5 testimonios que nos inspiran a ayudar a los demás

Berta, Josefina, Sofía, Juan Antonio, Francisca, Kellys, son algunos de los protagonistas de estas historias que tienen como denominador común el servicio.

En estos testimonios se conjugan los verbos cuidar, acompañar, vestir, sanar, enseñar... Para vivir la caridad en la vida ordinaria, se necesita "corazón grande, sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas". (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 158). 

Estas historias se encuentran en el boletín San Josemaría HOY 2023- 2024  Ver PDF aquí.

1. LA EDAD NO ES LÍMITE PARA AYUDAR

Berta, 72 años, trabaja como voluntaria en la recepción de Salud Mental del Policlínico El Salto. Sus ganas de ayudar y mantenerse activa la motivaron a dar tres mañanas de su semana para agendar pacientes.

“Mis hijos están orgullosos de mí, que salgo, tomo micros y me mantengo muy activa; ¡todavía sirvo!, señala riendo.

Siempre ha participado en proyectos de voluntariado, pero a sus 72 años Berta Bascur jamás se imaginó que tres veces a la semana tomaría dos locomociones desde Huechuraba, donde vive, hasta el Policlínico El Salto, en la comuna de Recoleta, lugar en el que trabaja como voluntaria en la recepción de pacientes de Salud Mental.

Berta tiene 3 hijos, 10 nietos y 6 bisnietos y fue dueña de un kiosco durante muchos años. Por una casualidad conoció a Jane Gibson, que trabaja en el policlínico, y así supo del voluntariado que podía hacer allí.

“La primera vez fui con mi hijo porque soy buena para perderme. Al llegar me pareció todo muy lindo y ordenado; me llamó la atención la calidad humana de las personas que trabajan en El Salto”, recuerda Berta.

Durante el verano apoyé en la tarea de agendar y llamar a pacientes. Fue una experiencia muy bonita y me di cuenta que se necesitaban más manos, por lo que seguiré trabajando como voluntaria hasta que Dios me dé fuerzas. Me doy cuenta que mis problemas no son nada en comparación con el dolor que sufren las personas que padecen enfermedades mentales. Converso con los médicos y con los pacientes y me alegra ver cómo se van recuperando; es realmente muy buena la labor del policlínico”, explica Berta.


2. MÁS ALLÁ DE UN REFORZAMIENTO ESCOLAR 

Un grupo de estudiantes que participan en el Centro Cultural Tajamares hace clases los sábados en la capilla Jesús Esperanza del Mundo, de Macul. Todos los sábados apoyan a niños de básica enseñándoles matemáticas, comprensión lectora e inglés. En el caso de esta última asignatura, las clases son principalmente para las mamás de los niños.

José Antonio con un alumno en clases de reforzamiento.

“La pandemia les afectó mucho”, cuenta Tomás González, profesor del Colegio Cordillera, que acompaña a los jóvenes. Por ejemplo, una alumna de tercero básico no sabía leer porque los dos años anteriores sólo había tenido clases online”. Y agrega: “muchas mamás acudían a la capilla para pedir ayuda porque los niños estaban volviendo a la presencialidad con muchas dificultades”.

Debido a lo anterior y junto a voluntarios de la parroquia, crearon un plan de trabajo para atender las necesidades de los niños, acorde al currículum de cada asignatura para cada año. “No se trata sólo de ayudarlos en sus tareas; hacemos una prueba de diagnóstico para ver qué es lo que no saben y así podemos ayudar a cada uno de una forma bien concreta. No se trata sólo de ayudarlos en sus tareas”, explica.

Además de las clases, que se hacen en salas de la capilla, celebran los cumpleaños en un ambiente de amistad. “No venimos sólo a dar un apoyo educacional. Queremos ir al encuentro del otro; conocer a cada uno. Los momentos de oración en la capilla son parte de esa fraternidad que se da”.


3. AREPAS, TEQUEÑOS Y TAJADAS SON PARTE DEL LENGUAJE DE LAS ARENAS

Desde hace unos años, mujeres inmigrantes –muchas de ellas venezolanas– se acercan al Centro cultural Las Arenas en busca de formación cristiana. Lo que encuentran –explica Fran Pérez, una chilena que forma parte del Opus Dei– es una familia.

Kellys Rincón (primera, de rojo) es venezolana, vive hace 6 años en Chile y asiste a Las Arenas."Aquí se vive la universalidad de la Iglesia, nos une la fe, la confianza, la amistad, e independiente de dónde venga cada una, tenemos un solo lenguaje, somos una familia".

