Vida de María (XII): Jesús entre los doctores

¡Qué angustia la de la Virgen cuando se dio cuenta de que se le había perdido el Niño! Lo encontró en Jerusalén, como se contempla en esta nueva entrega de la vida de la Virgen.

La Ley de Moisés obligaba a los varones israelitas a presentarse ante el Señor tres veces por año: en Pascua, en Pentecostés y en la fiesta de los Tabernáculos. Ese deber no afectaba a las mujeres ni a los niños antes de que cumplieran 13 años, edad en la que quedaban sujetos en todo a los dictámenes de la Ley. Sin embargo, entre los israelitas piadosos, era frecuente que también las mujeres subieran a adorar a Dios en Jerusalén, a veces en compañía de sus hijos.

En tiempos de Jesús, era costumbre que sólo los que residían a menos de una jornada de viaje hiciesen esa peregrinación, que además se solía limitar a la fiesta de Pascua. Como Nazaret distaba de Jerusalén varios días de camino, tampoco José se hallaba estrictamente ligado por el precepto. Sin embargo, tanto él como María iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua ( Lc 2, 41). El evangelista no dice si Jesús les acompañaba en esas ocasiones, como era frecuente en las familias piadosas. Sólo ahora habla expresamente de este viaje, quizá para fijar cronológicamente el episodio que se dispone a relatar, quizá porque el Niño, entrado ya en el año décimotercero de su vida, podía considerarse obligado al precepto. Y así, cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta ( Lc 2, 42).

Jerusalén era un hervidero de peregrinos y comerciantes. Habían llegado caravanas desde las regiones más remotas: los desiertos de Arabia, las orillas del Nilo, las montañas de Siria, las cultas ciudades de Grecia... La confusión reinaba por todas partes: asnos, camellos y equipajes llenaban las calles y los alrededores de la ciudad. Y en el Templo, los fieles se aglomeraban para ofrecer sus sacrificios y hacer sus oraciones.

Podemos imaginar los pensamientos de Nuestra Señora: ¿sería ésta la espada de dolor, predicha por Simeón, que le iba a atravesar el corazón?

Con no menor confusión se preparaban para el regreso al lugar de procedencia, hombres y mujeres por separado; los niños, según la edad, podían agregarse a uno o a otro grupo. No había una organización férrea: bastaba saber el lugar y la hora aproximada de la partida. No es extraño que, pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres ( Lc 2, 43).

María y José no se dieron cuenta hasta que, al caer la tarde del primer día de marcha, las caravanas de Galilea hicieron un alto en el camino para pasar la noche. ¡Qué angustia la suya, cuando notaron la falta de Jesús! Gastaron las horas que restaban del día buscándole entre los parientes y conocidos ( Lc 2, 44). A toda prisa, quizá esa misma noche, regresaron en su busca a Jerusalén. Se encaminaron al lugar donde habían comido el cordero pascual, fueron al Templo, preguntaron a los amigos y conocidos que encontraban por las calles. Todo en vano: nadie había visto a Jesús. Podemos imaginar los pensamientos de Nuestra Señora: ¿sería ésta la espada de dolor, predicha por Simeón, que le iba a atravesar el corazón?

Transcurrió así el segundo día, con zozobra y dolor. Volvieron una vez y otra a recorrer los lugares que habían frecuentado, hasta que al tercer día de búsqueda lo hallaron en el Templo, seguramente en uno de los salones situados junto a los atrios, que los escribas utilizaban para impartir sus lecciones. Era una escena frecuente en los días de fiesta: el maestro, desde un sitial elevado, para ser bien visto y oído, con un rollo del libro sagrado en sus manos, explicaba algún pasaje de la Escritura a los oyentes, que escuchaban sentados en el suelo. De vez en cuando, el escriba hacía alguna pregunta al auditorio, a la que respondían los alumnos más aventajados. Así encontraron José y María a Jesús: sentado en medio de los doctores, escuchándolos y preguntándoles. Y cuantos le oían, quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas ( Lc 2, 46-47).

María y de José acataron los planes de Dios, con una humildad y una docilidad plenas. Es una lección para todos los cristianos, que nos invita a aceptar con amor las manifestaciones de la Providencia.

También la Virgen y su Esposo, al verlo, se maravillaron ( Lc 2, 48). Pero su asombro no se debía a la sabiduría de las respuestas, sino a que era la primera vez que sucedía algo semejante: Jesús, el hijo obedientísimo, se había quedado en Jerusalén, sin avisarles. No se había perdido; les había abandonado voluntariamente.

—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos. Y Él les respondió: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo ( Lc 2, 48-50).

Al recibir esa respuesta, sin comprenderla, María y de José acataron los planes de Dios, con una humildad y una docilidad plenas. Es una lección para todos los cristianos, que nos invita a aceptar con amor las manifestaciones de la Providencia divina, aunque en ocasiones no las entendamos.


LA VOZ DEL MAGISTERIO

«A través de este episodio, Jesús prepara a su Madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su Pasión, Muerte y Resurrección.

»Al dejar partir a su Madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua.

