María Eugenia Ossandón es investigadora del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá y archivista del Archivo General de la prelatura del Opus Dei. Actualmente se desempeña como asistente editorial de la revista Studia et Documenta y docente en la Pontificia Università della Santa Croce (Roma).
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Hablaremos en este episodio sobre las agregadas del Opus Dei. Me centraré en las primeras mujeres que pidieron la admisión entre los años 1950 y 1955 en España. Para más detalles sobre este tema se puede consultar dos artículos publicados en la revista Studia et Documenta en 2019 y 2021.
El Opus Dei en los años cincuenta
El Opus Dei, nacido en 1928, creció lentamente. La guerra civil española y después la segunda guerra mundial impidieron entre 1936 y 1945 la expansión de la Obra por España y luego en el extranjero. De hecho, en 1946 se pudo comenzar en Portugal.
La aprobación del Opus Dei al año siguiente como instituto secular facilitó mucho esta expansión por países de Europa y América. Eran las mujeres y hombres de la institución con compromiso de celibato quienes marchaban a esas naciones para trabajar profesionalmente y hacer arraigar el mensaje de la santidad en lo cotidiano.
Pero con esa aprobación pontificia el Fundador no buscaba sólo la expansión internacional sino también ampliar la posibilidad de que personas de cualquier condición y estado pudieran pedir la admisión en el Opus Dei.
Entre los nuevos miembros del Opus Dei estaban los agregados y los supernumerarios. Todos con la misma vocación, espíritu, misión y medios de santificación. Los agregados, llamados por Dios al celibato, hacen un hondo apostolado en su ambiente profesional y familiar, y colaboran con los numerarios en la atención de los demás fieles de la Obra. Los supernumerarios, siendo de ordinario personas casadas, procuran santificar de modo especial su vida matrimonial y familiar, además de todas las demás facetas de sus vidas.
La situación religiosa en España en los años 50
La vida religiosa en España después de la guerra civil se caracterizó por un gran fervor religioso, con procesiones, grandes catequesis y misiones parroquiales. La persecución religiosa ocurrida durante la guerra puso sobre el tapete la necesidad de realizar una honda tarea de evangelización.
Entonces, la Acción Católica se desarrolló ampliamente. La Acción Católica había nacido a fines del siglo XIX como un apostolado laical organizado en diversos países, y más tarde, en el siglo XX bajo indicaciones de los Papas estuvo bajo la autoridad episcopal y su objetivo era lograr la recristianización de las costumbres y de la vida pública. Además en España, justamente en estos años 1930-1940 hubo gran éxodo de población rural a la ciudad para intentar mejorar la propia situación.
Al terminar la guerra, el gobierno vencedor anuló la legislación republicana, por lo que volvió a estar vigente el Código Civil de 1889. Según éste, la mujer era considerada siempre una menor de edad: dependía económicamente del padre, del marido o, si no estaba casada, de un hermano. Por ejemplo, debía pedir autorización al varón de la familia para gestiones importantes, como viajar (incluso dentro de España), vender propiedades, contraer matrimonio, etc. Lo único que podía hacer con completa autonomía era la gestión del hogar. El rol de la mujer era únicamente la familia. Esto explica, en parte, que no fuera bien visto que la mujer estudiase. Se pensaba que no era necesario, ya que se iba a casar y dedicar a la familia. Y en la mentalidad de la época, que una mujer estudiara podía ser signo de bajo nivel económico de la familia.
Las primeras agregadas del Opus Dei
¿Quiénes eran estas mujeres que en la primera mitad de los años 50 se decidieron a pedir la admisión como agregadas del Opus Dei?
El grupo de agregadas españolas de la primera mitad de la década de 1950 lo formaban al menos 62 mujeres de diversa condición socioeconómica y cultural, de un amplio espectro de edad y que desempeñaban variadas profesiones y oficios. Pidieron la admisión cuando tenían entre 15 años (el Código de Derecho Canónico de la época lo permitía, y además en ese momento la enseñanza obligatoria acababa a los 12 años, de forma que los jóvenes se incorporaban muy pronto al mundo del trabajo). En todo caso, la mayor parte de estas mujeres pidió la admisión entre los 20 y 30 años.
La mayoría de ellas vivían en Madrid, otras en Bilbao, Valencia, Zaragoza, Granada, Sevilla, Murcia, o en ciudades más pequeñas como Cáceres, Pamplona, Salamanca, León, Santiago de Compostela, Badalona, Algeciras, Gerona, Vic. Algunas provenían del ámbito rural y conocieron el Opus Dei en la ciudad. Fue el caso de muchas de las que pidieron la admisión en Zaragoza, pues provenían de localidades de esa provincia.
