La personalidad vital y optimista de Encarnita tenía fuerza y conectaba con los jóvenes. Pero ella iba más allá de la apariencia y calaba en su mundo interior. Aprendió de unas palabras que solía decir san Josemaría a los miembros del Opus Dei: “Os quiero mucho hijos míos, pero os quiero santos”. Se interesaba por los aspectos humanos y, a través de ellos, llegaba a los más profundos. Cuenta una chica que, siendo muy joven, interesada por conocer el Opus Dei, acudió a su casa con una compañera: “Nos abrió Encarnita y estuvo hablando con cada una de nosotras sobre muchas cosas: los estudios, la familia, el trato con Dios, nuestras amigas, nuestros planes... La impresión que saqué en ese momento fue que a una persona mayor como ella, le importaban todas nuestras cosas, aunque sólo tuviéramos 16 años. Más tarde pensé que Encarnita procuraba aprovechar todas las circunstancias de su vida para hacer la voluntad de Dios, y que cuando tenía la oportunidad de estar con una persona joven, siempre procuraba acercarla a Dios”.
"La impresión que saqué en ese momento fue que a una persona mayor como ella, le importaban todas nuestras cosas, aunque sólo tuviéramos 16 años".
En una carta, el hijo de una amiga, que la conoció desde niño, le dice: “Sabes que no me gusta mucho rezar, pero Dios existe, eso es lo único cierto en este mundo, tú que estás tratándole constantemente, pídele, a través de nuestra Madre, para que sea un alma buena y limpia y me quite esas miserias y esos caparazones que me hacen andar a veces ciego a plena luz del día”.
Una chica joven le enseñó la biografía de Montse Grases que le había comprado su madre. Encarnita le escribió estas palabras: “Que tu vida esté impulsada por los mismos ideales que llevaron a Montse a decir hasta en los momentos más difíciles... ¡Vale la pena! Esta entrega tendrá como recompensa el ciento por uno, ¡prometido!”.
Encarnita vio clara su vocación en un curso de retiro escuchando a san Josemaría, que habló de la Pasión de Cristo. Tiene paralelismo con este otro relato: “Hace ya unos cuantos años fui a un curso de retiro. Yo asistía a meditaciones y pláticas con interés, pero sin plantearme nada más. Un día llegó Encarnita (yo no la conocía de nada). En la clase que ella nos dio se centró en la Pasión del Señor. Aquello me caló muy hondo. Al terminar pensaba: `¿Y yo qué le puedo dar al Señor?, ¿me voy a negar...?´. La consecuencia fue que me decidí a pedir la admisión en el Opus Dei. Se me clavó en el alma la fuerza que puso al hablar de la Pasión de Cristo; en ese momento noté que mi interior reaccionaba”.
A una madre se le quedó grabada esta frase que Encarnita dirigió a su hija en el pasillo de su casa con fuerte convencimiento: ¡El amor de Dios se palpa!. No asistió a la conversación previa entre ambas, pero fue testigo de la sintonía espiritual que manifestaban.