El Coral: unidad, entrega y solidaridad

El Coral fue uno de los centros icónicos de la ciudad de Guayaquil donde muchísimas mujeres tuvieron conversiones personales y decisiones de mejora.

Grupo de jóvenes que asistían al Centro El Coral

Sus pasillos fueron los principales espectadores del espíritu apostólico que inflamaba los corazones de las mujeres que lo frecuentaban y de las visitas más memorables que, hasta el día de hoy, se recuerdan con grandes sonrisas.

Marta vivió en El Coral durante 15 años y no puede olvidar el día en que se firmaron las escrituras de la casa. Fue un 26 de junio, en aquel entonces aniversario del fallecimiento de San Josemaría. Ese fue el inicio de una cadena de acontecimientos que marcaron la vida de muchas personas.

Marta guarda mucho cariño a esa casa. Recuerda cuando el Prelado, Monseñor Javier Echevarría, visitó el Coral en 1996. “Don Javier estuvo allí un rato, adecuamos el aula como sala para que el Padre no tuviera que subir las escaleras. Vivimos una tertulia muy entrañable. Fue muy bonito”, cuenta.

Un ambiente cargado de labor apostólica

Se puede decir que en todos los rincones de la casa se respiraba un ambiente de servicio. Este centro congregó a un público diverso que buscaba recibir formación cristiana.

La labor con personas casadas agrupaba a las señoras que acudían a clases de doctrina, moral y actualidad; las convivencias y el retiro mensual. Mientras que a la labor de universitarias acudían un promedio de 35 chicas. Además, cada mes las profesionales tenían un retiro que empezaba a las 18:30 y duraba hasta cerca de las 21:00. “Todo ese tiempo el sacerdote conversaba con las que le buscaban”, comenta Marta.

En el parque
Excursión con las jóvenes

El trabajo social que se hizo en Pascuales —una parroquia urbana ubicada a 14 kilómetros de Guayaquil— fue inolvidable. Niñas que se formaban previamente en El Coral iban luego a dar catequesis de Primera Comunión y Confirmación. “Fue una de las actividades más bonitas porque se atendió, por más de 12 años, a cientos de niños que recibieron los sacramentos”, cuenta Cathy.

El valor de intercambiar aficiones y saberes

Con el propósito de compartir su pasión por la literatura, Rosario y sus amigas iniciaron un taller de libro que las reunía cada martes. En esta actividad participó un grupo muy constante de señoras. Luego, Celia quedó a cargo.

Clases de cocina en El Coral

Además del club, María de Gracia, quien también vivió muchos años en El Coral, dirigió el servicio de comidas del IDE Business School, que hasta el 2013 quedaba en el edificio aledaño. El servicio de catering que se ofrecía, con mucha delicadeza en la elaboración de los platos, dejó una marca característica a esta escuela de negocios. Asimismo, implementó un taller para la elaboración de reposteros para varios centros de la ciudad en el que colaboraban amigas y cooperadoras.

Una actividad que todas recordamos con especial emoción fue la elaboración de los manutergios y purificadores que se usaron en la santa Misa que celebró el papa Francisco en nuestra ciudad en 2015 y a la que asistieron más de un millón de fieles. ¡Fueron mil lienzos que se cortaron, cosieron y plancharon con la ayuda de todas las personas que frecuentaban en ese momento El Coral!

Voluntarias elaborando ornamentos litúrgicos para la visita del Papa Francisco

Sentido de entrega y solidaridad

El profundo sentido de unidad, cariño y solidaridad de todas las mujeres que formaban parte de El Coral permitió que pudieran conocer a muchas familias y personas con diferentes necesidades. Cathy comenta que, al final de cada año, se hacía la entrega de canastas con víveres a alrededor de 1500 familias. Esto se preparaba con antelación y colaboraban muchas chicas con donaciones o en la elaboración de las canastas.

Hubo un hecho que la marcó. Fue la de una actividad por Navidad en la que sintieron muy de cerca la mano de Dios. “Rompieron el vidrio del carro que contenía las donaciones de juguetes y se los robaron todos", recuerda apenada. Tras el suceso, las voluntarias se juntaron para reunir otra vez los regalos, y en tres días sobrepasaron el total que necesitaban.

Asimismo, recibieron ayuda de parte de una joven que había sido visitante regular de El Coral, pero que había dejado de frecuentarlo. “No la habíamos visto en bastante tiempo. Al tocar el timbre, me sorprendí mucho de encontrarla. Me dijo que venía a dejar algo de dinero que había recolectado. Traía justo la cantidad que nos hacía falta para comprar las leches que irían en las canastas”, agrega Cathy.

Por otro lado, Marta cuenta que, durante estos años cargados de hermosas vivencias, recuerda una en particular. Las señoras dieron clases al personal de servicio que colaboraba con ellas en sus casas. Las atendieron con cariño y con esto quisieron demostrar su gratitud. “Fue muy simpático y todas estaban muy contentas”, agrega.

Esto y más es lo que se vivió en El Coral. Ahora ha cerrado sus puertas, pero ha dejado una huella imborrable en las personas que participaron, de una u otra forma, en sus distintas actividades y medios de formación.