Encontrar a Dios… en la enfermedad

Zobeida Maceira aprendió a encontrar a Dios en la enfermedad, que supo compatibilizar con sus estudios, el trabajo y las diversiones propias de una persona joven.

Zobeida Maceira nació en Caracas y vivió siempre en Los Naranjos. Estudió en el Colegio Caniguá y luego entró en la Universidad Nueva Esparta. Era una muchacha normal y corriente, alegre, “rumbera”, que aprendió a vivir su vocación cristiana en lo de cada día: sus estudios, su trabajo, su vida familiar, sus amistades. Más recientemente, Dios le pidió ofrecer su enfermedad. Desde hacía algunos años tenía lupus y en los últimos cuatro se le desarrolló agresivamente.

Desde que pidió la admisión en el Opus Dei, hace seis años, decidió incorporar a su vida unas prácticas espirituales que “¡son mi gasolina!”, comentaba ella con sencillez. Cada día iba a Misa, a veces a pesar de muchas dificultades físicas. Leía un libro de lectura espiritual y hacía un rato de oración. Procuraba tener presencia de Dios y ofrecer pequeños sacrificios. Todo eso le sirvió de entrenamiento para enfrentar ese otro gran sacrificio que ofrecería a Dios: su enfermedad.

El lupus le había necrosado las caderas y caminaba con dificultad. Sin embargo, lo llevaba con elegancia. Al ir por la calle solía interesarse por las personas que estaban a su alrededor, lo cual le daba un encanto especial: el de esas personas que, por estar pendientes de otros, las hacen sentirse queridas.

"Tú eres hija de Dios, y lo sabes; ellos quizá no lo sepan”.

Era experta en considerarse hija de Dios, además de un poco “pata caliente”, pues le gustaba salir siempre que el dolor no se lo impidiera. Una vez se fue a una fiesta con unas amigas. Tenía los pies hinchados porque su retención de líquido era elevada. Cuando estaba así, no le cabían los zapatos, así que debía ponerse unos que eran mucho más grandes que su talla. Pero así se fue a la fiesta. En un momento vio cómo una pareja la miraba y se reía. Señalaban sus zapatos mientras la mujer le comentaba a su compañero algo y volvían a reír. Al principio, se sintió incómoda, pero de forma inesperada, fluyó un pensamiento: “Tú eres hija de Dios, y lo sabes; ellos quizá no lo sepan”.

Zobeida en una fiesta con sus amigas

Para Zobeida hablar de Dios era algo normal y habitual. Aunque nunca forzaba las situaciones, llegado el momento no había posibilidad de “escaparse”. A un amigo de la familia le dijo: “no te digo más nada de acercarte a Dios, Él se encargará de decírtelo cuando le parezca que estás preparado”. Cuando ella murió, él pensó que había llegado el momento y decidió confesarse. A una de sus amigas, le tenía una paciencia a prueba de balas. La oía contar sus rollos y tremenduras y no le decía nada, pero le sacaba temas que la inquietaban espiritualmente y se los encauzaba llevándola a tomar decisiones de vida cristiana.

Como el tratamiento del lupus era fuerte, comenzó a caérsele el pelo. Al principio no soportaba verse en el espejo, casi calva, pero luego decidió reírse de sí misma. Y aceptó eso como otro sacrificio que ofrecer a Dios.

No es que le fascinara leer, pero sabía que tenía que “iluminar a muchas cabezas oscuras”. Por eso agregó a su plan de vida un rato de lectura sobre temas que la ayudaban a profundizar en la doctrina católica.

Así como vivió, murió: pendiente de los demás. Su papá cuenta: “Zobeida comulgaba todos los días (…) y rezaba el rosario con muchas de las personas que iban a visitarla a la clínica. Cuando estaba muriendo, empezamos a decirle jaculatorias... Los médicos y las enfermeras estaban impresionados, fueron muchas horas en estos menesteres. Yo le ponía una estampa de la Virgen en su mano derecha y se calmaba. La clínica estaba llena de personas, muchachas, muchachos… En el cuarto había matrimonios jóvenes rezando el Rosario, gente mayor, profesores universitarios, quince o veinte médicos de distintas especialidades: en medio del dolor, aquello era una verdadera fiesta”.

A su hermano le había dicho que le gustaría morir un 27 de noviembre, fecha bastante especial para ella por tratarse del día de la Virgen de la Medalla Milagrosa. Y efectivamente su funeral fue ese día. Llamaba la atención la cantidad de amigos que querían verla y que fueron a rezar por ella. Para Zobeida, cada uno de ellos era muy importante.

Así fue Zobeida Maceira, una mujer joven, supernumeraria del Opus Dei, que en sus pocos años supo santificar esas cosas que parecen corrientes, pero que son la “inversión” para llegar al Cielo.