Tres días a 4.000 metros de altura

En agosto del 2004 un grupo de universitarios quiteños realizaron trabajos de volun-tariado en la comunidad indígena de Ugsha, situada en las faldas del volcán Imbabura, al norte de Ecuador. Al terminar la opinión unánime fue: ¡Esto hay que repetirlo!. Lo que nunca pensaron es que estarían de vuelta apenas cuatro meses después.

Casa de Doña Rosita, donde construímos una cuyera

En efecto, después de regresar a Quito, Alfonso, Herbert y Juan Carlos mantuvieron contacto con el presidente de la comunidad de Ugsha. La comunidad está formada por familias campesinas indígenas que viven en condiciones sociales y económicas muy precarias y en las que hay un alto índice de emigración juvenil. En principio, los muchachos querían planear las cosas para tener en el próximo verano -julio a septiembre- una segunda edición corregida y aumentada del Campo de Trabajo en Imbabura. Sin embargo, a medida que se acercaban las fiestas de fin de año (que en Quito significan un parón en la actividad académica de las universidades), los chicos se plantearon otro desafío: ¿qué tal si adelantaban el regreso a Ugsha para Navidad?

Desde principios de diciembre Alfonso y Juan Carlos buscaron voluntarios para el trabajo y pronto tenían una quincena de muchachos dispuestos al desafío. Entre todos colectaron juguetes para los niños de las comunidades indígenas que visitarían y pidieron dinero para financiar un programa corto -acorde con la disponibilidad de tiempo de los muchachos- de trabajos sociales en Ugsha.

Pronto llegaron las vacaciones de Navidad y el 27 de diciembre un convoy trasladó a los voluntarios hasta la comunidad. En Ugsha trabajaron en construir una cuyera para la familia de la señora Rosita, una mujer con tres hijos pequeños que sufre de cáncer terminal, con la que habíamos tomado contacto en agosto. Para los indígenas de Imbabura los cuyes -conejillos de indias- no son mascotas más o menos exóticas ni mucho menos cobayas para experimentación científica: son una fuente de ingresos pues su carne es altamente apreciada como alimento en la zona e incluso se exporta a EE.UU. y Europa, donde existen colonias de inmigrantes imbabureños que demandan este tipo de carne de roedor, por lo demás inexistente en esos mercados. Doña Rosita quedó muy agradecida por la ayuda prestada. Algunos chicos se comprometieron a conseguirle ayudas en dinero y le llevaron a un hospital especializado.

Adicionalmente los muchachos organizaron un festejo de Navidad para los niños de las comunidades vecinas, ubicadas en el páramo andino a más de 4.000 metros de altura. El frío habitual en esos parajes dio paso a una soleada mañana en la que -ante el impresionante paisaje de los colosales nevados andinos- 150 menores de edad recibieron todos un regalo personal, participaron en juegos y recordaron el sentido cristiano auténtico de la fiesta con canciones y villancicos.

Con los niños de Ugsha, celebrando la Navidad

El regreso fue el 29 de diciembre. Todos los universitarios asistentes se han registrado desde ya para el Campo de Trabajo que organizará Ilinizas en Ugsha en el próximo verano 2005. Pero otros frutos están llegando de antemano: decisiones de cambio personal gatilladas por el contacto con la pobreza, con la enfermedad y con la alegría de los habitantes de aquellos páramos imbabureños.