Había obreras. En la época que tratamos eran llamadas así quienes trabajaban en fábricas y en talleres de bordado o de modista. Además, estaban las sirvientas, que eran mujeres, sin formación habitualmente, que trabajaban en el servicio doméstico en las ciudades. Provenían de familias de escasos recursos económicos y generalmente no habían terminado –si la habían comenzado– la educación primaria, por la necesidad de colaborar en el sostenimiento económico de la propia familia. Algunas de ellas apenas sabían leer y escribir (la Acción Católica, por ejemplo, organizaba escuelas para obreras). Y también entre las agregadas había porteras, modistas, sirvientas.
Otras agregadas se ocupaban en profesiones como enfermeras, maestras, investigadoras científicas, profesoras universitarias, periodistas, artistas, etc. Las que eran llamadas oficinistas eran secretarias, telefonistas, comerciantes, contables. Estaban empleadas en empresas públicas o privadas, tanto a nivel nacional como local.
Algunas agregadas se habían puesto a trabajar sin haber cursado la educación secundaria; otras habían llegado incluso a obtener el grado de doctor en el propio saber. Entre las profesionales, la mayoría no había acudido a la universidad, como era lo habitual. Habían hecho estudios superiores no universitarios como perito mercantil, contabilidad, magisterio, enfermería.
Había agregadas de condición socioeconómica alta, pero la mayoría era de clase media, y como hemos dicho, también las había de condición económica sencilla. Podemos añadir que casi todas estaban vinculadas a la Acción Católica, donde algunas desempeñaban cargos.
¿Qué las llevó a decidirse por este camino?
Como nota común en ellas –pues veremos algunos ejemplos diversos de discernimiento– estaba la búsqueda de un camino de entrega a Dios compatible con su vida cotidiana y sus proyectos profesionales o familiares, pues estos formaban parte de una situación también querida por Dios.
Carmen Toranzo conoció la Obra a través de unas primas suyas numerarias del Opus Dei. Una de ellas, que conocía las inquietudes espirituales de Carmen, la animó a pedir la admisión como agregada en 1950, en cuanto supo que existía la posibilidad. De hecho, Carmen tenía 23 años, había estudiado Filología clásica y tenía una salud delicada pues nació de un parto difícil.
Lourdes Díaz-Trechuelo, historiadora, tuvo noticias del Opus Dei a través de la lectura de una revista de Acción Católica que mencionaba precisamente que se había aprobado el Opus Dei como instituto secular. Al conocerlo más de cerca, consideró que podía ser su camino, algo que llevaba buscando mucho tiempo. Antes de pedir la admisión quiso aclarar si era posible ser de la Obra en sus circunstancias, porque no podía dejar su familia a la que debía ayudar económicamente. Tenía 31 años y estaba preparando el doctorado en Filosofía y Letras, en Sevilla. Escribía en 1952:
«A título de información, te diré que nosotros no tenemos capital ninguno y vivimos de lo que ganamos entre mi padre y yo, con lo que sólo tenemos lo estrictamente necesario. [...] Mi aportación económica representa aproximadamente un 40 % de nuestros ingresos y como comprenderás en estas condiciones yo no puedo pensar ni un instante en dejar mi casa. Es más, ni siquiera podría disminuir mis horas de trabajo (que son doce diarias… y algo más a veces) pues ello supondría también disminución de ingresos en casa. Ahora bien, si como creo es compatible esta vida mía con la de agregada, pediré la admisión inmediatamente pues lo deseo de verdad».
Otra de las primeras agregadas fue Piedad de la Cierva, doctora en Química. Ella recordaba sus inquietudes espirituales y la resolución que había tomado en abril de 1952, antes de entrar en contacto con una persona del Opus Dei. Había ido a Misa con su madre y rezó para resolver su inquietud vocacional. «Después de comulgar me di cuenta de que todo estaba clarísimo: tendría que dedicarme totalmente a Dios, pero de un modo para el que había preparado mi vida anterior: estudios, trabajo, viajes, etc. Todo iba a servir para lo que Dios quería de mí».
En mayo Piedad conoció a Gloria Toranzo en Zurbarán y comenzó a acudir allí después de su trabajo. Piedad tenía entonces 39 años, era doctora en Química, había estudiado en Dinamarca y Estados Unidos. En el otoño Toranzo le explicó las posibilidades de ser de la Obra, y –recordaba Piedad– «sin pensármelo vi que lo mío tenía que ser agregada. Estaba clarísimo que por mi trabajo y por la situación de mi familia yo tenía que estar en casa».
O como Josefina Tuneu, que participaba activamente en Acción Católica y llegó a ser delegada de juveniles; asistió a varios ejercicios espirituales y en cuanto conoció el Opus Dei comenzó a dirigirse con un sacerdote de la Obra. Pidió la admisión como agregada a los 23 años; había estudiado cálculo mercantil, correspondencia comercial y mecanografía; trabajaba en un taller metalúrgico desde los 15 años.
