En esto, habiéndose reunido una muchedumbre de miles de personas, hasta atropellarse unos a otros, comenzó a decir sobre todo a sus discípulos:
—Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados.
»A vosotros, amigos míos, os digo: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer nada más. Os enseñaré a quién tenéis que temer: temed al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno. Sí, os digo: temed a éste. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno solo de ellos queda olvidado ante Dios. Aún más, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos.
Comentario
“Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. El Señor busca personas que luchen por ser coherentes, que procuren vivir en unidad de vida.
El dicho de Jesús recuerda a la alabanza que hizo a Natanael cuando se lo presentó Felipe: “Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez” (Juan 1, 47)
A los que le escuchan y a nosotros nos ayuda a caminar cara a Dios: “nada hay oculto que no sea descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Porque cuanto hayáis dicho en la oscuridad será escuchado a la luz; cuanto hayáis hablado al oído bajo techo será pregonado sobre los terrados”.
Espera Jesús de nosotros la sencillez del niño que se sabe delante de su padre y que no tiene nada que temer.
Como escribía san Josemaría en Camino: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos”[1].
“¿No se venden cinco pajarillos por dos ases?... No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos”.
Con esa sencillez hemos de caminar delante de Dios sin dejarnos engañar cuando el diablo trate de llevarnos por la senda de la hipocresía, del miedo, del disimulo cuando no hagamos bien las cosas.
[1] San Josemaría, Camino 267.