Hasta el final

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Aquel mismo día llegaron a un lugar del bosque en el que acamparon durante algún tiempo, guareciéndose en una cabaña. El 27 de noviembre comenzaron las marchas nocturnas hasta la frontera. Les esperaban cinco noches terribles, en las que tendrían que sortear numerosos precipicios y desfiladeros, con larguísimas caminatas que durarían hasta el agotamiento.

"A las doce o la una -recuerda Jiménez Vargas- nos metieron en una cueva de ganado en una montaña que llaman el Corb (...). En la cueva estaba el nuevo guía, que se hacía llamar Antonio. Hasta que nos despedimos en Andorra no dijo su verdadero nombre: José Cirera. Era un hombre de 23 años, con traje de pana y abarcas, duro, autoritario, infatigable y audaz, como poco a poco fuimos comprobando (...). Todavía de noche, salimos de la cueva (...). Llegamos a la Espluga de las Vacas, en el barranco de la Ribalera, a unos 800 metros de altitud, el 28 de noviembre, completamente de día, con sol".

Nada más llegar el Padre dijo Misa sobre una gran piedra, muy cerca de la pared de aquel cortado, para quedar bien a cubierto del viento. Las personas que estaban allí -más de veinte- no habían oído Misa ni pisado una iglesia desde julio del año anterior. Siguieron la celebración en medio de un silencio impresionante. Algunos comulgaron.

"Sobre una roca y arrodillado -escribió entonces uno de los expedicionarios en su bloc de notas-, casi tendido en el suelo, dice un sacerdote, que viene con nosotros, la Misa. No la reza como los otros sacerdotes de las iglesias(...). Sus palabras claras y sentidas se meten en el alma. Nunca he oído Misa como hoy, no sé si por las circunstancias o porque el celebrante es un Santo".

Iniciaron la subida al Aubens. "La pendiente era grande y en algunos momentos -prosigue Jiménez Vargas- sólo se podía andar trepando por las piedras. Apenas empezar este tramo, Tomás Alvira se cayó desfallecido. Tenía ampollas en los pies y estaba en un estado de agotamiento que le inutilizaba. En su desmoralización estaba seguro de que no podía llegar al final.

El jefe dio orden de seguir, porque había que alcanzar la cumbre antes del anochecer. Dijo que a aquel hombre había que dejarle allí. De momento, todos pensamos que era una decisión brutal y no estábamos dispuestos a aceptarla, aunque Tomás no se sentía capaz de nada (...). Todavía recuerda la escena después de tantos años como si lo estuviera viviendo: 'El Padre, cogió del brazo al guía, habló con él unos momentos, y me dijo:

-No hagas caso. Tú seguirás con nosotros como los demás, hasta el final".

Aquello era sólo explicable por la fe y la fortaleza del Padre, porque Tomás no se sentía con fuerzas para nada. Sin embargo, arrastrándole casi, cruzaron el Tosal del Fach y bajaron por un bosque de pinos en la cara norte de la montaña.

Así durante cinco noches. La última jornada de aquella travesía fue especialmente dura: divisaron al fondo, en una hondonada, una caseta de carabineros; y al otro lado, una hoguera. Debían pasar entre la caseta y la hoguera, sin que los vieran, entre el ladrido de los perros que parecían haber advertido su presencia.

Cruzaron en silencio, con el alma en vilo, sin que pasara nada. Luego, atravesaron un bosque, hasta que uno de los guías dijo:

-"Ja son a Andorra. Tenen qu'esperar aquì fins qu'es faci de dia perquè no's perdin; poden fer foc".

¡Ya estaban en Andorra! Era el 2 de diciembre de 1937. Hubo una explosión general de alegría. Don Josemaría comenzó a rezar la Salve:

-"Salve Regina, Mater misericordiae..."

Al día siguiente, 3 de diciembre, don Josemaría pudo celebrar la Santa Misa, en la iglesia parroquial de Les Escaldes, revestido con ornamentos, por primera vez desde el comienzo del conflicto. Tenía las manos hinchadas todavía por las espinas que se le habían clavado al agarrarse a los matorrales.

Necesitaban documentación nueva y aprovecharon la ocasión para hacerse una fotografía.

A pesar del cansancio, pocos días después, don Josemaría quiso hacer una breve visita a la Basílica de Lourdes para agradecer a la Virgen que hubiesen llegado sanos y salvos. Luego pasó unos días en San Sebastián y en Pamplona, donde hizo unos ejercicios espirituales. El grupo de expedicionarios se disgregó: Juan Jiménez Vargas se fue a Zaragoza, como alférez médico. Pedro Casciaro y Francisco Botella, dos jóvenes miembros del Opus Dei, fueron destinados militarmente a Pamplona y luego a Burgos. José María Albareda, comenzó a trabajar en la Secretaría de Cultura.

El Fundador decidió establecerse temporalmente en Burgos, junto con estos tres -Pedro Casciaro, Francisco Botella y José María Albareda-, en espera de que terminase la guerra.