiplicaré los dolores de tus embarazos; con dolor darás a luz tus hijos” (Génesis 3,16). Pero también Dios, en aquel trágico momento, dijo al instigador del pecado: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo” (Génesis 3,15). Y en la plenitud de los tiempos vino Jesús, nacido de mujer (cf. Ga 4,4). María, Madre y Virgen, lo dio a luz sin dolor. Pasado el tiempo, al pie de la Cruz, le llegó a María “su hora”: experimentó el dolor de ser Madre, haciendo suyo el dolor del Hijo. Pasó a ser así medianera de la Redención. No hubo dolor como su dolor (cf. Lamentaciones 1,12), pues estuvo colmado por un amor capaz de cooperar en dar a luz para la vida cristiana a millones y millones de hombres y mujeres de todas las razas, de todos los tiempos.
Llenos de fe, también nosotros nos sabemos mirados por Cristo resucitado, y renacidos por medio del Bautismo, vivimos la vida de los hijos de Dios. Podemos experimentar las pruebas del dolor y la aflicción, pero no queremos que nada ni nadie nos robe la alegría, como a menudo nos ha recordado el Papa Francisco. Vienen al caso las palabras con las que encabezaba su primera Exhortación apostólica: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” [1].
[1]. Francisco, Evangelii gaudium, n. 1.