»La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa de significado: ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que Yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre? ( Lc 2, 49). Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándolos a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nuevas sobre su futuro.

»El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total al proyecto de Dios mediante la expresión verbal "debía", que volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (cfr. Mc 8, 31). Así pues, a sus padres se les pide que le permitan cumplir su misión donde lo lleve la voluntad del Padre celestial.

»El evangelista comenta: pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio ( Lc 2, 50). María y José no entienden el contenido de su respuesta, ni el modo, que parece un rechazo, como reacción a su preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere revelar los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que María intuye pero sin saberlos relacionar con la prueba que estaba atravesando.

»Las palabras de Lucas nos permiten conocer cómo vivió María en lo más profundo de su alma este episodio realmente singular: conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón ( Lc 2, 51). La Madre de Jesús vincula los acontecimientos al misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación, y ahonda en ellos en el silencio de la contemplación, ofreciendo su colaboración con el espíritu de un renovado “fiat”.

»Así comienza el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que llevará a María a superar progresivamente el papel natural que le correspondía por su maternidad, para ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino».

Juan Pablo II (siglo XX). Discurso en la audiencia general , 15-I-1997.

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LA VOZ DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

«Cumplidos los doce años, se detiene en Jerusalén. Sus padres, no sabiendo dónde estaba, lo buscan con inquietud y no lo encuentran. Lo buscan entre los parientes, lo buscan entre los compañeros de viaje, lo buscan entre los conocidos; pero no lo hallan con ninguna de estas personas. Jesús es buscado por sus padres, por el padre adoptivo que lo había acompañado y custodiado en Egipto; y, sin embargo, a pesar de tanta búsqueda, no lo encuentran enseguida.

»A Jesús, en efecto, no se le halla entre los parientes y amigos según la carne, no está entre los que se unen a Él corporalmente. Mi Jesús no puede ser hallado en la muchedumbre.

»Aprende dónde lo encuentran quienes le buscan, de manera que también tú —buscándolo junto a José y María— lo puedas encontrar. Al buscarlo, dice el evangelista, lo hallaron en el templo ( Lc 2, 46). No lo encontraron en cualquier lugar, sino en el templo; y ni siquiera sencillamente en el templo, sino en medio de los doctores, a los que escuchaba e interrogaba ( Ibid .). Busca también tú a Jesús en el templo de Dios, búscalo en la Iglesia, búscalo en los maestros que están dentro del templo y no salen de allí. Si así lo buscas, lo encontrarás.

»Por otra parte, si alguno afirma que es maestro y no posee a Jesús, ése es maestro sólo de nombre; y Jesús, Verbo y Sabiduría de Dios, no se deja hallar junto a él. Lo encuentran mientras está sentado en medio de los doctores; y no sólo está sentado, sino que los interroga y los escucha. También ahora Jesús se encuentra aquí con nosotros, nos pregunta y nos escucha. Y todos los que le oían estaban llenos de asombro ( Lc 2, 47). ¿Por qué? No ciertamente por sus preguntas, aunque eran extraordinarias, sino por sus respuestas. Interrogaba a los doctores, y como ellos no lograban contestar a algunas de sus preguntas, Él mismo respondía. Pero sus respuestas no se basaban en la habilidad de la discusión, sino en la sabiduría de la Sagrada Escritura. También tú, por tanto, déjate instruir por la Ley divina»

Orígenes (siglo III). H omilías sobre el Evangelio de San Lucas 18, 2-4.

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«No hay que pasar por alto la modestia santa de la Virgen María. Había dado a luz a Cristo; un ángel se había acercado a Ella y le había comunicado: he aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo ( Lc 1, 31-32). Aunque había merecido alumbrar al Hijo del Altísimo, era muy humilde; ni siquiera se antepuso al marido en el modo de hablar. No dice: "yo y tu padre", sino: tu padre y yo . No tuvo en cuenta la dignidad de su seno, sino la jerarquía conyugal.

»La respuesta del Señor Jesucristo: convenía que Yo me ocupara de las cosas de mi Padre ( Lc 2, 49), no indica que la paternidad de Dios excluya la de José. ¿Cómo lo probamos? Por el testimonio de la Escritura, que afirma textualmente: Él les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto ( Lc 2, 49-51). No dijo: "Estaba sometido a su Madre", o: "Le estaba sometido", sino: les estaba sujeto . ¿A quiénes? ¿No era a los padres? Uno y otro eran padres, a los que Él estaba sometido, del mismo modo que se había dignado ser Hijo del hombre. Pero ellos eran padres en el tiempo, Dios lo era desde la eternidad. Ellos eran padres del Hijo del hombre, el Padre lo era de su Verbo y Sabiduría, era Padre de su Poder, por quien hizo todas las cosas».

San Agustín (siglos IV-V). Sermón 51, 18-20.

