«En Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora»

Josemaría Escrivá de Balaguer estuvo en Loreto por primera vez los días 3 y 4 de enero de 1948. Pero el motivo por el que el fundador del Opus Dei se consideraba especialmente en deuda con la Virgen de Loreto responde a una gravísima necesidad.

Nuestra Señora de Loreto y san Josemaría Escrivá
Nuestra Señora de Loreto

🎥 Desde este enlace puedes visitar el interior de la Santa Casa, todos los días de 9.00 a 18.00 (hora de Italia), que está abierto el santuario.


Relato de las visitas del fundador del Opus Dei a Loreto

En la tarde del 3 de enero llegaron a Loreto san Josemaría, don Álvaro del Portillo, Salvador Moret Bondía e Ignacio Sallent Casas. Hicieron la oración en el recinto de la Casa de Nazaret, dentro del Santuario. Al salir del templo, el Padre preguntó a don Álvaro:

¿Qué has dicho a la Virgen?

«¿Quiere que se lo diga?» Y, ante un gesto del Padre, contestó:

«Pues he repetido lo de siempre, pero como si fuera la primera vez. Le he dicho: te pido lo que te pida el Padre».

«Me parece muy bien lo que has dicho —le comentó más tarde san Josemaría—. Repítelo muchas veces».

Josemaría Escrivá de Balaguer estuvo en Loreto por primera vez los días 3 y 4 de enero de 1948. Pero el motivo por el que el fundador del Opus Dei se consideraba especialmente en deuda con la Virgen de Loreto responde a una gravísima necesidad. Los años 50 fueron de mucho sufrimiento para san Josemaría, por incomprensiones y conflictos. En medio de estas dificultades, decidió ir a Loreto para ponerse al amparo de la Virgen.

La fiesta de Nuestra Señora de Loreto se celebra el 10 de diciembre. Foto: Vatican News

Un viaje especial: 15 de agosto de 1951

“El día 14 de agosto de 1951 decide salir por carretera hacia Loreto –narra Ana Sastre*– para estar allí el día 15, y consagrar el Opus Dei a la Santísima Virgen. El calor es sofocante y la sed se dejará sentir durante todo el trayecto. No había autopista. La carretera corre entre valles, se empina para escalar los Apeninos y desciende, en la última parte, hasta llegar al Adriático”.

“Según una tradición multisecular, desde 1294 la Santa Casa de Nazaret está en la colina de Loreto, bajo el crucero de la Basílica edificada con posterioridad. Es rectangular, con muros de unos cuatro metros y medio de altura. Una pared es de factura moderna, pero las otras, desprovistas de cimientos, ennegrecidas por el humo de los cirios, son según la tradición las de la Casa de Nazareth. 

Su estructura y la formación geológica de los materiales no tienen parecido alguno con los caracteres de la antigua arquitectura de la zona: es perfectamente análoga a las construcciones que se realizaban en Palestina hace veinte siglos: sillares de piedra arenosa, que utilizaban la cal como elemento de unión.

El Santuario se apoya sobre una loma cubierta de laureles, de ahí el nombre. Aparcan en la plaza Central y el Padre sale rápidamente del coche. Durante quince o veinte minutos, le pierden entre la gente que llena la Basílica. Al fin sale, después de saludar a la Virgen, sonriente y animoso. Son las siete y media y hay que volver a Ancona para pasar la noche.

A la mañana siguiente, antes de que el sol se deje caer con aplomo, vuelven a la carretera. A pesar de lo temprana que es la hora, el Santuario está repleto. El Padre se reviste en la sacristía y avanza hacia el altar de la Casa de Nazaret para celebrar la Misa. El pequeño recinto está atestado y el calor es sofocante”.

La santa Misa y la consagración del Opus Dei

“Bajo las lámparas votivas, quiere oficiar la Liturgia con toda devoción. Pero no ha contado con el fervor de la muchedumbre en este día de fiesta: «Mientras besaba yo el altar cuando lo prescriben las rúbricas de la Misa, tres o cuatro campesinas lo besaban a la vez. Estuve distraído, pero me emocionaba. Atraía también mi atención el pensamiento de que en aquella Santa Casa -que la tradición asegura que es el lugar donde vivieron Jesús, María y José-, encima de la mesa del altar, han puesto estas palabras: Hic Verbum caro factum est. Aquí, en una casa construida por la mano de los hombres, en un pedazo de la tierra en que vivimos, habitó Dios» (Es Cristo que pasa, 12).

El fundador del Opus Dei con Mons. Alvaro del Portillo delante de la Santa Casa

Durante la Misa, sin fórmula alguna pero con palabras llenas de fe, el Padre hace la consagración del Opus Dei a la Señora. Y, después, hablando en voz baja a los que están a su lado, vuelve a repetirla en nombre de todo el Opus Dei: «Te consagramos nuestro ser y nuestra vida; todo lo nuestro: lo que amamos y somos. Para ti nuestros cuerpos, nuestros corazones y nuestras almas; tuyos somos. Y para que esta consagración sea verdaderamente eficaz y duradera, renovamos hoy a tus pies, Señora, la entrega que hicimos a Dios en el Opus Dei . Infunde en nosotros amor grande a la Iglesia y al Papa, y haznos vivir plenamente sumisos a todas sus enseñanzas» (RHF 20755, p. 450).

Una invocación a la Virgen

El Padre ha salido de Roma visiblemente cansado. Pero, al volver, parece renovado. Como si todo obstáculo acabara de pulverizarse en el camino de Dios. Hace unas semanas que ha propuesto a sus hijos e hijas una invocación dirigida a la Madre de Jesús para que la repitan continuamente Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum! Corazón dulcísimo de María, ¡prepáranos un camino seguro!

Basílica de la Santa Casa

Las rutas del Opus Dei siempre estarán precedidas por la sonrisa y el amor de la Virgen. Una vez más, el Fundador se ha movido en las coordenadas de la fe. Pone los medios humanos, pero confía en la intervención decisiva de lo alto. «Dios es el de siempre. -Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura». Ecce non est abbreviata manus Domini -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido! (Camino, 586)”

Fue a la Santa Casa otras seis veces: 7-XI-1953, 12-V-1955, 8-V-1960, 22-IV-1969, 8-V-1969 y la última el 22-IV-1971. El 9 de diciembre de 1973, víspera de la fiesta de la Virgen de Loreto, dijo «Todas las imágenes, todos los nombres, todas las advocaciones que el pueblo cristiano da a Santa María, a mí me parecen maravillosas. Pero en Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora».


* Ana Sastre, Tiempo de Caminar, Rialp, 1ª. Edición Madrid, 1989, pp. 413-415.