En cambio, otra motivación es la que presentó Sacramento Ruiz, antes de pedir la admisión como agregada en 1956. En una carta de 1951 mencionaba a una amiga que había tomado la decisión de ser numeraria; pero veía que a ella Dios le pedía quedarse en Cáceres, donde vivía. Escribía:
«Veo aquí un apostolado magnífico que puedo llevar a cabo. Pide un poco por mí, para que en todo lo que haga no busque más que la gloria de Dios y el bien de los hermanos. En Cáceres y sobre todo en los pueblos de nuestra diócesis hay todavía muchas muchachas, a las que se les puede llevar un ideal más alto desconocido totalmente por ellas. Y yo creo que Dios quiere que me entregue a ello».
¿Cómo recibieron su formación espiritual las primeras agregadas?
Las agregadas, igual que los demás miembros, hombres y mujeres, recibían –y reciben ahora– de diversos modos la formación para vivir el espíritu del Opus Dei, es decir, para buscar la unión con Dios en y a través de la vida cotidiana.
Para las que habían pedido la admisión a la Obra cada semana había círculos –dirigidos por una numeraria– o meditaciones –predicadas por un sacerdote del Opus Dei–. Se les ofrecía además la dirección espiritual del sacerdote y la ayuda de otra joven del Opus Dei, con quien podían charlar para aclarar dudas o para aprender a vivir lo que oían. Para todas, estos medios eran algo normal, pues quien participaba en la Acción Católica estaba acostumbrada a asistir a círculos y a retiros mensuales, así como a tener dirección espiritual.
Las que vivían en ciudades donde no había aún un centro femenino profundizaron en su conocimiento del mensaje de santificación de la vida ordinaria a través de la correspondencia, ya que no podían participar en los encuentros organizados periódicamente.
Para todas estas mujeres –jóvenes, adultas, estudiantes, intelectuales, obreras–, se organizaron semanas de estudio o convivencias durante el verano. Las primeras tuvieron lugar en 1952, duraron una semana cada una; las siguientes fueron de quince días. Se organizaron para grupos relativamente homogéneos según su preparación cultural y humana, para facilitar la organización y el aprovechamiento de la formación. Sin embargo, no había una rígida separación de asistentes: si alguna tenía dificultad para asistir en una determinada fecha, participaba en otra.
¿Qué se les explicaba del Opus Dei? ¿Qué implicaba o implica ser agregada?
Las primeras explicaciones dadas sobre el Opus Dei han ido y van ahora al núcleo de su mensaje de modo simple y directo: la Obra es una institución de la Iglesia que promueve la santidad de los cristianos corrientes. Sus miembros siguen el ejemplo de los primeros cristianos que vivían su fe sin distinguirse de sus conciudadanos, porque cada uno continúa en su sitio. La vocación al Opus Dei es la misma para todos, pero se concreta de modo diverso según las circunstancias personales. A algunas personas Dios les pide mantenerse célibes, para tener el corazón puesto solo en él y por él en los demás. No significa quedarse solos, porque el Opus Dei es una familia, y en ella entran todos sus miembros.
Un medio imprescindible para conocer el Opus Dei era Camino, escrito por el Fundador y publicado en 1939. Este libro difundía por sí solo el mensaje del Opus Dei y llegaba muchas veces antes que los miembros mismos. Otro libro que se aconsejaba y se propagaba rápidamente era El valor divino de lo humano, de Jesús Urteaga, sacerdote del Opus Dei, que recogía fundamentalmente la predicación de Escrivá de Balaguer.
La entrega a Dios en el Opus Dei, en efecto, se concreta en el ambiente en que cada uno se encuentra. Para las agregadas era su casa, su ambiente de trabajo. En los primeros años 50, como no era habitual que la mujer tuviera estudios superiores, a las que pedían la admisión y no tenían trabajo se les preguntaba qué podían hacer y se las animaba a encontrarlo. Y ese fue un gran desafío, como contaba Concepción Caubet, que pidió la admisión en 1952, con 34 años. Ella sólo tenía estudios primarios. Al conocer el Opus Dei y pedir la admisión como agregada buscó un trabajo. Primero fue secretaria de un periodista sudamericano y después de un político; más tarde, por oposiciones, consiguió un puesto en la administración pública. María Luisa Udaondo también había hecho sólo estudios primarios; hizo un curso de corte y confección para poder enseñarlo a las obreras que acudían a la Acción Católica y después trabajó en una distribuidora de alimentos. Cualquier trabajo honrado estaba bien.
En noviembre de 1959 Piedad de la Cierva consiguió una beca para ir a París a un congreso sobre “Naturaleza de las superficies pulidas de vidrio” organizado por la Union Scientifique Continental du Verre. San Josemaría, al saberlo, le comunicó que tendría mucho gusto en recibirla en Roma.
