Juan el Bautista La alegría de amar sin medida
Juan el Bautista deberá brillar y desaparecer después, gritar y después callarse. No es más que la voz de la Palabra encarnada; cuando comienza el ministerio del Verbo se termina el de su precursor. Indigno de desatar las correas de las sandalias de Cristo (cf. Lc 3, 16), sin embargo bautizará al Hijo amadísimo del Padre, al Ungido del Espíritu Santo. El agua del Jordán queda santificada para siempre para brotar hasta la vida eterna, como signo del Espíritu.
Después será necesario que Cristo crezca y que Juan disminuya: muerte progresiva a sí mismo de quien sabe que el Salvador de los hombres, venido después de él, existía antes que él, tal y como lo canta la Iglesia el día de su fiesta. «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Jesús, Cordero de Dios, triunfará en la cruz. La alegre proclamación de la venida del Salvador se junta con el misterioso anuncio de una muerte cruel: la alegría de la Resurrección está enraizada en la Cruz (Es Cristo que pasa, 66). Es la alegría de la redención, cruz cósmica cuyas cuatro flechas abrazan los cuatro extremos del mundo, sangre preciosa que puede lavar para siempre a todo hombre de su pecado.
Juan conoce los sufrimientos físicos y morales. Tiene el coraje de predicar la penitencia y el ayuno; también los practica. Siguiendo una llamada especial (Amigos de Dios 121), se viste con una piel de camello y se alimenta de saltamontes y miel silvestre. Jesús hace notar que Juan es rechazado por los fariseos y los doctores de la ley; porque no come pan ni bebe vino se le acusa de estar poseído. En la persecución, la alegría de Juan es completa.
Alegría y dolor juntos una vez más. El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza. «In laetitia, nulla dies sine cruce!», me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz (Es Cristo que pasa, 176).
Eso es la cruz: cumplir alegremente la voluntad de Dios: seguir a Jesucristo –lo ha dicho Él– es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso –aunque cueste– y la cruz es la Santa Cruz (Surco, 249).
Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
- 15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados)