Quizá te ha pasado en el metro. Quizá en una plaza. Quizá en una cafetería, ¡justo en la mesa del lado! En medio de muchísima gente, de pronto un par de personas hablando en un idioma distinto. Nos sorprenden, llaman nuestra atención y se activa la curiosidad. Queremos saber qué idioma es, qué tipo de personas son, cómo se desenvuelven.
Es una maravilla que ahora mismo tengas la capacidad de leer este texto, ¿verdad? Porque no es lo mismo pasar la mirada por las líneas que lograr leer. Y tampoco es lo mismo escribir que ponerse a juntar letras una al lado de la siguiente, así sin más. Construir es mucho más que amontonar. Hay un cómo y un para qué. Además de un quién escribe y construye, claro.
Lo experimenta también quien se encuentra un libro escrito en una lengua que ignora. Quien toma en sus manos una herramienta desconocida en un taller mecánico o de los cajones de una cocina un utensilio del que no logra ni sospechar para qué sirve. Sin duda, alguna lógica tendrá. Un propósito. Y qué ganas de enterarme, de poder desentrañar su función y estar en condiciones de aprovechar su potencial, ¿cierto?
Miramos el cielo estrellado y no solo miramos, sino que nos admiramos. Para qué hablar del orden en un panal de abejas o del ir y venir de la sangre por nuestro corazón, que late una y otra vez. Pensamos por un momento en el entrecruzarse de civilizaciones, surgidas en lugares geográficos tan distintos y de sensibilidades tan dispares. En acueductos, pirámides y bibliotecas. Más sorpresas, más curiosidad, más preguntas. Qué maravillas en la creación, qué maravillas en la Historia.
El asombro que experimentamos, las preguntas que van surgiendo a continuación, el deseo de poder aprovechar e incluso acrecentar el potencial que encierra la realidad generan en nosotros una sed de respuestas. Deseamos saber y deseamos vivir acertadamente. A nuestro alrededor, hay personas que nos aportan con su buen ejemplo y con su conversación. Nos orientan. Así ha sido desde que éramos niños. Nos han transmitido la vida y un idioma y tantos conocimientos y afecto y habilidades emocionales.
También Dios nos ha tratado con ese cariño. También Él se ha preocupado por sus hijos y los ha cuidado y enseñado y animado a sacar de sí el potencial maravilloso que está latente. En diversos momentos y de diversos modos. Luz de conocimientos, estímulos para ir más allá, recordatorios de su presencia protectora.
¿Qué es antes, cuando por fin se sube a una plataforma de música un nuevo disco o imaginar esa maravilla y grabarlo en un estudio? ¿Qué va primero, estrenar la segunda temporada de esa serie increíble o escribir su guión, reunir a los actores y filmarla? También el mundo y la historia son así: primero en el corazón de Dios y luego su despliegue. Y la comprensión de todo ello, que nos va compartiendo. Nos muestra lo que hay en su sabiduría y amor. Nos revela su sueño y los entresijos de la obra de sus manos.
Dios comparte con nosotros esos quién, cómo y para qué. Con obras en la creación. También con palabras dichas en el curso de la historia a diversas personas. Ha deseado compartir la verdad de las cosas y los sucesos, iluminando también toda su bondad y belleza. Tanto de las que son como son y punto, como de aquellas que Él pone en nuestras manos. Unas veces describiendo y explicando, y otras invitando y mostrándose animante y cercano.
A ese mostrar, quitar velos, explicar y acompañar lo llamamos “revelación”. Revelación que es dar conocimientos, pero mucho más también: es amistad, vida juntos, cariño. La Revelación brota de la cercanía y atención de Dios. Una cercanía que no es arrogante ni avasalla, sino que llama amablemente a la puerta. Quien quiera responder puede conocerle y recibirle.
¿No es verdad que la historia de Champollion y la Piedra Rosetta es impresionante? Decimos que “abrió un mundo”. Pues es así, y muchísimo más, con este abrirse los tesoros de Dios del que venimos hablando.
Nos explica las luces y las sombras que hay a nuestro alrededor. Nos ayuda a superar ese malestar, esa desorientación y confusión que encontramos en el mundo y en la historia. Levanta, sana, anima, orienta... y acompaña. Por eso, la llamamos también “Historia de la salvación”. Comienza con los relatos de la creación y transcurre iluminando los tiempos, con su punto culminante en la presencia y amor y enseñanzas de Jesucristo, Dios hecho hombre.
Como es lógico, quienes han recibido esa amistad y esa sabiduría las han ido transmitiendo. Con su vida misma, con conversaciones y poniendo algunas de esas cosas por escrito. Fueron pasando de generación en generación, por las ganas de compartir con otros las experiencias de vida y las enseñanzas recibidas de Dios.
Esos tesoros conforman una tradición del mayor valor posible. Aquello que se fue poniendo por escrito ya en el Pueblo de Israel y luego también en los primeros tiempos de la Iglesia fue escrito con una atención y asistencia especiales de Dios. Él contó con personas que pusieron todo aquello por escrito gracias a su inspiración.
Mediante escritos que valen más que el oro, en forma de narraciones históricas, textos proféticos y sapienciales, las Sagradas Escrituras se conformaron como un álbum de fotos que se fue abultando y completando. Forman una unidad, que apunta coherentemente hacia Cristo. Él, plenitud de la Revelación, la Palabra de Dios hecha carne, es el Salvador. Si quieres una buena recomendación, La Biblia para hipsters, de Francisco Varo, lo explica todo de un modo sencillo, completo y simpático.