«Me preguntó por mi Congreso de París. No quise hacerle perder tiempo hablando de ello y solo le comenté que muy bien. […] Le dije que me marchaba aquella tarde y le pregunté si le parecía bien que trabajara donde estaba o si prefería que hiciera otra cosa. Entonces levantó la mano con mucha viveza (por primera vez reparé entonces en sus manos, tan expresivas, que luego hemos visto muchas veces en sus tertulias y finalmente en los cuadros de su beatificación) y me dijo: “De ninguna manera, tu vocación profesional es clarísima y puedes dar mucha gloria a Dios si le ofreces tu trabajo y lo realizas en su presencia”».
El eje de la propia vida espiritual era el trabajo profesional y las relaciones sociales habituales (en general, sus padres y hermanos si vivían con ellos). En estos ambientes se engarzaban los momentos de oración y los sacrificios y, a la vez, la personal vida espiritual o de relación con Dios se alimentaba de esas circunstancias.
Todas estas prácticas de piedad debían de llevar a una vida de unión con Dios que se traduciría en un cambio de conducta. El primer objetivo de todas era mejorar en las relaciones con Dios y con las personas de su entorno: padres, hermanos, colegas, alumnos, clientes, etc. Tener paciencia, hablar bien de los demás, ayudarse con la oración.
El modo de vivir la pobreza o desprendimiento tomaba formas variadas, pero la nota común era pedir consejo sobre los gastos no habituales y entregar una nota a fin de mes con el detalle de los gastos realizados. El ejercicio de preguntar y luego entregar la nota de los gastos manifestaba la decisión de vivir como si el dinero no fuera propio y ayudaba a reflexionar sobre en qué se empleaba. Algunas de estas primeras agregadas ya entregaban el sueldo a su madre o al fondo común de la casa como una forma de desprendimiento o bien por motivos prácticos. Sobre el modo de vestir se las animaba a que fueran bien arregladas.
En la Obra se las alentaba a tener amigas, a hablarles de Dios y así difundir el mensaje evangélico de modo personal. Gloria Toranzo escribía en 1951 a Concepción Álvarez: «Piensa en un apostolado personal e individual que es el más propio de nuestra vocación». El apostolado del buen ejemplo se concretaba en la familia, en el trabajo y con las amigas. Por ejemplo, la misma Concepción Álvarez, que trabajaba en la administración pública, comentaba más adelante a Toranzo: «En la oficina las compañeras cuentan conmigo para todo y me visitan mucho en la Dependencia». Un día estuvo el jefe, que habitualmente iba poco, y vio el movimiento. Se enfadó y comentó delante de varias que no hacían nada y no dejaban trabajar a Álvarez.
En resumen, los años 50 para el Opus Dei se caracterizaron por un rápido crecimiento geográfico y sociológico debido a la posibilidad de admitir una mayor amplitud de personas y la movilización de los miembros fuera de España.
Las primeras 62 agregadas –de la primera mitad de los años 50– representan un corte transversal de la sociedad española de su tiempo, por condición económico-social, estudios, salud.
De la correspondencia y los recuerdos de las protagonistas de los años 50 se desprende que ya desde el principio esas primeras agregadas españolas tuvieron circunstancias personales muy variadas. Sus responsabilidades familiares y profesionales, las condiciones de salud, el propio lugar de residencia, etc., eran elementos importantes en el proceso de discernimiento para vivir esa única llamada que existía en la Obra a buscar una plena unión con Dios en medio del mundo. Estas agregadas lo hicieron de un modo propio, a la vez igual y distinto a las numerarias, pues ellas también habían asumido un compromiso de celibato, si bien no residían en centros ni tenían una disponibilidad total de movimiento. En su caso, lo importante no era su capacidad de trasladarse de un sitio a otro para difundir el mensaje de la Obra, sino una irradiación continua de ese carisma en el mismo ambiente donde se habían encontrado con el Opus Dei.
Por este motivo pueden llegar más lejos en su influencia cristiana porque pueden echar raíces en un lugar, entablar muchas y hondas relaciones, dando profundidad al apostolado de la Iglesia, sobre todo en su ambiente profesional, en el que son testigos de Cristo. Como escribía el actual prelado, Mons. Fernando Ocáriz, en su carta pastoral de octubre de 2020:
«Por la mayor permanencia en cada lugar, facilitáis el enraizamiento de los apostolados en el territorio; vuestro modo de vida os permite cultivar una gran diversidad de relaciones y hacerlo de un modo muy estable: familiares, profesionales, de vecindad, en el pueblo, ciudad o país donde residís. “Llegáis a más”, como afirmaba san Josemaría, no solo en extensión del apostolado, sino en profundidad».