Siempre he trabajado mejor bajo presión. Sé que te preguntarás cómo puede un ángel sentir prisa, considerando que vivimos en un continuo presente. No entraré en detalles metafísicos; basta con decir que faltaban solo cinco días para la Nochebuena, y todavía no había terminado el villancico para el número principal de esa noche.
Cuando el arcángel Gabriel me pidió que escribiera una pieza original para celebrar el nacimiento de Jesús en Belén, sentí una mezcla de honor y emoción. No era mi primer encargo, por supuesto. Dirigí el coro el día en que Israel cruzó el mar Rojo, susurré melodías al rey David mientras componía sus salmos e incluso escribí un solo de violín para el nacimiento de María, la criatura más hermosa de toda la creación.
Pero esto era distinto. Único. Yahvé, el Creador del universo, estaba por hacerse hombre.
Aunque aún desconocía los detalles, imaginaba un espectáculo majestuoso: ángeles escoltando a la joven madre, desfiles de luz y fuentes doradas iluminando una cuna digna de un rey. Sin embargo, mi única preocupación en ese momento era el villancico, y la hoja frente a mí seguía en blanco.
«¡Tomás!», escuché una voz llamándome. Por la ventana de mi habitación asomó Celeste, un ángel simpático, de rostro redondo y ojos vivaces de un azul profundo.
«Tomás, necesitamos ya la partitura del villancico. El ensayo general es en tres días, y Gabriel empieza a ponerse nervioso».
Intenté parecer tranquilo. «No te preocupes, estará listo mañana temprano».
Celeste sonrió, aliviado. «¡Perfecto! No puedo esperar a escucharlo. Ya falta poco. La estrella está sobre Belén, y un mensajero acaba de avisar a los animales del pesebre que tendrán visita. ¿Puedes creer que…?»
«Espera», le interrumpí. «¿Qué animales?»
Celeste me miró, desconcertado. «Los del establo donde nacerá Jesús, claro. Yahvé los eligió para ofrecer calor a Su Madre y al querido José».
Mi confusión no pasó desapercibida. «Tomás, ¿no leíste el aviso que llegó hace unos días?»
Tuve que admitir, algo avergonzado, que no. Celeste, paciente, solo agregó: «Bueno, lo importante es que termines las partituras pronto. ¡Ánimo!»
Con esas palabras se despidió, alejándose por el firmamento en un destello plateado.
Volví a intentarlo, pero la inspiración seguía escapando. Después de un rato, me rendí y dejé que mi mente vagara mientras miraba por la ventana. Las palabras de Celeste resonaban en mi cabeza. ¿Cómo podía el Hijo de Dios nacer en un establo rodeado de animales?
De pronto, una idea empezó a tomar forma. Tal vez necesitaba conocer mejor el lugar donde se estrenaría mi obra. Decidí bajar a la Tierra. Quizá eso me daría la inspiración que tanto buscaba.
No fue difícil encontrar el lugar; la estrella elegida por Yahvé brillaba intensamente sobre Belén. El establo estaba a las afueras, dentro de una pequeña cueva. No te imagines nada grandioso. Era un espacio reducido y oscuro, con el suelo cubierto de paja y lodo. En un rincón, un humilde pesebre contenía alimento para los animales, mientras un buey y una mula dormían tranquilamente.
Mi corazón se encogió al contemplar aquello. Tenía que haber un error. ¿Cómo podía Yahvé nacer aquí? ¿No merecía algo más digno?
«¿Tomás? ¿Qué haces aquí?»
Al girarme, me encontré con Gabriel.
«Estoy... buscando inspiración para el villancico», respondí. «¿Y tú?»
«Vine a asegurarme de que todo esté listo», explicó, mostrando una libreta en su mano. Miró a su alrededor y, tras un momento, asintió satisfecho. «Todo en orden».
Me parecía absurdo. «Gabriel, perdona, pero… ¿este es realmente el lugar donde nacerá Yahvé?»
El arcángel me miró con una seriedad que me hizo dudar de mis palabras. «¿Qué insinúas?»
«Es que esto no parece… Ya sabes, es tan humilde. Yahvé es el Creador, y este lugar es tan... sencillo».
Gabriel sonrió con paciencia. «Nada se le escapa a Yahvé, Tomás. Este pesebre fue preparado desde antes de la Creación para este momento. Eligió el lugar más humilde para que nadie, por sencillo o pobre que sea, tenga miedo de pedirle que también nazca en su corazón».
Con esas palabras, Gabriel se despidió y salió del establo, dejando tras de sí un profundo silencio.
Esa noche recorrí aldeas y ciudades, desde palacios resplandecientes hasta chozas humildes. Observé los sueños de hombres y mujeres de todas las naciones, encontrando ilusiones nobles y también oscuros egoísmos.
Regresé poco antes del amanecer. Me senté de inmediato a escribir, dejando que todo lo que había visto y sentido fluyera en cada nota. No pasó mucho tiempo antes de que las partituras estuvieran listas. Apenas las terminé, corrí a entregárselas a Celeste.
«¡Tomás! ¡Justo a tiempo!»
Con atención, leyó el título del villancico: “Aquí está mi pesebre”.
Algunos días después, llegó el gran estreno. Me habría encantado que estuvieras allí para escuchar el villancico en vivo. Bajo la luz de la estrella de Yahvé, que iluminaba los campos de Belén, el coro celestial entonó melodías llenas de alegría y esperanza.
En el momento preciso, las letras que había compuesto resonaron con una fuerza indescriptible. Pero creo que mi instante favorito fue cuando María, la Madre de Jesús, abajo en el establo, volvió su mirada hacia José y le dijo, con ternura infinita: «Escucha, José. El Cielo ya habla de todos los corazones que recibirán a Jesús a lo largo de los tiempos».