Evangelio (Jn 16,23-28)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— En verdad, en verdad os digo: si le pedís al Padre algo en mi nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he dicho todo esto con comparaciones. Llega la hora en que ya no hablaré con comparaciones, sino que claramente os anunciaré las cosas acerca del Padre. Ese día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, ya que el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre.
Comentario al Evangelio
Varias comparaciones empleó Jesús en su predicación para exhortar a la petición perseverante a Dios: la fe como un grano de mostaza, la parábola de la viuda y el juez injusto, la del amigo inoportuno... Ahora, sin comparaciones, revela que toda petición ha de ir dirigida al Padre en el nombre de Jesús. Sorprendidos se quedarían los discípulos al escuchar “en mi nombre”. Era como decirles: “Yo soy el Nombre de Dios”. En Él tienen al Hijo de Dios, que está en plena comunión con Dios Padre. Así lo enseñaba San Pablo a Timoteo: “Porque uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2,5).
Los discípulos, sobre todo en el rezo de los Salmos, ya pedían confiadamente a Dios, le alababan y le daban gracias, invocando el nombre del Señor: “Alabaré al Señor por su justicia, y cantaré al Nombre del Señor Altísimo” (Salmos 7,18). “Me alegro, me regocijo en Ti, y canto salmos a tu Nombre, ¡oh Altísimo! (Salmos 9,3). “Que el Señor te escuche el día de la angustia, que te proteja el Nombre del Dios de Jacob. (...) Unos confían en los carros, otros en los caballos; nosotros invocamos el Nombre del Señor, nuestro Dios”. (Salmos 20,2.8). Y habían aprendido de labios del mismo Jesús el mejor modo de orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre”. Ahora descubrían que ese Nombre del Señor es “Jesús”, quien les está hablando, en quien pueden depositar toda su confianza.
Toda nuestra oración ha de tener ese recorrido: al Padre, “por Jesucristo nuestro Señor”, como ya hacemos continuamente en la oración litúrgica. Quizá a menudo notamos que nos falta fe, y hacemos nuestra la petición de los Apóstoles: “Auméntanos la fe” (Lucas 17,5), y crece nuestra unión con Él, hasta rezar cada vez con mayor convicción: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. San Josemaría rezaba a menudo, y dejó escrita con énfasis, esta primordial oración de petición: "Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. –Amén. –Amén" [1].
[1]. San Josemaría, Camino, n. 691.