“Se vive una experiencia muy bonita y va surgiendo una amistad genuina. Vamos conociendo sus historias y su cultura en conversaciones alrededor de tequeños, arepas y tajadas.

“LA FRATERNIDAD NOS LLEVA A ABRIRNOS AL PADRE DE TODOS Y A VER EN EL OTRO UN HERMANO, UNA HERMANA PARA COMPARTIR LA VIDA O PARA SOSTENERSE MUTUAMENTE, PARA AMAR, PARA CONOCER”. PAPA FRANCISCO

Hemos vivido juntas 'pedidas de mano' muy románticas, matrimonios y también funerales. Es muy duro cuando muere lejos un familiar querido: recuerdo que falleció el papá de una chica de manera inesperada y ella se enteró estando en una convivencia de formación. Vivió con nosotras su duelo; no estaba sola porque nos considera su familia.

Ser un centro 'multicultural' nos enriquece mutuamente. Vemos mujeres power, que han dejado su patria para buscar oportunidades y ayudar a sus familias que están lejos. Y que, además de ser resilientes, son muy piadosas. Sus sonrisas nos animan y ayudan a estar, con ellas, más cerca de Dios”.


4. LA RESPUESTA DE UN GRUPO DE JÓVENES ANTE LA SITUACIÓN DE ABANDONO DE PERSONAS MAYORES 

Providencia divina o una tremenda casualidad, juzgue usted mismo. Porque fue gracias a una amistad que surgió en los cerros de Valparaíso entre Sofía Zárate y un grupo de estudiantes lo que permitió que, juntos, pudieran atender el “Llamado de Cristo”.

A las 10:30 de la mañana Sofía Zárate espera que la pasen a buscar. A sus 77 años se le hace más difícil recorrer a pie las calles empinadas y las múltiples escaleras de los cerros de Valparaíso. Desde hace tres décadas sale a visitar en esa ciudad a personas mayores que están solas en sus casas. “No se ven porque están discapacitados o postrados, viven en la miseria en partes complicadas para llegar a sus casas”, explica Sofía.

Como todos los sábados, la recoge en su casa un vehículo con un grupo de jóvenes que participan en actividades del Opus Dei en el Club Batiscafo, quienes la acompañan en sus recorridos por el barrio de la Iglesia de la Matriz. Juntos visitan viviendas de los cerros Arrayán, Santo Domingo, Cordillera y Toro.

“A veces tiene más atención el que duerme en la calle. Es triste verlo botado en la calle, pero se ve; mientras que hay ancianos que viven en soledad y pobreza que tienen las mismas necesidades. Yo llevo varios años de este caminar y, mientras más camino, más me gusta”, cuenta Sofía.

Luis Picón (esposo de Sofía) y Sofía Zárate junto a Paolo Scagliotti que colabora en esta iniciativa.

Y agrega: “Esto me lo enseñó un sacerdote, poner en práctica los mandamientos que Dios nos dejó. No se trata de ir a la Iglesia a golpearse el pecho y después salir fríos e indiferentes con el que está tirado en la calle o con el que no se ve. No po, la idea es poner en práctica el amor de Cristo. ¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

Así fue como Sofía comenzó con esta iniciativa, que se llama “El Llamado de Cristo” y que cuenta con el apoyo de la Iglesia La Matriz. Según relata, busca responder al mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

“Tratamos de ponerlo en práctica, a lo mejor no como Dios quiere, pero por lo menos lo intentamos”, afirma. De esta manera, junto a los jóvenes y a veces también con su marido recorre el barrio y llevan a las personas mayores pañales y medicinas, se aseguran que no les falte comida ni té, limpian sus casas, los afeitan, los llevan a pasear y bañan a quienes no pueden hacerlo por sí mismos, entre otras cosas.

El inicio de una amistad, un día de Carnaval

Sofía es decidida y cuando no sabe cómo hacer algo no duda: ella va y Dios resuelve. Así fue cómo llegó en micro un día a Aduanas a recibir una donación de dos pallets con pañales de adulto que le enviaron de otro país y consiguió allá mismo que le prestaran un camión para llevárselos. Con esa misma actitud de confianza en Dios fue como conoció en otro momento a Juan Antonio Montes, del club Batiscafo.

