«Mi recuerdo de ella puede resumirse en pocas palabras: una gran mujer, una excelente amiga, una excepcional cristiana. Pocas veces en la vida uno tiene la suerte de convivir con un santo o una santa. Quienes conocimos a Encarnita sabemos que esa suerte se convirtió en realidad. No en vano seguía las huellas trazadas por San Josemaría para hacer asequible la santidad en medio del mundo”.
Pocas veces en la vida uno tiene la suerte de convivir con un santo o una santa. Quienes conocimos a Encarnita sabemos que esa suerte se convirtió en realidad
»Encarnita era una mujer tremendamente alegre -con esa alegría interior que no necesariamente tiene manifestaciones externas constantes- con un fino sentido del humor y un carácter fuerte. Llevaba al pie de la letra lo de que ‘para ser muy divino hay que ser muy humano’. Sus ojos -de azul intenso y llenos de brillo- que se hundían en su delgada cara, eran sin duda el espejo de su alma. Ni la enfermedad, ni la delgadez, ni los años de trabajo, hasta quedar exprimida como un limón, lograron apagar esa luz que irradiaba su alma.
»Encarnita me enseñó de una manera viva y humilde a no fiarme de mis propias fuerzas y a centrar mi confianza en Dios. Sólo así uno garantiza la paz de su espíritu. Para mí fue una gran amiga. En particular desde el curso 1987-1988, hasta su muerte, estuvo cercana en los acontecimientos importantes de mi vida. Me recibió siempre, hasta que dejé Valladolid en el otoño de 1989.
Encarnita me enseñó de una manera viva y humilde a no fiarme de mis propias fuerzas y a centrar mi confianza en Dios. Sólo así uno garantiza la paz de su espíritu
»Antes y después de esa fecha mantuvimos correspondencia frecuente y en ocasiones hablamos por teléfono. Mi marido la conoció cuando éramos novios, un día de verano que fuimos a visitarla a Valladolid y guarda un buen recuerdo de ella. En particular le impresionó su vitalidad y jovialidad.
»Encarnita tenía una extraordinaria capacidad para escuchar, con una tremenda empatía. Recuerdo con cariño nuestras charlas; jamás mostró cansancio, aburrimiento, prisa o falta de interés. Hablaba conmigo como si nada más tuviese que hacer, como si aquellos segundos, minutos u horas tuviesen un valor único. Y valor tuvieron, porque aprendí lo que la buena amistad significa de verdad. Llegué a quererla muchísimo, no sólo por lo que representaba -una de las primeras mujeres del Opus Dei en quien el fundador de la Obra tanto se apoyó-, sino por lo que era ella como persona y como amiga.
Encarnita me enseñó a defender el amor noble, puro y limpio -como debe ser el amor entre marido y mujer- con razones humanas y no sólo sobrenaturales
»Encarnita me enseñó a defender el amor noble, puro y limpio -como debe ser el amor entre marido y mujer- con razones humanas y no sólo sobrenaturales. Ella hizo de la fidelidad a Dios y la lealtad en la amistad una constante de su vida y un ejemplo a seguir. Me recordaba cómo el fundador de la Obra decía que marido y mujer son como las llaves de un llavero: se rozan, pero no se rompen.
»Termino este relato con algunos consejos que me dio en aquella última conversación, en agosto de 1994. Respecto a coordinar bien el trabajo profesional y la vida en familia me dijo: “Da, en intensidad, el tiempo que no puedas dedicar en cantidad. Lo importante es la calidad. Sorprende a la familia, a tu marido, con algún postre especial, algún detalle, etc. No bajes el tono humano en las comidas o reuniones familiares, haz la vida feliz a los demás”.
“Da, en intensidad -me aconsejaba Encarnita-, el tiempo que no puedas dedicar en cantidad. Lo importante es la calidad”
»Me explicaba que no hay que halagar, pero sí ilusionar con sentido positivo: A la gente se le debe alabar un poquito: “Mira este libro de lectura espiritual, como tú eres tan inteligente, te gustará”.
»Hablaba de Dios con el mismo apasionamiento y espontaneidad con que enseñas las fotos de tu hijo. La gente tiene verdadera nostalgia de Dios. Muchas veces lo tratamos como si tuviera que estar a nuestro servicio. Cuando no entiendas algo, dile: “No entiendo nada, pero me fío de Ti”.
Hablaba de Dios con el mismo apasionamiento y espontaneidad con que enseñas las fotos de tu hijo
»Cuando Encarnita murió yo estaba en Nueva York. Es duro decir adiós a las personas que queremos. La fe y la esperanza ayudan claro está. Pero todavía echo de menos su compañía, su alegría, sus consejos, la sonrisa de Encarnita.
»Con el paso de los años me doy más cuenta de la suerte que tuve de ser su amiga. Suerte antes de que Dios se la llevase aquel primer día de diciembre de 1995 y suerte desde entonces al tener una gran aliada en el cielo».