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Seguro te ha pasado. Te has quedado inmóvil ante un reto, un problema, un miedo. En tu interior, se enciende una duda: ¿seré suficientemente capaz?

No te preocupes; no sólo te sucede a ti. Guerras, recesión mundial, desempleo, pobreza, violencia, contaminación… Los problemas se agigantan, y a veces es más fácil fingir que no existen. La mayoría de las veces basta con esconder la cabeza en alguna pantalla y ver vídeos hasta que los ojos duelan. Otras, será necesario volver a ver esa película que tanto te gusta, mientras lees la biografía de los actores en tu teléfono. Quieres cambiar el mundo, sí. Mañana, o mejor la próxima semana. Cuando hayas terminado la serie que estás viendo. ¿Qué importa?, piensas. De todos modos, ¿qué podrías hacer tú por los problemas de los políticos y los altruistas?

Hacedlo todo por Amor.
—Así no hay cosas pequeñas:
todo es grande.
san Josemaría, Camino, n. 813

¿Quieres ser protagonista de cambios grandes? Piénsalo: no hay revolución más grande que poner el corazón en cada momento de tu día. Al hacer las cosas por amor a Dios, todo adquiere un valor infinito: así, cualquier acción (lavarte los dientes, estudiar, hacer tu cama, escuchar música, leer, ir al cine) –hecha por amor a Dios– se vuelve trascendente. Imagínate: se convierten en algo tan grande que su valor se verá reflejado en el Cielo.

Pero vayamos a lo concreto. ¿Cómo saber que estás haciendo las cosas “por amor a Dios”? No hay una receta específica, pero te puede ayudar pensar en los niños pequeños: cuando hacen un dibujo para su mamá, ponen cabeza y corazón para sacarle una sonrisa. Pasa lo mismo con Dios, que se ilusiona al ver cómo nos esforzamos por hacer bien las cosas pequeñas de cada día.

De todos modos, aquí van algunos consejos que te pueden ayudar:

  • Al iniciar tu estudio o tu trabajo, dirígete a Dios: “Señor, esto que voy a empezar lo voy a hacer por ti”.
  • Escucha con atención y cariño a quien quizá no te “cae” tan bien.
  • Procura responder con alegría cuando alguien te pide un favor; piensa que lo que haces por alguien más –en el fondo– lo haces por Dios.
  • Coloca un crucifijo junto a tu escritorio o mesa de trabajo; cuando te canses, míralo y encontrarás el ánimo para seguir.
  • Haz lo que debes y está en lo que haces: procura meterte de lleno en la tarea que tienes enfrente. Si te ayuda, deja tu celular donde no te distraiga.
  • Termina bien lo que empiezas: un niño no daría a su madre un dibujo a medio acabar.
  • Al despertar, puedes pensar: ¿qué puedo hacer hoy para alegrar el día de alguna persona que lo esté pasando mal?
  • Busca momentos de silencio y oración durante el día, aunque sean breves: será tu momento de “recargar baterías” en tu trato con Dios.
  • Al entrar en tu habitación, piensa: ¿cómo puedo dejar este lugar mejor que como lo he encontrado?
  • Desarrolla tu capacidad de asombro a través del arte, la naturaleza, la reflexión: así tendrás muy presente el valor de las cosas pequeñas.
  • Puede sonar como algo muy fácil de hacer, pero ya en la práctica no es tan sencillo. En ocasiones, un ambiente generalizado de comodidad puede hacernos difícil el esforzarnos cuando estamos cansados, o a desistir cuando no nos sale a la primera. Quizá te desanimes al ver testimonios de personas super buenas, super santas, super capaces, y te parezca que estás a años luz de ser como ellas. Es fácil ser pesimista al no ver reflejada tu lucha en los resultados, o al pensar que tu esfuerzo tiene poco impacto en el mundo real. O sencillamente, te has hecho muchas veces el propósito y nunca te acuerdas de llevarlo a cabo durante el día.

    ¿Qué hacer ante estos obstáculos? Volver a intentarlo. No olvides que la santidad está en el esfuerzo, es levantarte una y otra vez, confiando en que Dios te lleva de la mano, aunque no siempre te des cuenta. La santidad no es sinónimo de perfección: es saberte amado incondicionalmente por Dios, y aceptar ese amor como un regalo.

    Cuando acogemos su amor, Dios nos invita a llevarlo a los demás, a los que tenemos cerca –familia, amigos, vecinos– y también a los que tenemos lejos. Ese trabajo bien hecho, esos detalles terminados por amor, esa sonrisa aun cuando estás cansado… Todos tus esfuerzos –por pequeños que parezcan– adquieren un valor inmenso cuando los unimos al sacrificio de Cristo en la cruz y, por tanto, tienen un impacto real en el mundo, en tu ciudad, en tu familia.

    Volvamos a la pregunta del principio: ¿eres capaz de cambiar el mundo? Sí, y no sólo el mundo. Tienes en tus manos la oportunidad de convertir lo pequeño en algo enorme, lo limitado en algo infinito, lo insignificante en algo trascendente.

    Estas crisis mundiales 
    son crisis de santos
    San Josemaría, Amigos de Dios, n. 4

    ¿Quieres dejar tu huella en el mundo? Empieza ahora, en este momento que terminas de leer este artículo. Y siempre, siempre, –no importa cuántas veces falles– vuelve a intentarlo.