Era un sábado de 2016 en la mañana y “Juancho” había salido con varios jóvenes de Viña del Mar para hacer actividades en un hogar de menores en Valparaíso al que iban con frecuencia. Sin embargo, al llegar al lugar les avisaron que los niños no estaban porque los habían llevado a pasear.

Ese día era el Carnaval de los Mil Tambores en Valparaíso y, dado que ya estaban allá, se quedaron un rato mirando a un grupo ensayar. En eso escucharon que una señora desconocida los llamaba. Era Sofía, a quien una persona le había hecho una donación de ropa de cama y tenía un camión lleno de sábanas frente a la parroquia, pero no tenía cómo descargarlo. Ellos fueron a ayudarla y así empezó una fructífera amistad.

“Es difícil de explicar, hay que vivirlo”, asegura José Antonio. En la foto, al centro, junto a Sofía, en uno de los cerros de Valparaíso.
“Es difícil de explicar, hay que vivirlo”, asegura Juan Antonio. En la foto, al centro, junto a Sofía, en uno de los cerros de Valparaíso.

"Es difícil de explicar, hay que vivirlo"

Desde entonces, salen juntos a recorrer los cerros todos los sábados. Para Juan Antonio el trabajo que hacen es “edificante” tanto por lo que ha sido conocer a Sofía y su inmensa fe, como por el cuidado a los mayores.

“Lo que he aprendido de Sofía es a realmente ver a Cristo en el otro. Eso es una cosa que uno escucha mucho, pero experimentarlo y vivirlo es otra cosa.

Aquí uno ve el alma y la dignidad de la persona porque es persona, porque es hijo, es hija de Dios. Es alguien como tú y que necesita de tu ayuda… es finalmente Cristo quien te pide que te vuelques en esa persona. Cuando uno ayuda a alguien que no te puede devolver nada, uno encuentra a Dios ahí”, reflexiona Juan Antonio. “Es difícil de explicar, hay que vivirlo”, asegura.

Fotografía durante un paseo con alguno de los adultos mayores a los que acompañan los días sábados.

“El Llamado de Cristo” se expande

Uno de los voluntarios que asistía regularmente los sábados a acompañar a Sofía, Santiago Vicuña, se fue de Viña del Mar a vivir al Centro Cultural Alameda, en Las Condes. Desde allí, ha motivado a otros jóvenes para visitar a personas mayores tal como lo hacía en la quinta región.

“Un día –cuenta Sofía– me mandó una foto porque estaba con unos estudiantes visitando a una abuelita. Yo le contesté que si yo llego a partir ellos saben que tienen que seguir con el “Llamado de Cristo”, motivando a otros a cuidar y acompañar a los mayores en situación de soledad, de abandono”. “Son un siete, los quiero mucho”, concluye Sofía.


5. ENTREGA DE ROPA NUEVA A LAS INTERNAS DE LA CÁRCEL

“Conocí el Banco de Ropa por una invitación de María Ignacia Moreno, directora ejecutiva, quien necesitaba voluntarios para ordenar las bodegas y entregar tenidas a personas en situación de calle. Me gustó el proyecto: siempre participé en ollas comunes y en visitas a ancianos con el Colegio Huelén, pero nunca me había detenido a pensar en la importancia de la ropa para las personas que no tienen nada. El vestir con dignidad es algo tan básico y en este caso valoran mucho que sea ropa nueva.

“Mi trabajo como voluntaria en el Banco de Ropa dio un vuelco cuando pasé de ordenar unas bodegas, a coordinar el proyecto que entrega ropa a las internas de la cárcel”. Josefina Arenas, 20 años, estudiante de medicina.

Mi trabajo como voluntaria dio un vuelco con un proyecto de entregar ropa a las internas de la cárcel. Pensamos hacerlo una vez. Pero vimos que había 600 reclusas y nosotros sólo logramos llegar con 60 tenidas. La necesidad era inmensa. Se hicieron gestiones con el Ministerio de Justicia y la Mujer para facilitarnos el acceso a las cárceles de San Miguel y Santiago 1 y así pudimos hacer un catastro con los nombres y tallas de cada una y empezamos a hacer visitas y entregas periódicas.

Ha sido una experiencia completamente nueva conocer realidades tan difíciles. Recuerdo una mujer que me dijo que no recibía una visita hace más de seis meses, u otra que solo tenía una muda de ropa y con esto le cambiaba la vida, me señalaba.

Con este trabajo me ayuda a poner los pies en la tierra y me motiva a invitar a muchas amigas a sumarse.

En la entrega de las bolsas individualizadas para cada interna.