Nadie dijo que sería fácil, tampoco imposible

En estas semanas, se han alargado y radicalizado los sistemas de prevención en nuestro país, por lo que el quedarnos en casa se está haciendo más pesado y la noticias abrumadoras. ¿Cómo no desesperarnos y mantener la calma? Juan Pablo II nos habla desde su propia experiencia.

Vivo constantemente convencido de que en todo lo que digo y hago en cumplimiento de mi vocación y misión, de mi ministerio, hay algo que no sólo es iniciativa mía. Sé que no soy el único en lo que hago como Sucesor de Pedro. (Juan Pablo II. Don y Misterio).

Muy querido Juan Pablo II,

Esta afirmación me animó a intentar una suerte de entrevista contigo, consciente de que tus palabras dichas en otro contexto, pero impulsadas por ese Otro que nos conoce, sigue y mantiene desde la eternidad, se nos ofrecen en tiempo presente, ahora que vivimos esta difícil coyuntura humana. Seguramente si algún profesional hurgara más a fondo encontraría respuestas más acertadas... pero a mí me sirvió el ejercicio y por eso lo comparto.

¿Cómo puedo tener serenidad y confianza en Dios en momentos difíciles de la vida?

«Sabed también vosotros, queridos amigos, que esta misión no es fácil. Y que puede convertirse incluso en imposible, si sólo contáis con vosotros mismos. Pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios». (Lc 18,27; 1,37). Los verdaderos discípulos de Cristo tienen conciencia de su propia debilidad. Por esto ponen toda su confianza en la gracia de Dios que acogen con corazón indiviso, convencidos de que sin Él no pueden hacer nada (cfr Jn 15,5). Lo que les caracteriza y distingue del resto de los hombres no son los talentos o las disposiciones naturales. Es su firme determinación de caminar tras las huellas de Jesús». (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud).

¿Qué hacías tú ante la contrariedad?

En un primer momento debemos reafirmarnos en la convicción de que «Dios no es un ser indiferente o lejano, por lo que no estamos abandonados a nosotros mismos». «En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad».

Especialmente, en estos momentos, recomiendo acudir al corazón de Cristo, en el «...encuentra paz quien está angustiado por las penas de la existencia; encuentra alivio quien se ve afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consuelo y de amor para quien recurre a Él con confianza». (Audiencia general. Julio de 2003. Miércoles 2 de julio de 2003 Discurso a los alumnos del Seminario Romano Mayor. Marzo 2003).

¿Cómo ver que Dios está detrás de esta enfermedad y las muertes?

«El terreno del sufrimiento humano es mucho más vasto, mucho más variado y pluridimensional. El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma.... Se puede decir que el hombre sufre, cuando experimenta cualquier mal.

Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y de la santidad eternas. Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, sobre toda esa dimensión y sobre cada sufrimiento esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación.

Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo.

Este es el sentido del sufrimiento, verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión». (Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvifici Doloris, Extractos).

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¿Cómo saber lo que espera Dios de mí en estas circunstancias? ¿Cuál fue tu secreto para mantenerte unido a Cristo, resumido en sólo una cosa?

Orar... «En los momentos de angustia y de “pesadilla mortal”, la oración, acompañada por el compromiso de hacer la voluntad de Dios, devuelve el auténtico gusto por la vida». (Juan Pablo II frases escogidas).

Jesús nos habla «de la necesidad de la conversión y nos indica los caminos para realizarla. El primero de los caminos indicados por Jesús es el de la oración: "Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer"»

Debemos orar por tres motivos... «porque somos creyentes. La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia... es un diálogo misterioso, pero real, con Dios, un diálogo de confianza y de amor. Además, rezamos porque somos cristianos. El cristiano sabe que su oración es Jesús; toda oración suya parte de Jesús; es Él quien ora en nosotros, con nosotros y por nosotros... Todos los que creen en Dios, oran; pero el cristiano ora en Jesucristo: ¡Cristo es nuestra oración! Finalmente, debemos orar también porque somos frágiles y culpables». La oración «da fuerza para los grandes ideales, para mantener la fe, la caridad, la pureza, la generosidad.... Da ánimo para salir de la indiferencia y de la culpa, si por desgracia se ha cedido a la tentación y a la debilidad.... Da luz para ver y juzgar los sucesos de la propia vida y de la misma historia en la perspectiva salvífica de Dios y de la eternidad.» (Juan Pablo II a los jóvenes. Basílica de San Pedro, miércoles 14 de marzo de 1979).