El Opus Dei y la política: cada caminante siga su camino

El Opus Dei tiene fines exclusivamente espirituales y apostólicos. En los asuntos profesionales, sociales, políticos, económicos, etc., sus miembros piensan y actúan con libertad y responsabilidad personal, atendiendo a las directrices del Magisterio de la Iglesia en los aspectos doctrinales y morales. Y el pluralismo resultante no solo es respetado, sino querido y valorado.

El Opus Dei tiene fines exclusivamente espirituales y apostólicos. En los asuntos profesionales, sociales, políticos, económicos, etc., sus miembros piensan y actúan con completa libertad y responsabilidad personal.
“Es absurdo e injusto tratar de imponer a todos los hombres un único criterio, en materias en las que la doctrina de Jesucristo no señala límites”, escribe el fundador de la Obra en una carta de 1959.

Recién acabada la guerra civil española, en 1939, el fundador de la Obra tenía que predicar un retiro espiritual en un colegio universitario cercano a Valencia. El recinto había sido utilizado durante el conflicto como cuartel, y los organizadores se afanaban en limpiarlo todo lo posible. Al poco de llegar, en uno de los pasillos encontró un gran letrero donde se leía: Cada caminante siga su camino. “Quisieron quitarlo, pero yo les detuve: dejadlo –les dije–, me gusta”. 

Desde entonces, esas palabras sirvieron muchas veces a san Josemaría de motivo para su predicación: “Libertad: cada caminante siga su camino. Es absurdo e injusto tratar de imponer a todos los hombres un único criterio, en materias en las que la doctrina de Jesucristo no señala límites”[1].

Junto a la enumeración de una serie de actividades apostólicas de la Obra, san Josemaría anotó en 1931: “No un partido católico: diversidad de opiniones”.

Libertad y responsabilidad en la actuación pública

Un rasgo definitorio del Opus Dei es la libertad de sus miembros en las cuestiones profesionales, políticas, sociales y económicas. Las afirmaciones de san Josemaría en este sentido son constantes desde el principio. Hace poco se ha publicado un volumen con cuatro cartas extensas del fundador. En la tercera, afirma con energía que “la Obra no tiene política alguna: no es ése su fin. Nuestra única finalidad es espiritual y apostólica, y tiene un resello divino: el amor a la libertad, que nos ha conseguido Jesucristo muriendo en la Cruz”[2].

“NADIE PUEDE PRETENDER EN CUESTIONES TEMPORALES IMPONER DOGMAS, QUE NO EXISTEN” (SAN JOSEMARÍA EN 'DIOS Y AUDACIA', DE JULIÁN HERRANZ)

En la Obra, sus fieles gozan de la más plena autonomía para adoptar las posturas que prefieran en los temas contingentes, al igual que los demás ciudadanos. 

Esto también implica el mayor respeto hacia los pareceres diversos de todas las demás personas. El deseable equilibrio queda muy bien expresado en la sabia sentencia que se atribuye a san Agustín: “in necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”: en lo necesario unidad; en lo opinable libertad y en todo, caridad.

“Libremente –como hijos (…), no como esclavos–, seguimos el sendero que el Señor ha señalado para cada uno de nosotros” (Amigos de Dios, n. 35).

Esta realidad es coherente con la naturaleza del Opus Dei como institución de la Iglesia Católica. Como lo ha expresado un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política[3], “no es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas –y menos todavía soluciones únicas– para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno”. Es decir, cualquier católico –cualquier fiel del Opus Dei– puede asociarse libremente con quienes comparten una opinión o proyecto, pero sería equivocado pensar que tiene la obligación de colaborar en un proyecto o en el desarrollo de una opción por ser bien intencionada o promovida por otros católicos.

En el mismo texto se puntualiza a continuación: “sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral” (n. 3). En un artículo de Romana[4] sobre la formación de la conciencia en materias morales y políticas, se afirma también que san Josemaría “enseñó constantemente que los fieles tienen la obligación moral de aceptar interna y externamente esos juicios doctrinales” (n. 2). Por ello, un creyente deberá formar en esos asuntos su opinión para fortalecer su fe y proponer soluciones específicas que no desdibujen su propia identidad.

