The Dream Team: Dios, mi trabajo y yo (IV)

María Paula es licenciada en Educación, mención Geografía e Historia. La manera ideal de hacer su trabajo es ponerse en el lugar de los alumnos y pensar: si yo tuviera su edad y atravesara sus mismas circunstancias, ¿qué me ayudaría a aprender?

Si solo trabajas por cumplir con algo, con una tarea, te quedas ahí y tu labor termina perdiendo el sentido. Trabajar por un valor más alto es la clave de esta joven educadora de 24 años de edad, dedicada a enseñar historia, geografía y filosofía.

María Paula nació en Caracas, Venezuela. Es la segunda de seis hermanos, por lo que desde pequeña descubrió su vocación a la enseñanza. Desde los primeros años de su carrera universitaria, comenzó a trabajar dentro del aula de clases. En la universidad, tuve como profesora a la directora de un colegio y ella me ofreció ser titular de un curso. Así empecé a impartir Castellano a 180 alumnas.

Han pasado seis años, diferentes colegios, alumnos, materias pero, desde el primer día, María Paula ha comprobado que su profesión es mucho más que transmitir contenido. Si nos limitamos a exponer temas, cualquiera puede hacerlo. Por eso, ser docente es una vocación. Los maestros no solo transmitimos unos conocimientos sino que formamos para la vida.

Desde pequeña, tuvo la gran suerte que en su casa sus padres procuraron enseñarle el valor de hacer las cosas bien y de poder encontrarse allí con Dios. Su hermana mayor solía decirle: si vas a hacer las cosas mal, mejor no las hagas. Este consejo le sigue marcando el norte, sobre todo al momento de terminar las cosas en el que intenta hacerlas lo mejor que puede y hasta el final, aunque el cansancio pese.

Un educador siempre deja una huella en sus alumnos y la profesionalidad de su misión está en que esa huella sea positiva. Para María Paula, esta ha sido una meta desde el principio: formar a sus estudiantes como seres íntegros.

Por eso, insiste en que la persona es lo más importante en cualquier proyecto laboral. Mis alumnos no son un número de lista, son personas; y santificas tu trabajo cuando te haces mejor tú, ayudando a los demás a crecer. Esa es la mejor vía para tratar a Dios, verlo a Él en cada persona que te encuentras.

Antes de la pandemia, su día a día era dentro de un salón de clases y entre los pasillos de la institución. Allí, ves más de cerca si alguien tiene una cara triste o si está contento, puedes compartir más, hablar. Como todo educador, María Paula intenta conjugar el ejercicio de la autoridad con la cercanía. Soy de las profesoras que escribe un mensaje para saber qué pasa, que intenta conocer a la familia, porque cada hogar es un mundo y eso influye en el proceso de aprendizaje.

Estar trabajando desde casa, durante la cuarentena, me ha hecho caer en cuenta de lo esencial que es el contacto personal con los estudiantes. Ahora, valoro más que nunca ir al colegio, estar en un salón de clases, mirar directamente a los ojos para tratar de intuir lo que hay detrás de cada persona.

Así es como esta joven maestra, junto con sus colegas, sueña con llegar con su profesión a todos los rincones del país, donde hay tantos niños que necesitan esta atención. En sus primeros años universitarios, inició junto a dos compañeras de clase un proyecto social llamado Plataforma, que ofrecía refuerzo escolar en comunidades donde asistir al colegio no era algo sencillo.

Hoy en día, el proyecto Plataforma se lleva a cabo en distintos sectores de Caracas y se han unido como voluntarias muchas jóvenes universitarias que también buscan poner un grano de arena desde la profesión que desempeñan.

María Paula con un grupo de niños que reciben refuerzo escolar en el Proyecto Plataforma.

Hay quienes piensan que un buen profesional está dedicado totalmente a su trabajo sin que le quede tiempo para los demás y mucho menos para Dios. Sin embargo, hay muchísimas otras maneras de mantener la relación con Él a lo largo del día.

Afirma que trabajar bien, con cariño, sirviendo a los demás, aunque a veces no nos resulte nada fácil, es algo que le agrada a Dios y la ocasión oportuna para conversar con Él. Nos recomienda que, por las mañanas iniciando el día, se ofrezca el trabajo a Dios. Yo le digo al Señor “toda mi jornada es para Ti: mis alumnos, mis clases”. Si a lo largo del día me olvido de Él, sé que desde temprano le hice este ofrecimiento. Luego, Dios te va regalando momentos buenos. Son como caricias que te hace y que te ayudan a recordar que Él sigue allí: la gratificación que te da al ver el avance de uno de tus estudiantes que antes le costaba, el interés que muestra otro por tu clase, la ayuda que te presta un colega... Son guiños en los que descubro a Dios y me ayudan a decir: ¡Gracias!