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Un grupo de amigas cantando juntas una canción con ritmo y letra increíble, una que han cantado mil veces y que vuelven a cantar una vez más. Más que cantarla, medio la gritan y medio la cantan. Felices, entusiasmadas, llevando el ritmo con todo el cuerpo. Sonriendo y con los ojos chispeantes. Algo de eso tiene el Credo. Es algo vivo, muy vivo. Lo hemos rezado y lo hemos cantado mil veces. Quién sabe cuántas generaciones de cristianos. Cada vez puede ser una vez nueva, cada vez más conscientes de la maravilla que contiene, de cuánto nos une y nos da luz.


Una canción es mucho más que sus palabras.

Una canción es mucho más que su ritmo o que su melodía. Es todo eso junto y mucho más. Es también las veces que la hemos cantado a todo pulmón. Es los lugares y los momentos y las personas con quienes la hemos disfrutado. No la inventamos nosotros, pero sí que le hemos dado vida y la hemos vuelto a poner a gritos en el mundo. Es sumarse a una canción genial que ya estaba ahí, y darle nueva vida cantándola nosotros.

También es como unirse al grito de gol de un montón de amigos. Y a más gente aún, porque se alcanza a oír en el barrio que somos muchos vibrando a fondo con la misma conquista. Se grita con todas las fuerzas, se grita largo y uno se da cuenta de que más que la voz lo que grita es el corazón. Pero no solo en el fútbol. También ocurre ante un tanto importante en el rugby, y en el tenis, o un gran acierto en el golf.

Y qué fantástico descubrir que coincidimos con alguien en el gusto por una gran novela o, mejor aún, en uno de esos autores que llegan a ser verdaderos clásicos. Qué maravilla cuando compartimos el gusto por algo que nos ha dado tan buenos momentos, algo que hemos recibido y se nos ha quedado muy dentro. Un punto de apoyo en mi vida y en la de gente a la que aprecio mucho.

El Credo es muchísimo más que palabras, es mucho más que frases que se amontonan sin más.

El Credo es una canción increíble, a la que volvemos a dar vida con la voz y el corazón. Es un paso adelante clave, como aquel tanto en un partido muy importante. No cayó del cielo como un meteorito, sino que fue tejido con cariño y esfuerzo por cristianos de los primeros siglos. En esas frases hay agradecimiento a Dios, fidelidad, sacrificio, pensar en quienes vendríamos con los siglos. Qué regalo podernos unir a él. Con valentía, con la cabeza muy lúcida y el corazón deseando amar con más fuerza cada vez.

Quizá ni a la cuarta ni a la quinta, sino recién a la décima vez nos damos cuenta del sentido global de una canción. Y tal vez es solo dos semanas después que caigo en la cuenta de otro detalle más en la letra. Siempre estuvo ahí, pero ¡sorpresa!, solamente ahora lo veo nítido. Puede que eso mismo nos suceda con alguna de las diversas versiones del Credo.


¿Diversas versiones, varias fórmulas?

Sí. Por ejemplo, la que parece trabalenguas: el “Credo niceno constantinopolitano”. Así es: fruto de dos grandes concilios, los de Nicea y Constantinopla. Extenso, con sabor a oriente, tiene más de 15 siglos. Anterior a la Torre Eiffel. Y al Taj Mahal y a la Basílica de San Pedro y a la Torre de Pisa y a la pirámide de Chichen Itzá. Anterior a San Juan de la Cruz y a San Ignacio de Loyola y a Santa Hildegarda de Bingen y a Santo Tomás de Aquino, ¡anterior a San Agustín, que murió el año 430! Generaciones y generaciones de cristianos hemos conocido a Dios gracias a su luz. La letra de esa canción se entiende y el cariño con que fue tejido se palpa de inmediato. No es difícil encontrar muchos datos sobre su origen y contenido; basta una sencilla búsqueda en internet. Algo así como un golazo es asomarse a “Introducción al cristianismo” de Joseph Ratzinger. Como un golazo, súper fácil no es, pero sí que es anotarse un tanto decisivo, con una verdadera obra de arte.


También el “Credo de los apóstoles” es un "símbolo de la fe".

Otra gran canción. En realidad, la misma canción, pero como si fuera en versión acústica. Más sencilla de instrumentos, con menos arreglos, pero ¡la misma fe! Como en el Credo niceno constantinopolitano, estructurada en tres: en torno al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Un clásico en la misa dominical.

En pocas pinceladas, un credo nos pone en el corazón una síntesis de la historia, una foto de alta resolución del presente y una luz sobre el futuro de todo el universo. No solo el Credo es una canción, ¡también lo es el universo entero!

Con el Credo nos unimos a los demás con entusiasmo y seguridad en el corazón. Con el Credo cantamos y conocemos al Artista, a Dios.

Vale la pena prestarle atención.