Dream Team: Dios, mi trabajo y yo (VI)

Alicia Álamo Bartolomé es actriz, arquitecto y periodista. Mujer pionera en Venezuela que en un momento de su trayectoria recibió un consejo de San Josemaría: “Haz de lo que es afición, una profesión”, y decidió dedicarse al teatro con la seriedad de una verdadera apasionada.

Haz de lo que es afición, una profesión”, y decidí dedicarme al teatro con la seriedad de una verdadera apasionada. La protagonista es Alicia Álamo Bartolomé, caraqueña, de larga trayectoria –95 años– y gran soltura en diversos escenarios: arquitectura, periodismo, actuación y escritura. Este ha sido el secreto para, a la vuelta del tiempo y atravesando las dificultades propias de la vida –la última una pandemia–, siga trabajando desde su casa.

De su familia recibió la fe, acompañada de la formación católica y una buena vivencia cristiana. Fui parte de la Acción Católica, al igual que mis seis hermanos. Mi hermana mayor fue dirigente nacional del Comité Católico Femenino al igual que yo. Esto me ayudó a preparar el terreno de mi alma para acoger el mensaje de la llamada universal a la santidad, que tocó tierra venezolana con la llegada de los primeros miembros del Opus Dei a principios de los años cincuenta, y con el que me encontré en 1956. Poco después, en 1957, emprendí ese camino como Supernumeraria.

Su pasión por el teatro comenzó durante su juventud, cuando vivió en San José de Costa Rica durante cinco años. Allí realizó su bachillerato, rodeada de un ambiente muy cultural y artístico. Por su agradable voz, la escogieron para una obra de teatro en la que interpretaría a la Bella durmiente. En esa función me enamoré del teatro.

Al volver a su país natal, tomó la decisión de estudiar Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela, que daba sus primeros pasos en esta Facultad. Como ya se ve que es un rasgo característico de su personalidad, afrontó con empeño sus estudios y así culminó la carrera formando parte de la segunda promoción, en 1951. Posteriormente, ejerció en la Dirección de Urbanismo del Ministerio de Obras Públicas y luego en la Fundación de Vivienda Popular. Así, el teatro tuvo que ir pasando a un segundo plano.

Sin embargo, tanto por su impronta humanista como por su firme consciencia católica, hacia los años sesenta, Alicia emprendió un nuevo proyecto: el Periodismo. Era una época de mucha confusión al introducirse en la sociedad venezolana las ideas marxistas y comunistas. Por eso, decidió formarse pensando en poder dar su aporte a través de la prensa, luchando porque en estos medios se buscara y respetara la verdad.

El Periodismo me encantó. Esta carrera me abrió a todas las nociones del hombre y me sirvió para tener una formación cultural y artística más completa. Además, me ayudó a desarrollar mi habilidad en la escritura, algo a lo que me sentía inclinada desde hace algún tiempo.

Durante esos años en la Facultad de Periodismo, uno de sus cuñados que era Director de teatro, la invitó al Centro Venezolano Francés para hacer teatro en español. En ese momento, Alicia tenía 37 años y quedó nuevamente tocada por el teatro, decidiendo dedicarse a ello. Mi debut fue grande, fue una obra en español de Víctor Ruiz Iriarte que se llama Juego De Niños, por ahí empecé.

Pero el punto decisivo fue en un viaje a Europa, en la ciudad de Roma, donde conoció al Fundador del Opus Dei y con el que conversó por aproximadamente 20 minutos. En este encuentro, San Josemaría le preguntó por su profesión, y ella le contó que era arquitecta, pero que últimamente estaba haciendo teatro y le gustaba mucho. Entonces él me dijo: “Haz de lo que es afición profesión; y de lo que es profesión, afición”, por lo que en ese momento entendí todo y me empecé a dedicar al teatro. Este aparente juego de palabras, le sirvió para tomarse en serio y llenar de profesionalidad aquello que era su pasión, dándose cuenta que para trabajar bien es necesario amar lo que se hace.

Pero también, la ayudó a quitar importancia a los gajes del oficio, pues es normal que en el ámbito profesional surjan dificultades, roces con los colegas y más en la vida de la farándula, donde puedes encontrar rivalidades o personas que piensan muy distinto a ti. Estas experiencias las hemos tenido todos, a mí incluso en un momento me hizo dudar si valía la pena seguir en el teatro o no, y en ese arranque le pedí a Dios una señal. Le dije: si me conviene el teatro, que me aparezcan máscaras. Nuestro Señor, que tiene mucho sentido del humor y juega con nosotros como sus hijos pequeños, hizo que me encontrara con máscaras de todo tipo y en todas partes.

Decidida a seguir en el mundo del teatro, se trasladó a Francia para aprender el idioma y realizar un curso de especialización. A su regreso, trajo obras francesas a Venezuela y las tradujo. Además, la contrató una compañía española que vino por los 400 años de la fundación de Caracas, en 1967. Allí actuó en La Tercera Palabra, de Alejandro Casona.

Durante mi trayectoria artística he vivido muchas cosas, hasta ¡el mismo terremoto de Caracas en escena! En 1997 fue su último año sobre las tablas, justo sesenta años después de haber hecho su primera función en Costa Rica. Pero tiempo antes de su salida, había incursionado en la escritura de teatro y redactó su primera comedia llamada América y Yo. La segunda fue Juan De La Noche, merecedora de un premio por la Asociación Venezolana de Profesionales del Teatro, en 1985. Tienes que vivir ciertas cosas para escribir sobre ciertas cosas, y ella ya tenía un amplio recorrido.

Santificar el trabajo, según Alicia Álamo, lo puede hacer cualquiera mientras esté decidido a dar lo mejor de sí mismo y hacerlo cara a Dios; ya sea en un estudio de arquitectura, en un escenario, o en la redacción de un periódico. Uno debe creer en lo que está haciendo y por quién lo está haciendo. En la intención está todo.

Para mí el teatro es una cosa que sale de adentro, tú lo haces bien porque te apasiona y porque te preparas para esa profesión. Pero si además, buscas tener una formación espiritual profunda, unas convicciones firmes, necesariamente el trabajo te lleva a Dios. Además, explica que vivir la fe es una experiencia única para cada ser humano: No es algo premeditado, se debe vivir realmente la fe seas pescador, médico o futbolista; seas lo que seas, es allí donde te puedes encontrar con Dios. Por eso, la vivencia de la fe es personal, no es un planteamiento o un estatuto. Es un encuentro.