«La fortaleza es ante todo una victoria contra nosotros mismos»

Sobre esta virtud el Papa Francisco ha afirmado que es "la más combativa" y también la que nos hace buscar el bien en nuestras vidas, no conformándonos con lo que nos propone el mundo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La catequesis de hoy está dedicada a la tercera de las virtudes cardinales: la fortaleza. Comencemos con la descripción que hace el Catecismo de la Iglesia Católica: "La fortaleza es la virtud moral que, en las dificultades, asegura la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Fortalece la decisión de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de superar el miedo, incluso a la muerte, y de afrontar la prueba y la persecución" (n. 1808). Así dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la virtud de la fortaleza.


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He aquí, pues, la más "combativa" de las virtudes. Mientras que la primera de las virtudes cardinales, a saber, la prudencia, se asociaba principalmente con la razón del hombre; y mientras que la justicia encontraba su morada en la voluntad; esta tercera virtud, la fortaleza, es a menudo vinculada por los autores escolásticos a lo que los antiguos llamaban el "apetito irascible". 

El pensamiento antiguo no imaginaba un hombre sin pasiones: sería una piedra. Y las pasiones no son necesariamente el residuo de un pecado; pero deben ser educadas, deben ser dirigidas, deben ser purificadas con el agua del Bautismo, o más bien con el fuego del Espíritu Santo. Un cristiano sin coraje, que no doblega sus propias fuerzas al bien, que no molesta a nadie, es un cristiano inútil. 

Reflexionemos sobre esto. Jesús no es un Dios diáfano y aséptico, que no conoce las emociones humanas. Todo lo contrario. Ante la muerte de su amigo Lázaro, rompe a llorar; y en algunas de sus expresiones brilla su espíritu apasionado, como cuando dice: "He venido a echar fuego en la tierra, ¡y cómo quisiera que ya estuviera encendido!" (Lc 12,49); y ante el comercio en el templo, reacciona con fuerza (cf. Mt 21,12-13). Jesús tenía pasión.

Pero busquemos ahora una descripción existencial de esta virtud tan importante que nos ayuda a dar fruto en la vida. Los antiguos -tanto los filósofos griegos como los teólogos cristianos- reconocían en la virtud de la fortaleza un doble desarrollo, uno pasivo y otro activo.

La primera se dirige hacia nuestro interior. Hay enemigos internos que debemos vencer, que responden al nombre de ansiedad, angustia, miedo, culpabilidad: todas fuerzas que se agitan en lo más íntimo de nosotros mismos y que en alguna situación nos paralizan. ¡Cuántos luchadores sucumben incluso antes de comenzar el desafío! Porque no son conscientes de estos enemigos interiores. La fortaleza es ante todo una victoria contra nosotros mismos. 

La mayoría de los miedos que surgen en nuestro interior son irreales, y no se hacen realidad en absoluto. Mejor entonces invocar al Espíritu Santo y afrontarlo todo con paciente fortaleza: un problema cada vez, ya que somos capaces, ¡pero no solos! El Señor está con nosotros, si confiamos en Él y buscamos sinceramente el bien. Entonces, en cada situación, podemos contar con la providencia de Dios para escudarnos y blindarnos.

Y a continuación, el segundo movimiento de la virtud de la fortaleza, esta vez de carácter más activo. Además de las pruebas internas, están los enemigos externos, que son las pruebas de la vida, las persecuciones, las dificultades que no esperábamos y que nos sorprenden. En efecto, podemos intentar predecir lo que nos sucederá, pero en gran medida la realidad se compone de acontecimientos imponderables, y en este mar a veces nuestra barca es zarandeada por las olas. La fortaleza nos convierte entonces en marineros resistentes, que no se asustan ni se desaniman.

La fortaleza es una virtud fundamental porque se toma en serio el desafío del mal en el mundo. Algunos pretenden que no existe, que todo está bien, que la voluntad humana no es a veces ciega, que las fuerzas oscuras que traen la muerte no luchan en la historia. Pero basta hojear un libro de historia, o por desgracia incluso los periódicos, para descubrir los hechos nefastos de los que somos en parte víctimas y en parte protagonistas: guerras, violencia, esclavitud, opresión de los pobres, heridas que nunca han cicatrizado y que aún sangran. 

La virtud de la fortaleza nos hace reaccionar y gritar un "no", un "no" rotundo a todo esto. En nuestro cómodo Occidente, que lo ha diluido todo un poco, que ha convertido el camino de la perfección en un simple desarrollo orgánico, que no necesita luchar porque todo le parece igual, a veces sentimos una sana nostalgia de los profetas. Pero las personas incómodas y visionarias son muy raras. 

Hace falta alguien que nos saque a patadas del lugar blando en el que nos hemos instalado y nos haga repetir resueltamente nuestro "no" al mal y a todo lo que conduce a la indiferencia. "No" al mal y "no" a la indiferencia; "sí" al camino, al camino que nos hace progresar, y por ello debemos luchar.

Redescubramos, pues, en el Evangelio la fortaleza de Jesús, y aprendámosla del testimonio de los santos y de las santas. Gracias.

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