Atendiendo personas necesitadas desde Yahuarcocha

En la formación de nuestros chicos es fundamental que aprendan a compartir y a darse a las personas que más lo necesitan.

Pepe, un amigo del asilo.

Para los alumnos del Colegio Los Álamos este año de la Misericordia ha sido una nueva motivación para vivir las virtudes fundamentales del cristiano. La educación integral y de valores que persigue esta institución ha sido propuesto por directivos y profesores que asisten a medios de formación del Opus Dei.

Ubicado en Ibarra frente a la laguna de Yahuarcocha, en un paraje espectacular de la cordillera ecuatoriana, los Álamos empezó su labor formativa en el año 1998. Son muchas las promociones de chicos que han crecido en estas instalaciones.

Desde pequeños les hemos acostumbrado a realizar una vez al mes salidas de labor social. De cada curso van a un lugar distinto con el fin de llevar alegría a gente necesitada. El pedido del Papa ha conmovido a los chicos, que están decididos a preparar mejor estas salidas y ha entregarse un poco más.

Ayudando a organizar las donaciones.

Los chicos de II de Bachillerato acuden al Asilo San José que se encuentra en la Basílica de la Dolorosa. Son recibidos por unas monjas argentinas “muy alegres” –como las calificó Matías– a las que ayudan en varias actividades como lavar los platos y pelar papas, además de acudir a conversar con los abuelos. Se notan que son pocas para la gran cantidad de residentes a los que cuidan, alimentan, y sobre todo acompañan.

El asilo es un lugar cuidado y amplio, donde los mayores pueden disfrutar del vitalizante sol ecuatoriano. En sus visitas, los chicos se van haciendo amigos de los residentes, muchos les cuentan sus historias. Hay varios que han terminado en el asilo porque no tienen donde más ir. Matías comentaba que al conversar con un señor muy mayor pudo entender más la importancia de la familia y del amor desinteresado, el único al fin.

Esteban, Matías y Felipe preparando las actividades del día.

James –compañero de Matías– contó que se había comprometido a rezar particularmente por el asilo. La última vez que fue al asilo estaba ayudando en la cocina cuando vio a un anciano parado enfrente de la puerta de entrada. El buen hombre pedía ayuda ya que no tenía hogar y apenas recordaba su nombre. Con tristeza le comunicaron que –por ahora– no había espacio para otro residente, pero que iban a ayudarle, le dieron de comer y se quedaron conversando con él. James, se quedó pensativo y ofreció rezar más no sólo por los ancianos sino por la labor que hacen las monjas.