"Fue sorprendente el cambio que experimentó a partir del momento en el que comenzó a ir por Llar -sigue recordando su madre-. Y sus hermanos lo advirtieron también. Antes se metían mucho con ella porque estaba algo gordita; sobre todo para hacerla rabiar, porque se enfadaba... pero a partir de entonces, fue desapareciendo poco a poco aquel vinagrillo de su carácter. Se limitó a callarse. Y sus hermanos la fueron dejando en paz: se dieron cuenta de que perdían el tiempo...
Fue limando, también poco a poco, algunos defectos de su carácter. Por ejemplo: no le gustaba nada que la llamasen Montsita. Pero no lo dijo nunca: y cuando alguna de Llar la llamaba así, sin saber que esto la molestaba, sonreía en silencio...
Observé también cómo empezaba a vivir un pequeño plan de vida espiritual. Nada más levantarse luchaba por saltar enseguida de la cama, sin ceder a la pereza... luego se iba rápidamente al colegio; venía; comía justito y se marchaba de nuevo a clase. Y del Colegio se iba a Llar. Allí estudiaba, hacía un rato de oración, asistía a algún medio de formación y ayudaba a la marcha del Centro; en concreto sé que preparaba con todo detalle todo lo necesario para el oratorio, cosa que le hacía mucha ilusión. Y algunos fines de semana se iba de excursión".
"Le encantaban las excursiones -cuenta Pepa- y hacíamos muchas. Recuerdo que antes de salir íbamos a Misa, y siempre me sorprendía encontrar a esas horas -a las seis y media o siete de la mañana de un domingo- las iglesias llenas de jóvenes que iban a cumplir con el precepto dominical.
En definitiva: Montse se lo pasaba de maravilla en Llar".
"Sí -añade su madre, sonriendo-, tan de maravilla se lo pasaba en Llar, que a veces me llegaba a casa un poquito tarde. ¡Y tuve que ir un día allí a quejarme y a decirles que le metieran prisa a la hora de volver...!"