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En estos días, la Sagrada Familia empieza su viaje hacia Belén. Y nosotros vamos con ellos.
Lo vemos todo desde los ojos de san José: sus dudas, sus miedos y su amor por María y Jesús.
Estas cartas nos muestran un poco cómo fue preparar el camino, enfrentar cada etapa y, sobre todo, disponer el corazón para recibir a Dios hecho Niño.


Hoy ha venido María al taller. Sonriente, como siempre, se ha interesado por aquella familia
vecina que me encargó el arreglo de la llanta de una carreta. Uno de los niños está muy
enfermo, y María quiere saber si podría ir a visitarlos.

Mañana dejaremos Nazaret. Una caravana llevará la ruta del Valle del Jordán y parece ser
la más indicada para llegar a Belén. Ya sé qué estás pensando: ¿por qué no empezamos el
viaje antes? No quiero darte excusas, pero tampoco quiero que pienses que esperé a que
mi esposa estuviera a punto de dar a luz para emprender un viaje de ocho días a través del
desierto.

El anuncio del censo ordenado por los romanos nos tomó por sorpresa hace un par de
meses. En cuanto recibimos la orden de trasladarnos, lo hablé con María. Yo insistí en que
ella podría quedarse en Nazaret hasta que el Niño naciera, pero se negó:

“José, soy tu esposa, e iré a donde tú vayas. Además, las profecías mencionan que el
Mesías nacerá en Belén. Todo es parte del plan de Yahvé”.

Una vez que tomamos la decisión, comenzaron los preparativos. Me informé con algunos
comerciantes de cuándo pasaría alguna caravana por Nazaret camino a Belén. Tomé más
encargos de lo habitual para ahorrar algo de dinero, lo que a veces significó trabajar horas
extra por las noches. María vendió pan en el mercado de Nazaret e incluso confeccionó
bonitas canastas trenzadas de palma para ofrecerlas a las familias más ricas de la aldea. Tendrías que haberla visto, con sus grandes ojos llenos de ilusión, ofreciendo su mercancía
a los vecinos.

Nunca nos ha sobrado dinero, pero en esas semanas pareció que se nos escapaba de las
manos como el agua de un río. Un pariente mío murió, y utilizamos parte de nuestros
ahorros para poder sepultarlo. Mi sierra de mano se estropeó, y tuve que comprar material
para fabricarme otra. Una gran tormenta abrió un agujero en la entrada del taller, y gran
parte de la madera con la que estaba trabajando quedó inservible por la humedad. Ya me
entiendes si te digo que llegó un momento en el que no sabía si reírme o llorar. Así que opté
por la solución de siempre: hablarlo con María. Nuestro sentido del humor vino a nuestro
rescate, aunque te confieso que también lloramos un poco.

Mientras tanto, esperábamos noticias de la caravana de comerciantes a la que nos
uniríamos para llegar a Belén. Llegó diciembre y esta seguía sin aparecer por Nazaret.
Comencé a preocuparme y consideré las opciones que teníamos. Viajar solos era
impensable; no nos arriesgaríamos a la inseguridad de recorrer un camino tan largo a través
del desierto. Un día caminé hasta Caná de Galilea para averiguar si algún grupo de
comerciantes saldría desde allí hacia Belén, pero tampoco tuve suerte. Nuevamente lo
hablé con María; durante la conversación mantuvo su serenidad de siempre, pero noté la
preocupación en sus ojos. Concluimos que, si la caravana no llegaba en los siguientes tres
días, viajaría yo solo a Belén y María iría a vivir con su prima Isabel.

Dos días después, al atardecer, llegaron noticias de que una caravana había acampado a
las afueras de Nazaret. Esta misma mañana salí de la aldea para hacer los arreglos
necesarios con los comerciantes y poder viajar con ellos. Todo está preparado, pero
tenemos el tiempo encima.

No te asustes si te digo que estoy preocupado. Me habría gustado que las cosas fueran
distintas. En mi interior, la incertidumbre me quita la paz. No tengo claro dónde nos
quedaremos al llegar a Belén ni si encontraré trabajo pronto para poder cuidar de mi familia.
Confío en Yahvé, pero aun así tengo miedo. Pienso en la sonrisa de María; ella tiene fe en
Yahvé y por eso confía en mí.

Esta noche, después de cerrar el taller, acompañé a María a visitar a la familia que tiene a
su hijo pequeño enfermo. Les dejamos los juguetes de madera que construí hace meses
para Jesús, pero que ahora no podremos llevar con nosotros hasta Belén. No entiendo por
qué las cosas han sido así.

Cuando regresamos a casa, me fijé por primera vez en una estrella que no había visto
antes. María también la notó.

“Mira, José. Es como si hubiera salido solo para nosotros. ¡Qué bueno es Yahvé, que no
nos deja ni un momento!”

Quizá yo no entienda mucho, pero María sí. Tiene razón. Qué bueno es Yahvé... por
elegirme para estar junto a ella.