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LA VOZ DE LOS SANTOS

«Fijémonos en las angustias y pesares que debió de experimentar esta afligida Madre durante los tres días que pasó buscando por todas partes a su adorado Hijo. ¿Por ventura habéis visto —exclamaría con la Esposa de los Cantares— al que ama mi alma? ( Ct 3, 3). Pero nadie le sabía responder. Cansada María y fatigada, sin poder hallar el imán de su corazón, podía decir con más ternura que Rubén al no hallar a su hermano José: el niño no aparece, y yo ¿adónde iré? ( Gn 37, 30). Mi Jesús no aparece por ninguna parte; no sé qué más debo hacer para hallarlo; pero, ¿adónde iré privada de mi tesoro? Durante aquellos tres días vivió anegada en llanto, y podía muy bien repetir aquellas palabras de David: mis lágrimas fueron mi pan día y noche, mientras me están sin cesar diciendo: ¿dónde está tu Dios? ( Sal 41, 4).

»Era tan grande la aflicción de María, que aquellas tres noches las pasó sin dormir, rogando con abrasadas lágrimas al Eterno Padre que le devolviera a su Hijo. Y con frecuencia, como observa San Bernardo, se dirigía a su querido Jesús repitiendo aquellas palabras de la Esposa de lo Cantares: muéstrame dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía ( Ct 1, 6). Hijo mío dime dónde estás, a fin de que no vaya buscándote en vano y a la ventura».

San Alfonso María de Ligorio (siglo XVIII). Las glorias de María.

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«Cristo es un niño. ¡Qué dolor el de su Madre y el de San José, porque —de vuelta de Jerusalén— no venía entre los parientes y amigos! ¡Y qué alegría la suya, cuando lo distinguen, ya de lejos, adoctrinando a los maestros de Israel! Pero mirad las palabras, duras en apariencia, que salen de la boca del Hijo, al contestar a su Madre: ¿por qué me buscabais? ( Lc 2, 49).

»¿No era razonable que lo buscaran? Las almas que saben lo que es perder a Cristo y encontrarle pueden entender esto... Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre? ( Ibid .). ¿Acaso no sabíais que yo debo dedicar totalmente mi tiempo a mi Padre celestial?

»Éste es el fruto de la oración de hoy: que nos persuadamos de que nuestro caminar en la tierra —en todas las circunstancias y en todas las temporadas— es para Dios, de que es un tesoro de gloria, un trasunto celestial; de que es, en nuestras manos, una maravilla que hemos de administrar, con sentido de responsabilidad y de cara a los hombres y a Dios: sin que sea necesario cambiar de estado, en medio de la calle, santificando la propia profesión u oficio y la vida del hogar, las relaciones sociales, toda la actividad que parece sólo terrena (...).

»Acude conmigo a la Madre de Cristo. Madre nuestra, que has visto crecer a Jesús, que le has visto aprovechar su paso entre los hombres: enséñame a utilizar mis días en servicio de la Iglesia y de las almas; enséñame a oír en lo más íntimo de mi corazón, como un reproche cariñoso. Madre buena, siempre que sea menester, que mi tiempo no me pertenece, porque es del Padre Nuestro que está en los Cielos».

San Josemaría Escrivá de Balaguer (siglo XX). Amigos de Dios , nn. 53-54.

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LA VOZ DE LOS POETAS

Y como un año, entre otros, los dos fuesen

a celebrar la Pascua del Cordero,

para que en todo alegre la tuviesen,

llevaron a Jesús por compañero.

Acabada la fiesta y sacro día,

por su patria y su casa cuidadosos,

del Templo y del altar se despidieron

y la vuelta y camino dispusieron.

Viendo Jesús que a Nazaret querían

partir sus padres, porque no impidiesen

su intento, se perdió advertidamente

entre el concurso de la mucha gente.

La hermosa Madre y su Josef divino,

como iban por caminos apartados

del que es vida, verdad, luz y camino

cuidadosos caminan descuidados:

porque no viendo al Niño peregrino

con amores conformes y engañados,

Josef pensaba que iba con María

y ella que con él iba presumía.

Con esta confianza no entendieron

que en la ciudad Jesús se les quedaba,

ni por sospecha ni señal temieron

el caso que a su vida amenazaba:

hasta que se hospedaron, y se vieron

en la primer jornada, que distaba

seis leguas, donde en un turbado llanto

hallaron menos el tesoro santo.

Sebastián de Nieva y Calvo (siglo ). La mejor Mujer , X

* * *

¿Visteis en el claro cielo

resplandeciente la aurora?

Así es blanco y encarnado;

en ser limpios y en ser bellos

vencen los rubios cabellos

los rayos del sol dorados.

Parece su frente hermosa

el arco en que Dios envía,

tras el bochornoso día,

la paz segura y dichosa.

Son sus ojos de palomas

celestiales maravillas;

son jardines sus mejillas

de bálsamos y de aromas.

Son sus labios de coral,

por cuya dulzura espera

el mundo un alma de cera

en su pecho de cristal.

Y si no os han satisfecho

las señas, llegad, miradle,

reconocedle, adoradle

por mis ojos en mi pecho,

donde semejanza tal

en mi corazón admite

su retrato, que compite

con el mismo original.

Guillén de Castro (siglo XVII). El mejor esposo , III.

J.A. Loarte