Esta pregunta dirigida a Jesucristo es la pregunta que debe hacerse todo cristiano. Es una pregunta no solo sobre la eternidad, sino también sobre la felicidad aquí y ahora. Y Jesucristo da una respuesta muy concreta: "Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos… No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre". Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva:
Esta respuesta está dirigida a nosotros y recoge una larga tradición: los diez mandamientos de la ley de Dios. Tal como lo presenta nuestro Señor, los mandamientos hablan de la verdad sobre el ser humano: su capacidad de amar y de hacer grandes cosas; y también sobre la posibilidad de hacer el mal. Aunque parezca obvio es bueno recordar esta verdad enseñada por nuestro Señor: haz el bien y evita el mal, el bien está en estos mandamientos y el mal en su incumplimiento. El bien y el mal no los invento yo, sino que están en la naturaleza de las cosas y nuestra inteligencia los puede conocer o ignorar, nuestro corazón los puede querer o rechazar.
Los diez mandamientos son en realidad uno solo: amar. San Pablo también dice que los mandamientos
Esto quiere decir que detrás de estos preceptos se nos invita a sacar lo mejor de nosotros: el amor. Entendido no como un mero sentimiento, sino como una respuesta que saca todo lo bueno que podemos desplegar.
La formulación de los mandamientos se expresa en forma resumida de la siguiente manera:
Como se ve, la gran mayoría se expresan de una forma negativa "No harás tal cosa", pero es una manera imperfecta y limitada de expresar lo que está contenido en el primero de los mandamientos: amar a Dios.
¿No limita nuestra libertad el hecho de que pongan límites a nuestro actuar? San Ireneo dice algo interesante: "Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el Decálogo". Con estas palabras se nos recuerda que los mandamientos no son un invento del hombre, sino que están inscritos en la naturaleza humana, y que la revelación hecha por Jesucristo nos ayuda a alcanzar un conocimiento más completo de lo bueno y la malo. Por eso los mandamientos son, por un lado, algo "impuesto desde dentro" no desde fuera; y por otro, son una advertencia, ya que nuestra naturaleza puede ir contra de sí misma: esto es el mal.
En la historia de la humanidad hay aspectos que cambian y otros que permanecen inmutables. Cambian las culturas, las modas, los modos de organizar a los pueblos y naciones y un largo etc. Pero ni Dios ni el ser humano cambian su naturaleza. En el caso del hombre y de la mujer la propia naturaleza es imagen y semejanza de Dios, y esto significa que tenemos en nuestro modo de ser las huellas de Dios, de su bondad, de su inmensidad y de su hermosura; pero tenemos también la posibilidad de ir en contra de esta naturaleza. El decálogo nos marca el camino para que libremente nos dirijamos a la plenitud a la que hemos sido llamados.
Tal vez unos se hagan más pesados que otros en algún momento determinado de la vida. Y ante la dificultad puede surgir un dilema existencial: ¿soy un esclavo de Dios o soy su hijo? Es una encrucijada que puede tener otras formas: ¿esta ley es un invento cultural o son verdaderamente dadas por Dios? ¿No será la eternidad una utopía o realmente existe un destino eterno según nuestras obras?
Cada persona debe recorrer su propio camino para responder a estas preguntas cruciales y resolver con sus medios a estas preguntas. La fe, que es también confianza, nos acorta el camino y hace más fácil elegir a Dios como respuesta a esas interrogantes.