En el primer volumen de cartas fundacionales, san Josemaría ofrecía algunas pautas para la actuación pública de los católicos: animaba a los laicos a implicarse y a participar, a evitar la indiferencia ante los problemas humanos o sociales del mundo (pobreza, educación, promoción de la dignidad humana y de la paz, etc.), pero fomentaba que cada persona usara de su inteligencia y tomara sus propias decisiones sobre los medios para afrontar esos grandes retos. Solía comentar que estaba dispuesto a dar su vida por defender la libertad de los demás. También le importaba, y mucho, que se ejerciera la libertad sopesando las opciones adoptadas. Así lo expresó en muchas ocasiones, por ejemplo en una entrevista concedida en 1967, en la que señala: “Nadie puede pretender en cuestiones temporales imponer dogmas, que no existen. Ante un problema concreto, sea cual sea, la solución es: estudiarlo bien y, después, actuar en conciencia, con libertad personal y con responsabilidad también personal”[5]

.
“¡Yo no soy de derechas ni de izquierdas! ¡Soy un sacerdote de Jesucristo!”.

El arte del encuentro

La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida”: el Papa Francisco cita esa letra de la canción Samba de la bendición, del músico y poeta brasileño Marcus Vinícius de Moraes, en su última encíclica Fratelli tutti, invitando una vez más a desarrollar una cultura del encuentro. Su exhortación apunta a “una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible”[6].

Como corresponde hacerlo entre hermanos –hijos de un mismo Padre–, Francisco encarece: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo «dialogar». Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades”[7].

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha señalado que “no es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas –y menos todavía soluciones únicas– para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral”.

El pluralismo en lo que Dios ha dejado a la libre consideración de los hombres es una realidad verificable, y corresponde poner los medios para que no signifique un problema. La diversidad constituye riqueza. Como también dice el prelado de la Obra, Mons. Fernando Ocáriz, “es necesario hacerse cargo de los aciertos de las distintas posturas, dialogar con otras personas, aprendiendo de todos y respetando esmeradamente su libertad, más aún en materias opinables”[8].

“LIBREMENTE –COMO HIJOS (…), NO COMO ESCLAVOS–, SEGUIMOS EL SENDERO QUE EL SEÑOR HA SEÑALADO PARA CADA UNO DE NOSOTROS” (SAN JOSEMARÍA EN 'AMIGOS DE DIOS', N. 35)

Y ahondando en los desafíos que implica coexistir en armonía, con verdadero aprecio y consideración por los diferentes pensamientos, el prelado advierte en una carta dedicada precisamente a la amistad que “ciertas maneras de expresarse pueden enturbiar o dificultar la creación de un ambiente de amistad. Por ejemplo, ser demasiado categórico al expresar la propia opinión, dar la apariencia de que pensamos que los propios planteamientos son los definitivos, o no interesarse activamente por lo que dicen los demás, son modos de actuar que encierran en uno mismo. En ocasiones, estos comportamientos manifiestan una incapacidad para distinguir lo opinable de lo que no lo es, o la dificultad para relativizar temas en los que las soluciones no son necesariamente únicas”[9].

Guías para la ruta

No son pocos los objetivos que los creyentes han de empeñarse en conquistar dentro de su autonomía para recorrer los caminos concretos que prefieran. Como explicaba san Josemaría, algunos son irrenunciables: “Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad, porque la conciencia –si es recta– descubrirá las huellas del Creador en todas las cosas”[10].

“LA VIDA ES EL ARTE DEL ENCUENTRO, AUNQUE HAYA TANTO DESENCUENTRO POR LA VIDA”. AL PAPA FRANCISCO LE HA GUSTADO ESA LETRA DE LA CANCIÓN BRASILEÑA 'SAMBA DE LA BENDICIÓN' Y LA CITA EN SU ÚLTIMA ENCÍCLICA 'FRATELLI TUTTI'

Pero un católico no debe desanimarse frente a las dificultades de la ruta escogida, sino apoyarse con confianza y optimismo en Dios. El Papa, en su último Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz, señala algunas guías para recorrer con seguridad las diferentes sendas, tomando la imagen de la navegación: “En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la «brújula» de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común”[11].

Debemos apoyarnos en estos instrumentos, timón y brújula, para descubrir en los avatares de cada jornada el trayecto que el Señor nos señala a cada uno y en relación a los demás, para avanzar con libertad, fortalecer nuestra identidad cristiana y desde ella vivir la caridad con todas las personas sin distinción.

Francisco da una pista más, profunda y luminosa, para cada uno: “Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza”[12].


[1] San Josemaría, Carta 9-I-59, n. 35

[2] San Josemaría, Cartas (I), 3, n. 42

[3] Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la actuación de los católicos en la vida política.

[4] Artículo sobre la formación de la conciencia en materias morales y políticas según las enseñanzas de san Josemaría.

[5] San Josemaría, Conversaciones, n. 77

[6] Francisco, encíclica Fratelli tutti, n. 215

[7] Ibíd, n. 198

[8] Fernando Ocáriz, Carta 14-II-2017, n. 17

[9] Fernando Ocáriz, Carta 1-XI-19, n. 9

[10] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 171

[11] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz, del 8-12-2020

[12] Ibíd, n. 9