“No hay más que una raza en la tierra, la raza de los hijos de Dios”, remarcaba san Josemaría Escrivá de Balaguer en su homilía “El triunfo de Cristo en la humildad”, iluminando la victoria sobre la gran batalla que diariamente deben enfrentar los cristianos entre la libertad y el respeto, o mejor entendida como, la lucha entre la humildad y el egoísmo.
Así como la racionalidad es uno de los principales distintivos de los seres humanos, el amor a la libertad es un distintivo capital de los cristianos. La libertad supone el encuentro práctico de cada una de las virtudes con la conciencia, en el que se es más libre, en la medida que se es más virtuoso, y supone el encuentro racional, voluntario y afectivo entre la igualdad y la pluralidad, complementariedad determinante del respeto por los demás.
El respeto por los demás, por sus opiniones, creencias, posturas políticas, gustos y afectos, constituyen expresión segura de nuestra libertad y el reconocimiento de la libertad del otro. La discusión que no va encaminada a la búsqueda de la verdad, sino a la crítica, al señalamiento y al juzgamiento del parecer individual, constituye un irrespeto a la dignidad de cada persona.
Amor a la libertad
El amor a la libertad del otro se demuestra en la expresión de la comprensión y la compasión, de la justicia y la caridad, virtudes que, por su naturaleza, son virtudes del amor al otro. Algo que sale con frecuencia en los medios de formación del Opus Dei es que el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado.
El afán de posicionar nuestro parecer, nuestras opiniones y juicios sobre los demás, son expresiones egoístas, síntomas de orgullo y arrogancia.El amor a la libertad sólo es posible en el amor a la verdad. Quien vive en la mentira, es esclavo de sí mismo. Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús ¿-quién eres tú-?, él contestó: “sí os mantenéis en mi Palabra seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres! (Jn 8, 31-32).
El amor a la verdad y su búsqueda permanente requiere también de docilidad para acogerla desde el enriquecimiento que brinda la libertad de opinión y nos aleja de la imposición sin fundamentos. El desafío está en vencer los prejuicios y esquemas mentales que podrían estar instalados por lo que grita la mayoría. Y en ese sentido, como lo menciona San Josemaría: "La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata" (Amigos de Dios n. 27).
Las contiendas deportivas, políticas y culturales, normalmente se convierten en escenarios hostiles para la cordura y el respeto. Es propio de los espíritus revoltosos alimentar las discordias con la leña de la imprudencia y la injusticia. Por el contrario, es propio de los espíritus señoriales y sabios el respeto por los demás, por sus opiniones diversas y por la grandeza que constituye la dignidad humana.
Pluralidad buscada
Al respecto, san Josemaría insiste a sus hijos sobre el respeto a la pluralidad como norma distintiva de la libertad: “Jamás he preguntado a alguno de los que a mí se han acercado lo que piensa en política: ¡no me interesa! Os manifiesto, con esta norma de mi conducta, una realidad que está muy metida en la entraña del Opus Dei, al que con la gracia y la misericordia divinas me he dedicado completamente, para servir a la Iglesia Santa. No me interesa ese tema, porque los cristianos gozan de la más plena libertad, con la consecuente responsabilidad personal, para intervenir como mejor os plazca en cuestiones de índole política, social, cultural, etcétera”. (Amigos de Dios, No. 11).
La pluralidad de posturas puede ser una oportunidad única para el encuentro con el otro, orientando las conversaciones hacia lo fundamental, hacia el bien, hacia la verdad, hacia aquello que nos compete a todos, la dignidad humana. Todas las personas, cristianas o no, son seres humanos, dignos por su naturaleza. La diversidad humana encuentra su sentido en el enriquecimiento de unos con otros, en el que se comparte, se complementa y se amplían las distintas visiones. Los grandes conflictos de la humanidad se han producido precisamente por la disputa de los pareceres, las creencias y las opiniones, no por la búsqueda de la verdad.
El Papa Francisco
El Papa Francisco nos recuerda “quién soy yo para juzgar a los demás”, como una demostración de la más profunda humildad, y como luz, de que no somos nadie para señalar al otro, sin que esto vaya en menoscabo del amor a la verdad. Y es precisamente, la vida social, la vida pública, el ambiente propio para el ejercicio de la libertad responsable. A través de la amistad, la solidaridad, y la subsidiariedad tendemos puentes entre las distintas opiniones.
En su última encíclica nos recuerda que en una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial.
El respeto a la pluralidad de visiones supone el respeto por las opiniones y elecciones de los demás. No supone esto, que necesariamente debamos compartir y aceptar las diferentes posturas y acciones. Supone que a la luz de la justicia, la prudencia y la caridad, no debemos juzgar y señalar las realidades humanas, desde nuestras propias posturas.
La vocación cristiana de comprender que, a pesar de que la naturaleza humana está orientada hacia el bien, hacia el encuentro con Dios, el mismo Dios quiso que esta realidad fuera de libre elección. Muchas personas se han perdido en el camino hacia la verdad, tentadas por las falsas libertades y las verdades aparentes de la condición humana. Jesús con su ejemplo -antes de establecer una discusión con sus múltiples detractores-, por su infinito amor y misericordia nos mostró “el camino, la verdad y la vida”. (Jn 14,6)
Por: Daniel F. López J.
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