Viajaré con varios colegas desde Moscú a Madrid, a la beatificación de don Álvaro, para agradecerle tantas cosas... Un día, cuando yo tenía 22 años, me dijo con gran sencillez y cariño: “Alexandre, quiero apoyarme en tu fortaleza”. Estas palabras me han ayudado siempre a ser fiel a mi vocación. Y desde que don Álvaro nos dejó en esta tierra, soy yo en el que se apoya en su fuerza, el que se acoge a la intercesión de un gigante espiritual de enorme corazón; a la vez, padre muy cercano y amigo.
Un día, cuando yo tenía 22 años, me dijo con gran sencillez y cariño: “Alexandre, quiero apoyarme en tu fortaleza”
En 1989 le dije que podía contar conmigo para colaborar en la tarea evangelizadora que el Opus Dei empezaba entonces en Finlandia. Y en 1993 le acompañé en una rápida visita pastoral desde Helsinki (donde yo vivía) a Tallín, capital de Estonia.
Allí rezamos en el templo católico y en las catedrales luterana y ortodoxa. Don Álvaro pudo saludar y reunirse con un grupo de amigos estonios, y recuerdo bien sus palabras destacando la necesidad de la misericordia y del perdón. Estas referencias me impresionaron al estar recientes en la historia de Estonia momentos de gran sufrimiento.