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Al empezar, puedes empezar con esta oración que usaba San Josemaría:

Señor mío y Dios mío creo firmemente que estás aquí, que me ves -que me miras- que me oyes, -que me escuchas- ¡Que me amas! Te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José mi padre y señor, Ángel de mi guarda, interced por mí.

Hola, Jesús.

La verdad es que tras saludarte, me he quedado pensando en las palabras: "creo firmemente que estás aquí" y se me ha venido a la mente la frase que tu amigo Chesterton regaló a la humanidad: "La mediocridad es estar ante la grandeza y no darse cuenta".

Me gusta. Vaya dosis de realidad en vena, aunque, aquí entre nosotros y con su permiso, le añadiría algo: " La mediocridad es estar ante la grandeza y no querer darse cuenta".

Porque muchas veces, Señor, estoy delante de ti, y, pese a mis limitaciones, sé a quién tengo en mi equipo: al mejor Rey, amigo, maestro y médico. Así te llamaba San Josemaría. Y trato de buscarte, de conocerte y de quererte.

Por eso estoy convencido de que hay gente que te tiene delante -incluso dentro- y no sabe bien quién eres -que estás aquí- porque no ha tenido esa suerte y no por ello es mediocre.

Me parece que mediocre es la persona que sabe ante quién se está poniendo de rodillas externamente, pero hace como que no se entera por dentro, y, hace de la mediocridad, la antesala a la tibieza.

Si nos adentramos como él en el mundo de las palabras, descubrimos que la palabra mediocre viene del latín mediocris (medio, común, mediano, ordinario) y ocris es una palabra arcaica que significa montaña o peñasco escarpado. Mediocris, entonces, significa el que se queda a mitad de la montaña, el que está a media altura. Con el tiempo también ha significado algo pobre e insuficiente, que no destaca y es de escaso mérito.

¡Cuántas veces, Señor, se me incrusta esta actitud y me quedo a mitad de la montaña, pudiendo ir a la cima de tu mano! ¡Cuántas veces me quejo de las cuestas arriba y se me olvida de lo geniales que son las vistas!

Muchas veces, Jesús, hago un mal uso de mi libertad -conscientemente- y elijo ese camino. Escojo en varios momentos navegar por mis recuerdos, bucear en mi imaginación, y cuando me doy cuenta, ya te he sacado del barco.

Cuando escojo esta actitud -que muchas veces se va adentrado sutilmente- ¿Por qué lo hago? ¿Para qué?

¿Puede ser que tenga que conocerte más para darme cuenta de quién eres y lo que me quieres? ¿Para que así sepa reconocer los designios divinos? ¿Puede ser que tenga vicios que están haciendo que la visión del alma este borrosa y que no te vea con claridad? ¿o que esté pactando con la rutina?

Quiero hablar bien esto contigo. Sin tapujos. Sin quedarme a medio camino ¿Me ayudas a subir a la cima?

(piénsalo tú ahora con el Señor)

La rutina.

El verbo latino rumpere dio lugar a un vasto conjunto de palabras de nuestra lengua, además de romper.

Con el prefijo ex-, se formó eruptio, -onis, derivado de erumpere, que dio lugar a erupción, en el sentido de "salida brusca e impetuosa" pero también a irrupción. En efecto, los latinos decían "in provinciam eruptionem facere", que quiere decir: "hacer una irrupción en la provincia".

Con el prefijo inter-, se formó interrumpere ‘interrumpir’, sobre la base de la idea de cortar al medio.

Otra palabra que proviene del verbo latino es ruta, que nos llegó a través del francés route. En el latín vulgar de la Galia se decía rupta, via, "camino roto", con el mismo sentido con que hoy decimos en castellano "romper camino", es decir, "cortar", "romper" los matorrales para abrir un camino. Y una vez que el camino está abierto y es recorrido muchas veces se convierte en una rutina, que se refería, inicialmente, a una ruta muy frecuentada, pero que hoy ya denota hábito adquirido, la costumbre de hacer las cosas sin necesidad de pensar en ellas.

La verdad es que me gusta conocer estos significados. Como acabo de leer, la rutina implica hacer cosas sin pensar en ellas, pero originariamente suponía romper matorrales en el camino. Eso quiere decir que cuando caigo en la rutina, el camino que aparentemente es más cómodo, se va llenando de obstáculos para el alma: unos matorrales secos y con unos pinchos que poco gustan porque nublan la meta. Esto me pasa cuando comulgo como si estuviera recibiendo a un simple trozo de pan. Cuando voy a verte, derrapando entre prisas. Cuando trato las cosas divinas a lo humano. Como para quedar bien. Como para cumplir.

Jesús, ¿En qué aspectos de mi vida he dejado que se cuele la rutina? ¿Qué detalles de cariño puedo renovar para comportarme como buena amiga, amigo, tuyo?

(piénsalo tú ahora con el Señor)

Sin embargo, los matorrales se pueden romper. La rutina del alma que lleva a la mediocridad tiene solución: querer ser magnífico.

Como sabrás, esta palabra viene del latín, magníficus y significa espléndido, admirable. Sus componentes léxicos son magnus (muy grande), facere (hacer), el sufijo -ico (relativo a).

No me puede gustar más, Jesús. Porque tú eres grande -tanto que no cabes en mi mente- pero sí en mi corazón, porque, precisamente, si ser magnífico es "hacer muy grande", tú me haces grande.

Tú me amplias horizontes y sacas lo mejor de mí mismo. Sin querer desgastar la tan conocida canción de maldita Nerea, pero si parafrasearla:

tú y tu mirada me hacéis grande, porque, me repito, estoy ante el rey de reyes.

Si alguien supo de protocolo de ser natural, al mismo tiempo de saber dónde estaba fue la Virgen, tu madre. Supo estar en un pesebre. Supo estar en tus aprendizajes. En tus milagros. En tus alegrías y en tus penas. En la última cena, junto a la cruz. Ella se daba cuenta porque quería darse cuenta. Porque rezaba. Porque ella era grande, pues al decir que sí y portarte en su vientre, le hiciste gigante.

Si alguien más supo de saber a quién tenía delante, fue el bueno de San José. De hecho, creo que por eso no se consideró digno y quiso repudiar a tu madre en secreto. Por eso le pesó que nacieras entre pajas, pero por eso mismo te hizo la más tierna cuna con la madera que encontró. Por eso fue el padre del silencio, mientras su corazón se llenaba de vosotros.

Sagrada familia: ¡Que me entere! ¡Que no quiero ser mediocre! Ayudadme a pedir ayuda. Ayudadme a querer darme cuenta, cuidando los pequeños detalles. Ser yo mismo, pero arreglarme para esos encuentros con Jesús. Ser alma de oración. Ser yo mismo, y llevar al Rey del mundo lo que tengo: mi nada. Para darle el corazón entero. Para querer ser magnífico ante la mediocridad.


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