Alfa y Omega «Guadalupe, venga, que tú puedes»… y el tumor se esfumó (Descarga en PDF)
Durante una audiencia este viernes con el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa aprobó el decreto que reconoce el martirio por «odio a la fe» del histórico obispo de La Rioja (Argentina), monseñor Ángel Carletti Angelelli, junto con sus compañeros Carlos Murias, Gabriel Longueville, Wenceslao Pedernera, asesinados durante la dictadura militar argentina.
En la misma audiencia, Francisco reconoció los milagros atribuidos a tres laicos: uno italiano, el beato Nunzio Sulprizio –que próximamente será canonizado–; una mexicana, María de la Concepción Cabrera de Armida; y de la española Guadalupe Ortiz de Landázuri, laica madrileña miembro del Opus Dei.
La próxima beata española nació en Madrid en 1916 y estudió Ciencias Químicas en la Universidad Central de la capital –fue una de las cinco únicas mujeres de su promoción–. Pero antes de poder acabar la carrera estalló la Guerra Civil, en la que su padre fue fusilado. En las horas previas a la ejecución, Guadalupe confortó a su progenitor, que era militar, y una vez consumado el asesinato, perdonó a los responsables.
Al acabar el conflicto bélico, Ortiz de Landázuri terminó la carrera universitaria y se convirtió en profesora de Física y Química en el colegio de las Irlandesas y en el Liceo Francés de Madrid. En 1944 se hizo miembro del Opus Dei tras conocer a san Josemaría Escrivá, fundador de la institución. «Tuve la sensación clara de que Dios me hablaba a través de aquel sacerdote», dijo años más tarde la próxima beata.
Ya como miembro del Opus Dei, Ortiz de Landázuri trabajó en Madrid, en Bilbao, y en 1950 se trasladó a México, donde inició el trabajo apostólico del movimiento fundado por Escrivá de Balaguer. Alentadas por Guadalupe, varias de sus amistades impulsaron en el país norteamericano un centro de capacitación humana y profesional para campesinas, situado en una zona rural del Estado de Morelos, así como diferentes actividades de promoción humana y cristiana.
Guadalupe permaneció en México hasta 1956, año en el que se trasladó a Roma. En la ciudad eterna colaboró con san Josemaría en el gobierno del Opus Dei pero, por motivos de salud, tuvo que regresar a España dos años después. Falleció con fama de santidad en Pamplona en el día del Carmen de 1975, apenas 15 días después que san Josemaría. Tenía solo 59 años.
Oración frente al cáncer
A Guadalupe se encomendó Antonio Sedano cuando acudió al médico de cabecera por un problema de vista. Se había hecho con varias estampas suyas en el oratorio de Santa María de Bonaigua, encomendado a la Obra, al que solía él acudir habitualmente a Misa.
El doctor le derivó a la oftalmóloga y esta, a su vez, le mandó al cirujano plástico por un pequeño bulto cerca del ojo derecho que finalmente resultó ser un tumor maligno.
«Mi padre tenía bastante miedo al cáncer después de que mi madre –su mujer– muriera por esta enfermedad en 1991», cuenta la hija de Antonio, Mª. Dolores Sedano, a Alfa y Omega. «Quería evitar de cualquier manera tener que operarse». «Incluso le preguntó al médico si había otra forma de curarse», pero no quedaba más opción que realizar una intervención quirúrgica.
«Esto le asustó», pero «era un hombre de una profunda fe» y ante la operación «siempre demostró una absoluta confianza en Dios». Sin embargo, decidió intentar evitar la cirugía a toda costa y «empezó a encomendarse a Guadalupe todos los días y nos entregó una estampa a cada uno de los tres hermanos». Pero a pesar de la intensa oración, el tumor cada día iba a peor. Así fue hasta cuatro días antes de la operación. «Aquel día me fui al trabajo y cuando volví a casa para comer vi a mi padre especialmente contento», algo que chocó a Mª. Dolores y que contrastaba profundamente con el rostro de preocupación de su padre de los últimos días. «De repente, se quitó las gafas y me dijo: “¿Has visto qué bien me han dejado en la operación?”. Me quedé muy sorprendida. “¿Cómo es que te has ido a operar sin decirme nada?”. No me cuadraba nada». Acto seguido, con una sonrisa en la cara, Antonio Sedano –que falleció en 2014 con 88 años a causa de una patología cardiaca– le dijo a su hija: «Anoche, antes de acostarme, me miré al espejo y dije en voz alta: “¡Guadalupe, venga, que tú puedes!”. Al despertarme, me he mirado al espejo y el tumor ya no estaba». Mª. Dolores se quedó «estupefacta. Nos dimos cuenta enseguida de que se trataba de algo extraordinario». Al contárselo, «el médico no se creía que nadie hubiera operado a Antonio. Decía que no existía otra posible curación y terminó certificando que la desaparición del tumor no tenía explicación médica», confirma Sedano.
Ahora, «Guadalupe será beatificada tras la curación de mi padre». Tras el milagro, la próxima beata «se convirtió para mí en un modelo. Me impresionaba su interés por ser santa a través de las pequeñas cosas que hacía en su día a día», concluye Mª. Dolores Sedano.